EL JICOTE
La frase del Presidente “Tan bien que íbamos”, me hace otra vez recordar la frase del chiste del que se suicida lanzándose desde la Torre Latino Americana, en el piso cuarenta le preguntan; ¿Cómo vas? Responde: “Hasta aquí voy bien”. De seguro que iba bien, sintiendo el aire fresco, embriagado por el paisaje y la velocidad, Si hubiera tenido vida después del zapotazo, de seguro habría dicho: “Caray! Tan bien que iba”. No encuentro adjetivos para el espasmo verbal del Ejecutivo. Decir que es demagogia, me parece un eufemismo; cinismo me parece muy duro, digamos simplemente que el Presidente es un mentiroso. ¿Cómo puede decir que íbamos bien, cuando el peso ha perdido valor frente al dólar? ¿Cómo que íbamos bien, cuando México está en una pinza mortal, registra la cifra más baja de generación de empleo desde 2013? ¿Cómo que íbamos bien, cuando el aumento del desempleo es de cerca de un millón, la mayor caída en nuestra historia? ¿Cómo que íbamos bien, cuando las calificadoras internacionales han bajado la calificación crediticia del país?; ¿Cómo es eso que íbamos bien, cuando la inversión privada tiene su mayor caída en seis años? ¿De dónde saca el Presidente que íbamos bien, cuando PEMEX perdió 562, 250 millones de pesos en el primer trimestre, más que lo que perdió en todo el 2019?; ¿Cómo se atreve a afirmar que íbamos bien, cuando el crecimiento tiene resultados negativos desde que se inició su gobierno y ahora anda en el menos 0.1%? ¿Cómo decir que íbamos bien, cuando a causa de todos estos factores, según el Banco de México, habrá once millones más en la pobreza?
Yo no dudo que el Presidente trabaja durísimo, que da cara a la opinión pública, que tiene magníficas intenciones; que es un idealista, que sus propuestas de recuperación económica son conmovedoras, sólo tiene un problema, un único problema: con la realidad. Que ya lo trae de encargo y se la pasa desmintiéndolo. No solamente no íbamos bien, íbamos mal, de acuerdo con el tango, cuesta bajo era nuestra rodada, el virus sólo imprimió una mayor velocidad a lo que económicamente ya era un fracaso monumental.
Me preocupa porque le ha perdido respeto a la palabra, su principal instrumento como gobernante. Como adivinador el Presidente de la República no se ganaría la vida ni en una feria de pueblo leyendo la mano; como profeta su bola de cristal para vislumbrar el futuro está más negra que una bola de boliche. Basta con que diga que la curva de muertes y contagios se está aplanando para que ascienda; es suficiente que afirme que la epidemia está domada para que de un reparo tumbe sus pronósticos. Está más salado que la bragueta de un pescador.
Ante las protestas Carlos Salinas decía que ni los veía ni los oía, López Obrador si ha visto recientemente a los manifestantes en una veintena de Estados y ha escuchado sus peticiones, pero les responde desafiante: Nos vemos en el 2022. No es la respuesta de un gobernante que demanda, ahora más que nunca, de la colaboración de todos para sacar adelante al país. Su respuesta es la del bravucón del salón de clase: “Nos vemos a la salida”. Si lográramos industrializar y exportar su discurso rupturista y vengador, nivelábamos nuestra balanza de pagos.