EL CRISTALAZO
Si el encabezado de esta columna lo llevó, siquiera por un instante, a pensar en los panfletos militantes con los cuales hoy se quieren esquivar los señalamientos de la crítica por el desempeño mediocre de los responsables sanitarios en México, en un país donde por dicho presidencial no se practica un periodismo profesional, tuvo usted razón… parcialmente.
No me refiero –en esta ocasión–, a la prensa nacional, sino a la primera plana de ayer del “New York Times”, el cual es –como todos sabemos—un periódico falto de ética. También a la portada de su revista, en la cual una figura diminuta de mujer, se observa al fondo de un túnel de rectángulos infinitos, perdida en la monotonía cuadrada de una vida sin relieves ni color devaluada por la epidemia.
Pero la primera plana tiene otros méritos.
El primero consiste en su audacia gráfica. Para quien no la haya visto, la descripción es simple. Se trata de un listado de personas, con sus lugares de residencia, su actividad y la edad a la cual murieron por la plaga del Coronavirus. La contundencia de una contabilidad mortuoria, sin espacio para el morbo.
El encabezado dice simplemente, “Casi cien mil muertos en EU; una pérdida incalculable”.
A continuación, con la frialdad de un recuento emotivo, como se ponen los nombres en las piedras de los memoriales, en la verticalidad de sus seis columnas, la seca tipografía nos relata el drama sin más palabras.
No caben ahí, obviamente los nombres de todos los fallecidos, pero como ha dicho Simone Landon, asistente del departamento gráfico del Times, “…en el público en general ya hay algo de fatiga frente a los datos…”
Para formar la plana conmemorativa, al cumplirse la enorme cifra de los 100,000 decesos, casi el doble de las bajas en la Guerra de Vietnam, Landon y Alain Delaquérière, investigador del diario, siguieron una idea perfecta: no se trata de una lista de muertos; se trata de nosotros.
Así pues la portada no es un papel impreso; es un espejo doliente.
Pero este hallazgo no es obra de la casualidad, es producto de algo poco comprendido entre quienes no saben de este oficio. La tradición editorial, la continuidad en el esfuerzo.
En el año 1976, el NYT publicó un libro célebre llamado “Desastres”. Una compilación de las primeras plana con la noticia de las grandes desgracia. El tomo se inicia con el incendio de Chicago en 1871 y sigue con otras calamidades.
Hundimientos, choques ferroviarios, terremotos, explosiones; la tarde cuando el zepelín Hindemburg, orgullo de la aviación alemana, se estrelló contra la torre de Lakehurst; el día cuando un bombardero chocó contra el Empire Estate (presagio del 11-S) o la muerte en la plataforma incendiada del lanzamiento de tres astronautas en la debacle del proyecto Apolo, en 1967, dos años antes de la victoria final en la carrera del espacio.
La solución gráfica y la originalidad editorial fueron puestas por encima de las viejas fórmulas del periodismo basado en declaraciones, boletines de prensa y conferencias de medios. Nadie necesitó preguntar nada: la realidad con sus miles de nombres, apellidos, lugares de residencia y muerte no se somete a discusiones.
No son datos; son retratos.
Apenas mil de ellos porque el espacio tiene límites (la lista continúa en páginas interiores), pero el contenido simbólico y la carga emocional de la obra gráfica, resulta apabullante y perturbadora, sobre todo en estos días cuando la superficialidad de las redes sociales pretende sustituir –por la facilidad de su manipulación irreflexiva y estúpida en favor de los poderes–, al ejercicio inteligente del periodismo escrito, sobre todo.
Estas cosas no las hacen los bots ni se les ocurren a nuestros titiriteros locales. Ni en la tarde, ni en la mañana.
La televisión y la radio, a fin de cuentas lenguajes en sí mismos, tiene otras formas de presentar los hechos, interesar y conmover a sus audiencias. La prensa, cuya supervivencia no está sujeta a discusiones bizantinas, prueba con estos ejemplos su vitalidad y su valiosa singularidad.
En una conversación entre Marc Lacey, el editor nacional del diario y Tom Bodkin, jefe del departamento creativo, quedó una idea muy clara al discutir si la sola tipografía podía revelar la tensión dramática del momento:
“… Algo que la gente pueda ver dentro de cien años y le haga comprender el número de pérdidas que estamos experimentando…”Nada más.
Alguien desde México les pudo haber dicho: a ver si dentro de cien años ya tienen ética…
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