EL JICOTE
Cada quien tiene su estrategia para exorcizar sus miedos, en mi caso me imagino dialogar en mi último momento con la muerte. Lo tendré al final de una divertida comida con los cuates. Ya en los digestivos sentiré una leve molestia en el pecho, me diré como siempre, no es nada por qué preocuparse. El perfil de mis amigos se hará borroso y sus voces las oiré lejanas; un poco de sudor frío y un adormecimiento en el brazo derecho, harán que me recargue en la silla para que la incomodidad pase.
De pronto, la veré a Ella, ceremoniosamente sentada al lado mío. Intentaré ligármela: “Perdone Señorita ¿No cree Usted que se ha excedido un poco con su dieta?”. Ella se mostrará solemne como agente de tránsito a punto de pedir mis documentos “¿No me reconoces?”. Me preguntará. Displicente le contestaré: “Sí, aunque no de cuerpo entero, como ahora. De niño, la vi en las banderas de los piratas y en pomitos que decían “Veneno”. Ya de grande en los letreros de los cables de alta tensión. Puede denunciarme por acoso, pero es más atractiva personalmente”.
“Basta de sangronadas, -me interrumpirá- vengo por ti, prepárate a morir”. No perderé la calma y la barreré con la mirada. “Me disculpa -le diré- la muerte que venga por mi, será elegante, estará vestida como la muerte de Posadas, con sombrero, pieles, joyas. Usted francamente se ve muy naca”. “Bueno -intentará disculparse- lo cierto es que antes me vestía así, pero me asaltaron en un uber y ahora ando más modesta”.
Para distraerla le pediré: “Me permite su guadaña”. “No, la última vez que la presté a un mexicano se echó a correr”. “Pues francamente se ve artesanía muy chafa -le comentaré para provocarla- ¿La compraste en Sanborns?” “¿Por qué dices eso?” Contestará molesta. “Simplemente -le responderé- ni siquiera trae inscrito un letrerito, algo así como, “Ahí guárdamela”. “Te equivocas”. –Dirá- Volteará la guadaña y se leerá: “The End”.
“¡Qué bárbara! -le recriminaré- “Eso está muy gringo”. “Cuestiones de la globalización, así todo mundo entiende que ya se le acabó la película”. Ya más zacatón le rogaré: “¿Puedo dejar un mensaje a la afición mexicana?”. Mejor apresúrate, pues están a punto de traer la cuenta de la comida y puedes morir con un rictus de dolor que se te va a ver horrible en el féretro”.
Resignado aceptaré. Preguntará: “¿Listo?” “Listo”. Diré con voz firme. Una profunda punzada ¡Zas! Un telón que se baja, una luz que se apaga; todo negro, el ala de un cuervo que me cubre; ruidos y murmullos que se pierden. Otra vez la claridad, volaré sobre su espalda, tomado de sus clavículas. “Estás fría”. Diré. “La elegancia es fría”. Responderá. Veré sus cabellos escasos en su nuca. Le diré romántico: “Muerte, tú, yo, el silencio, la soledad”. “Ya Edmundo, que no traigo condones”. “Te has vuelto amargada”. “No lo niego reconocerá- el neoliberalismo me ha cargado el trabajo”. Finalmente dirá: “¿Verdad que fueron inútiles tantas depresiones por el temor a morirte? Y no por hablar mal de la competencia, “pero no vale la pena tanto atribulo por esta pendeja vida “