ENTRE LÍNEAS
En una columna anterior mencioné que el COVID 19 era el virus del miedo. Esta afirmación comprende el supuesto de que son las emociones el sustrato fundamental de nuestra conducta. Antes que racional (como lo definía Aristóteles) el hombre es un ser emocional. Se observa con claridad que antes de que el virus tenga efectos sobre la salud, los tiene en el ámbito emocional, tiene consecuencias psicológicas y sociales. Por ello, en cuanto nos llega un whatsapp sobre alguna noticia del virus, inmediatamente la compartimos, como para deshacernos de ella. Por suerte, el miedo no es la única emoción que nos puede gobernar.
Una de las diferencias notables entre esta epidemia del COVID-19 y otras epidemias de la historia consiste precisamente en el peso que los componentes psicológicos y sociales están teniendo y en la rapidez de su influencia. Obviamente las redes tienen mucho peso en la creación de esta crisis emocional de hoy, han potenciado enormemente esa capacidad de comunicación del hombre como especie. Lo nuevo de la experiencia es que se observa con claridad que lo más contagioso para la humanidad no son los virus, sino las emociones.
La disyuntiva en que se encuentran los políticos, los tomadores de decisiones del estado, es a qué le dan más peso: a la salud o a la economía. La economía es política, por eso Marx la llamaba Economía Política. Un efecto claro de que las emociones son las que influyen en los mercados, es que todos los organismos económicos se están moviendo, hacen declaraciones para contener el pánico o para acrecentarlo. Se dan escenarios dantescos para después de la crisis o esperanzas que el miedo hace aparecer como infundadas. Los mercados son presa de las emociones de los políticos y de los especuladores, el miedo del malestar social.
Pero ¿Qué hay detrás del miedo? ¿Cómo entender esta “pandemia emocional”? No sólo de la tercera edad, sino de la cuarta, de la segunda, es universal. ¿El inconsciente contra el cuerpo?
Las imágenes pintan al virus como algo monstruoso. El estudio de lo monstruoso o anormal se llama teratología. La Talidomida es el caso que mejor representa los efectos de “ese algo” monstruoso que sólo se ve en sus efectos de deformación. El virus se multiplica exponencialmente, así lo dicen las noticias minuto a minuto. Llevamos la contabilidad del horror y nos apegamos a los datos con verdadera pasión. Todos, las, redes, la prensa, la TV, la radio, la comunicación directa, el whatsapp, Instagram, Facebook, todos los medios disponibles sirven para compartir el horror y el miedo. Es instantánea la comunicación y la propagación del miedo. ¿Por qué? Porque la enfermedad destruye el mundo, al otro, que es espejo del propio yo. Quiero decir que uno se ve allí, a sí mismo, en el enfermo, derruido, con todos los síntomas del COVID 19, que se repiten una y otra vez, tos seca, fiebres altas, dificultad para respirar, dolores del cuerpo, estertores, ahogamiento… un horror.
Estas son las narrativas que estamos viendo de lo que sucede en España, en Italia o en China, el dolor y el sufrimiento de hijos que no pueden estar con sus padres, novios con sus amantes, la separación de las madres de sus hijos: lo grave no es la muerte, sino lo que hay antes de la muerte. Los poseedores del supuesto saber, los médicos, dan a conocer la magnitud del problema y las posibilidades de sobrevivencia, las categorías, los parámetros, los signos y síntomas. De ahí en adelante, la pandemia mostrará su inevitable camino de desolación y dolor, la llegada progresiva de la muerte. A cada momento se advierte la vulnerabilidad de la humanidad representada en los infectados por el COVID 19, que se compenetra en el espectador que somos todos nosotros.
El drama del Covid 19 no proviene de una catástrofe natural o de una guerra, sino de la tercera fuente de la angustia que mencionaba Freud: la enfermedad. Así como nos ha sido impuesta, en palabras de Freud, la vida nos resulta una labor demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones y empresas imposibles.
¿Es esta una meta en el pensamiento freudiano? Estar enfermo (in-firmus, sin fuerzas, incapaz de mantenerse firme), es una condición natural de nuestro cuerpo, perecedero, limitado en su capacidad de adaptación y rendimiento. Una conjetura hay aquí, de entrada, Freud nos indica las referencias que nos permiten hablar de la condición del ser humano, como ser mísero, mutilado, castrado simbólicamente y determinado como cuerpo biológico perecedero. El deseo y el lenguaje son la esencia del hombre, es un ser de deseo. Como ser de lenguaje, ese deseo queda trazado en el cuerpo por el símbolo. El hombre es tal porque el símbolo lo ha hecho hombre, más su cuerpo físico sigue siendo enigmático.
Como dice Freud, en El yo y el ello, el yo es ante todo un yo corporal, no sólo ser de superficie sino la proyección misma de una superficie. Esta idea, hace subrayar el ser corporal del yo, que sería ante todo un cuerpo físico. Sin embargo, no cae en la trampa del hilemorfismo aristotélico, no somos un ente dual, materia y forma, cuerpo y alma, cuerpo material y espíritu, la idea de Freud es, en este aspecto, unitaria, a pesar de las muchas dualidades que introduce en el inconsciente. La pulsión es parte orgánica y parte mental, una síntesis. Parte de un yo derivado de las sensaciones corporales, principalmente las que tienen su fuente en la superficie del cuerpo que, si bien lo aparta de la naturaleza por su identidad simbólica, lo determina también porque se encuentra atado a ella y al mismo tiempo, indefenso
Son varias las técnicas señaladas a las que recurre el hombre para aliviar el sufrimiento: la reorientación de los fines de manera tal que eludan la frustración del mundo exterior, aquí encontramos a quienes niegan los efectos desastrosos del virus, o prefieren la economía a la carga estadística de la muerte por el COVID 19; la sublimación de las pulsiones que puedan acrecentar el placer hacia el trabajo psíquico e intelectual, la solidaridad y el sacrificio por los demás, que son emociones válidas y salvadoras de situaciones catastróficas como la que enfrentamos ahora; la búsqueda del camino hacia el placer que produzca la belleza y el acercamiento al amor sexual, e incluso a la religión que promete para todos un camino único hacia la felicidad y la reducción del sufrimiento, la oración y la meditación como salidas emocionales ante el miedo al contagio y a la muerte. A mí, me interesa recurrir al apoyo mutuo, a la confianza horizontal de que el otro está ahí siempre, a la fluidez de los intercambios cotidianos, al ser y estar con el otro, el ser el uno para el otro.
El COVID 19 ha introducido en la humanidad una cadena de significantes nuevos que entran en la vida de todos. Una nueva palabra inevitable para muchos, como ruleta rusa: la muerte-segura, con todo lo que hay alrededor de ella en su inmediatez, “no sólo se mueren los viejitos”. De lo que no quiere saber el hombre es de lo nimio de su condición humana. El yo trata de dominar los procesos misteriosos de la naturaleza que se manifiestan dentro de su propio cuerpo, la angustia del dolor y de la cercanía del fin. No puede permitir que el cuerpo tenga preponderancia sobre el hombre, como especie. No entendemos la muerte y menos lo que haya después de la muerte. Ese es el problema. Esto habla de la limitación de la condición humana, del incomprensible misterio del cuerpo y del mundo.