CONCIENCIA PÚBLICA
Es muy difícil apostar contra la probabilidad y más aún, contra una realidad que se impone inexorablemente. En las últimas semanas, el Presidente de la República parece que ha optado por la posibilidad de imponerse, a fuerza de tozudez y simbólicos mensajes, a la preocupación social y a la ominosa economía internacional, mientras una gran parte de la sociedad muestra preocupaciones muy diferentes a las que él marca como prioridades en las conferencias matutinas.
La reacción presidencial ante la presión social ha caminado entre el desdén y la indiferencia; en el caso de la emergencia sanitaria por el COVID19, mientras el resto del mundo eleva sus acciones, él tiende a minimizarla y darle un nivel menor, apostando tal vez a su suerte, o a su capacidad evidente de eludir y enmascarar la realidad en retórica envolvente. Se muestra pues, como un apostador confiado en sus fortalezas, que apuesta en contra de la tendencia.
También, como buen apostador, busca protegerse y ha manifestado que el sólo hará lo que los técnicos le recomienden, lo que la ciencia diga, así que si algo sale mal, serán los técnicos, -el expiatorio López Gattel y el ausente secretario de salud- los que fallen, no él. Su actitud no es del todo descabellada, pero está prendida con alfileres a sus propios datos.
Tendrá fortuna si el virus se contiene con pocos decesos y contagios limitados que no requieran del deteriorado sistema de atención a la salud. Esto podrá capitalizarlo a su favor, no importando que 12 estados y varias instituciones educativas y académicas se hayan adelantado a sus decisiones, implementando sus propios círculos de contención. Tendrá suerte también, si la responsable decisión de una buena parte de la sociedad, de los ciudadanos, particularmente de esos estados ya en emergencia y aislamiento, logra contener el contagio y se reduce el tiempo de permanencia del virus.
Por lo visto hasta hoy, los resultados, como en toda apuesta, dependen del azar y no de la confusa acción gubernamental que privilegia evitar el daño económico sobre la salud de sus gobernados. Contener y erradicar el mal requiere inevitablemente de limitar el contacto humano y con ello sacrificar actividades económicas cotidianas, y esto no parece compartirlo.
Es encomiable que se quiera evitar que la inminente crisis económica golpee a los más desprotegidos, sin embargo, parece que no se han dado cuenta de que eso ya es inevitable y que lo urgente es implementar los fondos y reservas para proporcionar a los comerciantes, pequeños y medianos empresarios, trabajadores formales e informales, apoyos para su economía y su sobrevivencia. Desafortunadamente, las capacidades económicas del estado se encuentran muy disminuidas como resultado de pésimas decisiones de inversión y un desordenado manejo de las finanzas públicas.
Es paradójico, que las únicas reservas con que cuenta el gobierno para hacer frente a la crisis que viene, son las constituidas en el periodo neoliberal que tanto satanizan en la 4T. Los fondos de estabilización y de contingencia, las reservas internacionales, los créditos revolventes, existentes hasta su llegada al poder, constituyen los únicos recursos con los que se cuenta para respaldar una apuesta tan riesgosa como la que está tomando el señor presidente. Desafortunadamente, serán insuficientes, pues parte de ellos se ha gastado ya en mantener un precario superávit primario, en fondear proyectos de infraestructura cuestionables y ampliar las dadivas de los programas sociales.
Es menester que el presidente de la república abandone su campaña permanente, su intento de pasar al panteón de los caudillos y trate de ingresar a la historia como un gobernante a la altura de su circunstancia.
En los últimos meses se ha mostrado distanciado de las preocupaciones sociales, y más ocupado en imponer una agenda que no responde a lo que la sociedad está demandando. Su falta de empatía, su menosprecio a preocupaciones reales, ha propiciado que ciudadanos, instituciones educativas y gobiernos estatales no respondan a las directrices federales y busquen sus propios esquemas de atención a la problemática social, a la emergencia sanitaria, mientras continúa desafiando a todos, banalizando lo que preocupa a muchos. Visto así, es como un apostador que está viendo perder sus fichas pero que, fanfarrón y socarrón sigue esperando que la fortuna le asista. En realidad, está convirtiendo la función de gobernar en un juego de azar, sin planeación ni proyecto, esperando que la suerte le favorezca. Todos quisiéramos que ganara, porque al perder él perdemos todos, sin embargo, el parece correr en contra de todos, incluso de la propia realidad que se niega a ver y reconocer que lo está rebasando. La transformación que desea no puede hacerla a contracorriente, es una apuesta riesgosa.