VENENO PURO
La reforma de 2014 al artículo 84 introdujo una moción para que el secretario de Gobernación ocupe el despacho presidencial en tanto el Congreso delibera y en un plazo que no se extenderá más de sesenta días. Ello ha dado a multitud de especulaciones acerca de si la actual titular del ramo, Olga Sánchez Cordero, pudiera ser removida para evitar su asunción indeseable y considerando un posible retiro, por una ausencia definitiva debido a los problemas cardíacos o un indeseable atentado- del presidente de la República.
No son pocos a quienes preocupa que el remedio salga peor a la enfermedad. No en este caso porque, sea por consenso o refugiado en los males que padece, la hipotética salida de López Obrador sería una tragedia popular de tales dimensiones que sería absurdo confrontar a las masas imponiendo a un personaje bajo sospecha. El incendio civil, azuzado por anarquistas apátridas, sería tan grave que hasta el más tonto de los legisladores lo prevería y admitiría la opción de un personaje apartidista –o cuando menos lo más que se pueda-, como en los casos de sendos presidentes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y del Instituto Nacional de Electores, aun cuando los designados hasta hoy no hayan demostrado plena autonomía respecto a las consignas de los operadores de Los Pinos.
El fin primario de la democracia es asegurar el gobierno del y para el pueblo, de acuerdo a la definición clásica; y en México ocurre precisamente lo contrario: se refuerzan los intereses corporativos y se aduce que los trabajadores carecen de respaldo alguno para imponer sanciones amorales a cuantos ejercen su libertad y son perseguidos por ello.
¿Qué hacen las empresas de comunicación masiva, por ejemplo? Únicamente medrar con la noticia; y de este hecho aberrante surge el imperativo de asegurar a los periodistas que avancen por el sendero de la crítica constituyéndola en un legítimo contrapeso a los abusos de poder. Otro periodismo no tiene, por lo menos para este columnista, ni sentido ni destino. De allí que sea inocua la defensa de medios como MVS y Milenio –con su Multimedios-, o de Televisa y TV Azteca, empeñados en negar derecho alguno a los informadores por tratar de salvaguardar las desviaciones conceptuales de la “libre empresa” como si tal modelo posibilitara el destierro, la sumisión o la represión abierta a sus trabajadores que se sienten con libertad, porque ésta es un derecho natural de los seres humanos, a expresar cuanto les consta y descubren. No entenderlo es encerrarse en una mentalidad fascista y terriblemente sesgada; igual a la de los terratenientes que fueron arrollados por la sed de justicia de los revolucionarios. Tengamos memoria para hacer frente a las falacias y derrotarlas.
En México ya nos cansamos de los cuentos de las “mil y una noches” –son más de dos mil en un sexenio en realidad-, y de la demagogia dentro de la cual se refugian, cobardemente, los integrantes de la moderna, intocable por ahora, aristocracia mexicana disfrazada de izquierdista.
La Anécdota
Durante el escándalo de Watergate, a través de dos años entre 1972 y 1974, fueron los periodistas independientes, Bob Woodward y Carl Bernstein, quienes fueron hilando, a través de “todos los hombres del presidente” –nombre de la cinta que recreó el hecho con Dustin Hofman y Richard Redford-, la trama que fulminó al mayor político estadounidense desde Roosvelt, Richard M. Nixon. No me caen bien los republicanos pero reconozco los antecedentes de los citados. Por cierto, la cinta la vi, por casualidad, detrás de la butaca en donde se sentó Emilio Rabasa Mishkin, ex canciller mexicano y ex embajador de México en los Estados Unidos –lo fue, precisamente, durante el periodo final de Nixon-, y le escuché decir:
–Este hombre será valorado más por otras generaciones; no la suya.
No se cumplió del todo el aserto aunque nunca se dio una satanización contra él como la que suele ocurrir al fin de cada sexenio mexicano. Y es que, desde luego, al final de cuentas para los estadounidenses –el gentilicio aceptado por la Real Academia Española, por favor-, lo positivo de su actuación –la normalización de relaciones con China, por ejemplo, y el final de la devastadora guerra de Vietnam-, pesa más que el espionaje aunque los observadores piensan que un elemento distinto privó para condenarlo:
–Sus gobernados –me dijo Carlos Loret de Mola Mediz-, podrán perdonarle el espionaje pero jamás que haya sido un evasor de impuestos.
loretdemola.rafael@yahoo.com