ENTRE LÍNEAS
Durante el proceso de la elección del 2018 publiqué en Facebook un llamado ferviente para que mis amigos siguieran siendo mis amigos independientemente de la polarización política que se advertía amenazante debido a cualquier opinión que se manifestase públicamente a favor o en contra de los candidatos o temas de la política. Esta polarización ha crecido y devenido peligrosamente en amenazas y linchamientos ante la diversidad de opiniones. Las redes sociales reflejan en gran medida estas posturas radicales extremas. Se trata de una violencia masiva con muchas caras y matices. La sociedad demuestra una agresividad contra lo diverso, contra lo contrario, que se acerca peligrosamente a una actitud autoritaria. Tal es el caso de los ataques a una periodista ejemplar como es Carmen Aristegui y no sólo en contra de ella, sino de López Dóriga, Sergio Aguayo, Denisse Dresser y muchos otros más.
En mis épocas de estudiante leí un libro, por demás ejemplar, de T. W. Adorno sobre la personalidad autoritaria, cuyas conclusiones se pueden actualizar en estos momentos de la vida política de México. La hipótesis principal de Adorno es que las convicciones económicas, políticas y sociales de un individuo a menudo constituyen una pauta amplia y coherente, como si estuvieran vinculadas por una «mentalidad» o «espíritu», y que esta pauta es una expresión de tendencias profundas de la personalidad autoritaria. Esto es lo que se observa detrás de los ataques a Carmen Aristegui.
En mi opinión, sin embargo, no existe otra tendencia político-social que suponga una amenaza tan grave para nuestras instituciones y valores tradicionales como el fascismo y el fanatismo religioso y político, así como, por otro lado, que el conocimiento de las fuerzas de la personalidad que favorecen su aceptación puede ser, en última instancia, útil para combatirla. De ahí que sea recomendable la lectura de Adorno.
Es posible distinguir varios tipos de estructura de la personalidad que parecerían particularmente resistentes a las ideas democráticas. ¿cómo son exactamente?, ¿cómo se forma su pensamiento antidemocrático? ¿cuáles son sus fuerzas de organización interna? Si tales personas existen ¿cuáles han sido los factores determinantes y el curso de su desarrollo? ¿Podría asegurarse que las numerosas opiniones, actitudes y valores expresados por un individuo realmente constituyen una pauta consistente o un conjunto organizado? Lo que queda claro como respuesta a estas inquietudes es que los dogmatismos, de conservadores y defensores de la 4T, lo que hacen es desprestigiar toda alternativa que no coincida con ellos, primero lo hicieron unos, ahora lo replican los triunfadores en 2018. La polarización y el autoritarismo de derecha y de izquierda constituyen la tendencia más antidemocrática en que hemos caído en estos momentos.
Las opiniones, actitudes y valores, tal como las concebimos, se expresan más o menos abiertamente mediante palabras: así podemos identificar: nacos, chairos, fifís, conservadores, corruptos, neoliberales, ignorantes, indios, borregos y una serie de expresiones que descalifican de antemano a quienes vierten cualquier opinión distinta a la de mi grupo, partido, religión, educación, situación económica etc.
Psicológicamente decimos que se encuentran «en la superficie». Sin embargo, debemos reconocer que cuando conciernen a asuntos tan cargados afectivamente, como son las distintas respuestas al discurso oficial y las cuestiones políticas actuales, entonces el grado de franqueza con el que una persona habla dependerá de la situación en la que se encuentre o el medio en que se exprese. Puede haber discrepancia entre lo que dice en determinada ocasión y lo que «realmente piensa». Digamos que lo que realmente piensa puede expresarlo en las redes sociales o en las conversaciones privadas. Aquí es donde me he quedado sorprendido. En corto, mucha gente opina diferente que en público sobre todo por el temor de ser rechazado en las redes sociales. Los partidos representan, por definición, sólo una parte de la sociedad política, sería terrible que pretendieran representar a la totalidad y la sociedad se moviera por una hipótesis o discurso únicos o por un pensamiento totalitario. Es particularmente importante conseguir acceder a estas tendencias profundas, porque ahí precisamente puede residir el potencial del individuo para el pensamiento y la acción democrática o antidemocrática en situaciones críticas.
Lo que la gente dice y, en menor grado, lo que realmente piensa, depende en gran medida del clima de opinión en el que vive. Pero cuando el clima cambia, algunos individuos se adaptan mucho más rápidamente que otros. Conocer de qué clase y con qué intensidad deben darse las creencias, actitudes y valores de un individuo para llevarlo a la acción y qué fuerzas internas del individuo sirven como inhibidores de esa acción son problemas de la mayor importancia práctica sobre todo en época de crisis y de campañas.
