CONCIENCIA PÚBLICA
El primer trimestre del año no ha sido favorable para los empeños del presidente López Obrador de conducir la agenda pública. La realidad se ha impuesto sobre el discurso gubernamental y se ha manifestado en voces de diverso sello, que han relanzado los temas de su interés por encima de los asuntos que le interesan al gobierno. Han coadyuvado a la pérdida del control sobre la agenda mediática, los desaciertos de la administración gubernamental, que encarnada en un solo hombre, empieza a mostrar profundas limitaciones.
El improvisado lanzamiento del Instituto para la salud y el bienestar, INSABI, sin reglas de operación, sin recursos suficientes y sin una estrategia de sustitución ordenada del Seguro Popular, revirtió la intención de capitalizar el postulado presidencial de un sistema de salud universal y rompió, en el primer mes del año, el esquema temático de las conferencias cotidianas.
La rifa del avión presidencial actuó como un eficaz distractor, apoyado en el tema en el que mejor le va al presidente que es el del combate a la corrupción, pero tampoco ese recurso tuvo un impacto positivo, sino de chunga, de vacilada.
A estos errores, le siguió la rebeldía de algunos gobernadores, y en las calles, las mujeres se hicieron presentes exigiendo mayor atención del estado para su protección por la violencia imperante en casi todo el territorio nacional, cada vez más frecuente y más cruel, misma a la que el presidente ha respondido con una inexplicable indiferencia y hasta con arrogancia. La pérdida del control sobre la agenda ha llegado al punto de que hasta las diferencias entre los asistentes a las conferencias se imponen sobre los temas gubernamentales. Un pleito verbal entre dos “periodistas,” envió a segundo término los anuncios de la Unidad de Investigación Financiera.
Sin embargo, el que se haya perdido el control de la agenda pública no es lo más importante a señalar, sino el hecho de que la agenda gubernamental corre en dirección distinta a la del interés general. Dick Morris, en su libro “El nuevo Príncipe” (p.101 Ed. El Ateneo), enuncia lo siguiente: “El liderazgo es una tensión dinámica entre dónde piensa un político que debe ir el país y dónde quieren ir sus votantes. Las iniciativas osadas que dejan a los votantes detrás no son actos de liderazgo sino de arrogancia pretenciosa.” Es innegable que el presidente ha construido un liderazgo sólido. Las recientes encuestas muestran que su popularidad no disminuye, afianzada por su imagen de austeridad, franqueza y sencillez, no obstante, la aprobación a su mandato se deteriora y muestra ya, en solo un año, un descenso de 22 puntos según “El Universal” y de 19 según “Reforma”, acelerándose la tendencia a la baja en este primer trimestre.
Pasado el impacto de sus primeras decisiones para hacer realidad algunas de sus promesas de campaña, la gente espera ver resultados en políticas públicas más allá de los apoyos directos en programas sociales y eso se ha reflejado en los estudios de opinión. Estos, aparentemente no le son importantes para la toma de decisiones, impelido como está a imponer su ideología y conceptos, pero negar sus resultados lo puede llevar a un divorcio real respecto a la opinión popular. Por lo pronto, el no atender y menospreciar las muestras de inconformidad ya le arrebataron el control de la agenda. Sorprende que un político con el instinto de López Obrador, que supo integrar su discurso para llegar al poder, con base en la irritación social, hoy se muestre distante o desaprensivo del humor social que está generando su gestión. Es un político pragmático, que seguramente sabe que muchas de sus acciones no gustarán, pero es su deber trabajar para articularlas de tal forma que resulten aceptables, sin embargo, parece ser que le interesa más trascender como un idealista convencido de su proyecto, dispuesto al martirio, como uno más de los héroes nacionales a los que alude con frecuencia.
El futuro inmediato no es promisorio para la situación del país y enfrentar lo que viene va a requerir de una mejor actuación de la que ahora se ha exhibido por el gobierno. La política monetarista que ha seguido el Banco de México puede amortiguar por un tiempo los efectos del estancamiento económico y los factores externos, pero tarde o temprano trasladará los costos a la economía popular. Por otra parte las finanzas nacionales tienen demasiada presión para mantener el equilibrio presupuestal, ante la falta de ingresos y el crecimiento de las dádivas de los programas sociales.
Por el momento, el gobierno ha perdido el control de la agenda mediática y ha mostrado falta de reflejos ante legítimas demandas sociales, mientras la inversión pública y privada siguen retraídas y los proyectos para reactivar la economía detenidos y para colmo, ahí viene el corona virus a presionar a un sistema de salud endeble. Ojalá puedan reaccionar a tiempo.