ENTRE LÍNEAS
Si revisamos brevemente los diferentes trastornos que describe el DSM V, que es el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, encontramos fácilmente que un gran número de signos y síntomas de los más diversos trastornos son derivados del confinamiento obligatorio por el COVID 19, que van desde el espectro de la esquizofrenia, pasando por trastornos depresivos, de ansiedad, obsesivos-compulsivos, factores de estrés, síntomas somáticos, delirios persecutorios, trastornos alimentarios, hasta trastornos del sueño y la vigilia y un buen número de ellos desemboca en algún tipo de violencia familiar, social o política, incluyendo la internacional.
Al reducirse los espacios de la actividad normal de las personas, el tener que pasar tiempo en casa, nos condiciona a una convivencia oblligada y a la agudización y magnificación de los conflictos que se podrían mantener en un equilibrio relativo cuando no existía una cercanía tan estrecha. A esta situación se suma el bombardeo constante sobre las consecuencias negativas del COVID-19 en la economía, la pérdida del empleo, la reducción de los ingresos y el declive de las esperanzas de recuperación pronta del estatus anterior, reforzado por la compulsión de los medios por los datos de infectados, de los muertos minuto a minuto, de los que violan las reglas del confinamiento, de los que no creen en ellas, de todo tipo de abusos, todo lo anterior nos lleva a magnificar las consecuencias funestas del virus y a detonar diversos trastornos mentales. He leído listas sobre la higiene y sobre los cuidados para protegerse del virus, que bien podrían caer en los anales del obsesivo más aferrado a los rituales o del paranoico más desconfiado, no es casual que hayan aparecido tantas teorías conspirativas que hasta la ONU ha tomado nota de ellas para recomendar no hacerles caso.
Un subproducto de estos trastornos es la violencia contra otros y contra sí mismo. La violencia generada por el confinamiento obligatorio para evitar la expansión del coronavirus tiene muchas expresiones y genera trastornos que es necesario identificar para estar en condiciones de afrontarlos adecuadamente.
El prototipo de la agresión física desde el origen de la vida, incluye desplazar, eliminar o fagocitar a otros organismos ya que esto reduce la competencia por el territorio y el alimento. En consecuencia contamos con todo el potencial para ser violentos porque la agresión es innata, pero la violencia es adquirida, inscrita y registrada en nuestra psique por experiencias anteriores.
El análisis de los sueños y el estudio de la formación de síntomas (P.e. Estudios sobre la neurosis) le permitieron a Freud enunciar los mecanismos y las leyes propios de los procesos primarios inconscientes que no se caracterizan por una ausencia de sentido, como sostenía la Psicología de la conciencia, sino por un permanente deslizamiento del sentido. Tales mecanismos son el desplazamiento, por el que a una representación anodina se atribuye el valor psíquico, la significación, de otra representación (metáfora) y la condensación, por la que una representación puede asumir las significaciones procedentes de todas las cadenas asociativas que confluyen en ella (metonimia).
Existen representaciones violentas y destructoras del tejido social como la filmación de riñas entre jóvenes de cualquier género y su posteo en redes sociales, el crecimiento exponencial del fenómeno del bullying, la promoción en los medios de deportes de contacto físico extremo y otras formas de apología de la violencia. En época de crisis y confinamiento, de hecho, no cesa la violencia del crimen organizado, tampoco su difusión en los medios, con lo que se agravan las amenazas a la integridad de los recluidos, que es prácticamente toda la sociedad y todo el mundo.
Antes de la crisis del coronavirus se promovía una vida hiperactiva como valor social, en el que las bebidas con taurina y el consumo de estimulantes eran habituales. Los jóvenes presenciaban violencia en el hogar, en las calles, en la escuela, en los medios. La expresión del instinto agresivo pareciera ser un resultado de todo eso, las conductas límite, la competencia agresiva y el miedo al contagio. La frustración del confinamiento genera aspiraciones narcisistas excesivas que solamente pueden ser paliadas con la violencia. Es claro el incremento de la violencia intrafamiliar. En todos los ámbitos sociales las estadísticas se disparan hacia arriba.
Existe una relación positiva entre comportamiento violento y algunos trastornos mentales. Estudios realizados en los últimos años, especialmente procedentes de Escandinavia y Canadá, aceptan que las personas con esquizofrenia, al menos un pequeño subgrupo, tienen mayor probabilidad de ser violentos que la población general. Es un entramado de factores de diferentes niveles que influyen en la conducta violenta. Estos factores actúan, en general, conjuntamente, lo que dificulta dar una solución sencilla o única. El abordaje de la conducta violenta debe hacerse desde diferentes ámbitos y desde múltiples sectores de la sociedad.
Combatir el estigma entendiendo que la violencia no es algo propio de la enfermedad mental y que un enfermo mental puede realizar una vida normalizada en la comunidad, es algo que depende de los pequeños gestos cotidianos de cada uno de nosotros, en la convivencia diaria, en el ámbito de las familias, de las administraciones y en el de las asociaciones ciudadanas.
Pero no todos respondemos con violencia al confinamiento, existen destinos de la pulsión que se contienen en uno mismo, como la depresión, la angustia, la ansiedad o los trastornos alimentarios o del sueño, así como la vuelta de síntomas y manías de neurosis controladas anteriormente. También es normal la agudización de nuestros propios síntomas, antes reprimidos por el contacto social y el desplazamiento, ahora alimentados por el confinamiento y la desesperanza.
Afortunadamente algunos gobiernos y asociaciones no gubernamentales han puesto manos a la obra para ofrecer ayuda sin condiciones. Una de estas organizaciones es la Fundación Familia en Movimiento, patrocinada para esta actividad por el programa Pesos y Centavos de Arturo Maximiliano García, que acaba de poner a la disposición del público en general, dos líneas telefónicas para la atención gratuita a quien necesite apoyo psicológico.
Se ha reunido a un grupo de más de veinte profesionales con la más alta preparación y experiencia para atender a la población abierta, siguiendo sólo un protocolo de identificación. Los números a los que pueden llamar quienes sientan la necesidad de apoyo psicológico o emocional son (442) 228 71 29 y (442) 228 71 33, también en Facebook, o a través de la página web: https://familia.qro.bz/
No podemos quedarnos con los brazos cruzados ante la pandemia, actuar es parte de la solución. La solidaridad social es indispensable, sólo con ésta saldremos todos juntos adelante.