GOTA A GOTA
Hace muchos años, impartí cursos de Ética. Viéndolos en perspectiva, hoy me parecen un tanto convencionales, con la mirada puesta más en la persona que en la colectividad. Por un tiempo fue Aristóteles y la virtud lo que me inspiró, aunque más cerca de nuestros días guiaron mis pasos, en aquellas aulas, las reflexiones de Emmanuel Mounier y su pensamiento personalista. Más tarde, Albert Schweitzer me abrió los ojos sobre los problemas de la civilización, así como Herbert Marcuse en lo concerniente a los cambios sociales. Y sin embargo, lejos estaban los planteamientos bioéticos, a despecho de las preocupaciones de Fritz Jahr, teólogo protestante que ya en 1927 escribía sobre la bio-ethic y la relación de la vida humana con el medio ambiente y los animales. La bioética tardaría en desarrollarse en la medida en que la vida contemporánea la desafiaría como estudio sistemático en el campo de las ciencias de la vida, en la medida en que la antropología le exigió la construcción de valores y principios de cara a asuntos como el aborto, la donación de órganos, la eutanasia, el tratamiento del dolor… Entonces la bioética ha venido modelando sus principios: autonomía (de la voluntad), beneficencia (atención al beneficio de la persona), no maleficencia (evitación de un mal innecesario) y justicia (disminución de las desigualdades (ideológicas, sociales…). En fin, la bioética como solución de dilemas fincada en la dignidad de la persona.
Todo esto viene a mi mente por una supuesta Guía de bioética formulada por el Consejo Nacional de Salubridad para decidir a quién salvar la vida aplicando los respiradores en el caso de los contagiados por el Covid-19: si se ha de preferir a quienes aún no han ‘completado la vida’ o a quienes ya la han vivido, quiero decir los senectos. Nada es oficial. Pero sería contrario a los principios bioéticos cualquier agravio a la dignidad de la persona. Todos tenemos derecho a la vida. Y mal haría dicho Consejo resolver mal el dilema si llegase a presentarse. Antes de verse en situaciones extremas, el Consejo deberá inducir a la radicalización de los comportamientos, pues que sigue habiendo miles, si no es que millones de personas que, por una razón u otra, incredulidad, negligencia, equivocada fe, qué se yo, desatienden las recomendaciones sanitarias: la batalla contra la pandemia es responsabilidad ciudadana, pero también obra de un liderazgo que no aparece: mientras quien debe asumirlo parlotea, quejumbroso, sobre el desastre heredado por los neoliberales, el próximo arribo del avión presidencial… el número de víctimas crecerá.