EL JICOTE
Lo que más me aterra al llegar al final de la vida es todo el proceso burocrático previo, es decir, la agonía. Salvo un bendito infarto o un maldito chofer de combi, que nos aceleren el cambio a otra zona postal, La muerte llegará -tal vez- tarareando: “poco a poco, me voy acercando a ti”. Y es ahí donde me quiero ver.
Decía Sócrates que filosofar es aprender a morir. Ojalá me dé tiempo de echarle filosofía, pero no soy muy optimista. Pienso que, como cualquier mosco que es perseguido en un cuarto, me aferraré a la vida. Espero no alcanzar niveles de ignominia. Me he jurado a mi mismo que no gritaré, no me arrastraré, no chillaré suplicando tiempos extras. ¿Qué voy hacer?
No sé por qué pero, insisto, estoy seguro que veré a la muerte física y concretamente. La veré acercarse, dulce y suave como una tentación. Se sentará a mi lado. Yo le diré: “Perdone Señorita, pero los carbohidratos siempre son necesarios” Sin verme exclamará: “Cuando me llevo de este mundo a los sangrones, me da más gusto mi tarea”.
Me haré el desentendido para no entrar en discusión sobre su falsa opinión, pero la veré duramente a los ojos. Perdón, a sus huecos. Sentiré un poco de escalofrío al perderme en su negrura. Ella dirá con un tono irónico: “¿No me reconoces?” “Ya basta, soy la muerte y vengo por ti”. ¡Ay Nanita!
Nos quedaremos un momento callados. Ella reflexionará en voz alta: “El problema de los seres humanos es que piensan que la muerte es la negación de la vida. Nada de eso. Al vivir morimos y al morir vivimos. Si la humanidad supiera lo que le espera en el más allá, todos se pegarían un tiro al llegar al uso de razón. No es gran cosa, pero es mejor que aquí, simplemente porque uno está más solo y sin tantos fantasmas”.
Tomará con firmeza su guadaña y verá su reloj de arena, del que caerán unos granos apenas imperceptibles. Escucharé su voz metálica: “Ya es hora”. Le diré con un aire de suficiencia: “Tu tecnología está muy pasada de moda, creo que traes tu reloj adelantado”. “No, -responderá-, antes de venir por ti puse mi hora con el celular”. Sentiré un poco de miedo. Insistiré: “Déjame terminar de hacer el amor; déjame que me acabe esta copa; déjame concluir esta discusión; déjame decir unas últimas palabras para la historia”.
Ella suspirará desesperada: “Me choca venir por los queretanos, se echan unos rollos interminables.”. La muerte me dará un beso, sentiré el frío de su vacío. Suavemente me subirá en sus hombros.. En brevísimos instantes contemplaré nuestra esfera azul flotando en el espacio. Volveré los ojos hacia arriba, hacia el lugar que me espera (obviamente, dada mi bondad, una suite en el cielo). Quedaré maravillado. La muerte me preguntará: “¿En qué piensas?” Girando una y varias veces la cabeza hacia arriba y hacia abajo, como buscando comparar los lugares, le contestaré: “Pienso Muerte que, después de todo, tienes razón. La “rola” de la vida… no es para tanto”.