La personalidad evoluciona bajo el impacto del ambiente social y no puede aislarse de la totalidad social en la que se desenvuelve. De acuerdo con esta teoría de Adorno, los efectos de las fuerzas ambientales en el moldeamiento de la personalidad son en general tanto más profundos cuanto más temprano aparecen en la historia vital del individuo. Por ello mi preocupación por la polarización social, porque nos puede llevar a extremos de violencia ya vistos en la historia de Europa y de México en particular. La intolerancia puede modelar actitudes de intransigencia graves en la niñez y la juventud que lleven al quiebre de la sociedad del futuro.
Lo que es «patológico» hoy puede llegar a ser, con las condiciones sociales cambiantes, la tendencia dominante de mañana. De ahí la necesidad para un político de percibir atinadamente el “humor” social. ¿Quién capta mejor el estado de ánimo de una sociedad? Quien mejor la conoce. La clave está en la interacción social. Los líderes de opinión son los que mejor conducen la interacción social porque dan en el clavo de los asuntos más sensibles para una sociedad determinada, tal es el caso de Carmen Aristegui.
Carmen ha dado voz a una sociedad frustrada, harta de la corrupción. Sus investigaciones, sus entrevistas y su actitud desafiante del poder contribuyeron a ventilar la vida política de este país y lo ha seguido haciendo ahora en el nuevo régimen de la 4T. El problema es que, si antes sirvió a la causa de la democracia, ahora que ha señalado contradicciones y excesos ideológicos y políticos del gobierno, como siempre lo ha hecho, es el blanco de los ataques de grupos extremistas radicales que no toleran la opinión libre. Si antes el llamado neoliberalismo cubría de desprestigio cualquier forma de libertad de expresión e investigación, ahora el nuevo régimen se vuelve contra quien mejor contribuyó al triunfo de una nueva opción de gobierno, buscando su desprestigio. ¿Qué tiene qué ver que haya estado casada con Emilio Zebadúa y que su hijo se llame Emilio, aunque no sea de Zebadúa (¿eso importa?) con la denuncia de los conflictos en una agencia del gobierno actual? ¿Por qué las redes sociales, los bots y los seguidores de AMLO se meten con su vida privada? El que tu expareja sea quien sea, no tiene nada que ver con tu forma de ser y de pensar como comunicador. Si el mensaje es incómodo no se tiene que matar al mensajero. Los argumentos “Ad Hominem” se utilizan cuando no hay argumentos.
La carta a Aristegui que un grupo de ciudadanos hizo llegar a Carmen, disfraza una reclamación autoritaria implícita por meterse con la crítica a la 4T, señalando su “falta de imparcialidad” por no tratar otros asuntos, como no criticar a Sergio Aguayo y a Denise Dresser, porque según los que la suscriben, “expresan juicios de valor” sobre el discurso y acciones presidenciales y por no criticar a los exsecretarios José Narro, Julio Frenk y Salomón Chertorivski que se han opuesto a las cifras y enfoques oficiales sobre la COVID 19. Es decir, por no cubrir todos los asuntos que este grupo considera blancos de la crítica por estar contra la 4T. Eso les da derecho de difamar y meterse en la vida personal de Carmen y lo que están haciendo, encubiertos en una supuesta libertad de réplica a la actividad de la periodista, es caer en lo que condenan, recurrir a los argumentos ad hominem carentes de validez intelectual y moral, condenar a quienes manifiestan valentía, honestidad y congruencia, como todos los periodistas y líderes de opinión que critican, como siempre lo han hecho, al gobierno de la 4T, para impedir que el ciudadano escoja las alternativas de gobierno que mejor representen las aspiraciones de la sociedad. No estamos para escribir cartas o decretos de la Inquisición. Lo que tiene validez es la honestidad del pensamiento libre, sea cual fuere.
Los que criticamos, los que tenemos alguna voz pública, ni todos somos chairos, amlovers, haters, bots pagados por la presidencia, conservadores, neoliberales, o simplemente opositores ciegos de la 4T. Lo que sí debemos tener quienes escribimos o están ante un micrófono es un compromiso con la verdad, aunque no sea del gusto del gobernante en turno, ni de un polo de opinión, ese es el principal valor de un ser humano. Carmen Aristegui, aunque parezca frágil en su cuerpo, es sumamente fuerte en su decisión de llevar a las cuerdas al gobierno en turno. No será doblegada por la mezquindad y la bajeza de los supuestos defensores del “derecho de réplica” contra los que opinan diferente. Aunque la corriente autoritaria se vista de 4T, debemos luchar contra los excesos de la polarización, porque ésta es antidemocrática por su propia naturaleza.