QUERETALIA
Estimados lectores, basado en un estudio de John C. Super sobre la vida de las mujeres en el Querétaro virreinal, transcribo algunos interesantes puntos hoy que todo México nos unimos en favor de la no violencia contra ninguno de los géneros.
Los colonizadores españoles, liberados de las responsabilidades del matrimonio y con el único deseo de obtener oro y de alcanzar la gloria, vivían en el libertinaje, bebiendo mucho; jugando excesivamente y haciendo vida marital con las mujeres indígenas. Como éstas no daban el mismo sentido de permanencia a las relaciones sociales que les habrán dado las mujeres españolas, surgió una sociedad turbulenta y desordenada.
Durante las primeras décadas de la existencia de Querétaro, cuando era un poblado fronterizo y comercial asentado precariamente entre la Ciudad de México y las minas, había un mayor número de hombres que de mujeres. La escasez de mujeres probablemente contribuía a la instabilidad social. En los registros notariales, eclesiásticos y de la Inquisición que han examinado de 1590 a 1630, aparecen 462 mujeres españolas.
De 1600 en adelante, el número de mujeres españolas y su proporción con relación a los hombres se incrementó al grado de que para el fin de la época colonial era mayor que el de los hombres. En 1777 vivían en Querétaro 2,330 mujeres en comparación con 2,194 hombres; en 1778 vivían allí 3,025 mujeres y 2,307 hombres.
Distinciones sociales y civiles
Para el siglo XVIII el ser de origen español tenía mucho menos peso social respecto a las mujeres.
El título de “doña” fue siempre la distinción que se podía observar más fácilmente en cuanto al rango social de las mujeres. Las familias que habían inmigrado a Querétaro y habían adquirido la propiedad de grandes extensiones de tierras, logrado así un lugar destacado social y económicamente apoyado en el tamaño de sus fincas, daban a sus hijas el título de doñas. El uso del título por parte de las hijas (y de los hijos) fue un paso significativo hacia la legitimación social de las familias de inmigrantes.
Las leyes españolas hacían distinciones entre las mujeres de acuerdo con su estado civil. Las mujeres eran o bien solteras o casadas o viudas y sus derechos dependían en parte de su estado. Las solteras que vivían bajo la autoridad de sus padres o tutores, eran las que tenían menos derechos. Las viudas que tenían el derecho de comparecer ante los tribunales, de subscribir contratos y de administrar sus propios bienes. La mujer casada quedaba en una posición intermedia.
En general las leyes españolas colocaban a las mujeres en una posición subordinada.
La familia preocupaba de manera especial a la Corona, que la consideraba indispensable para la colonización. Consecuentemente, las leyes procuraban aumentar el número de mujeres y alentar el matrimonio.
Los colonos casados recibían más tierras, exenciones especiales para impuestos, indígenas para la construcción de su casa y preferencia para los cargos burocráticos.
La dote
La dignidad era una calidad que no se tomaba a la ligera. La manera más segura de conservarla consistía en tener una dote adecuada. Era un sistema bien controlado de reglamentar el aspecto económico de los lazos matrimoniales desde el punto de vista de las dos partes.
Los hombres ocasionalmente hacían algún obsequio de valor como reconocimiento por la dote o por la nobleza y virginidad de sus prometidas. Estos obsequios pertenecían de manera inalienable a la mujer y eran administrados y controlados por ellas.
Las dotes religiosas, sin embargo, no vinieron a menos como las seculares.
El convento de Santa Clara de Jesús era principal refugio que había en Querétaro para las mujeres solteras. La hermana Miriam Ann Gallagher, en el estudio que hizo de las profesas de 1724 a 1774 analizó las razones por las que las mujeres se recluían en el convento. Había muchas que tenían relaciones muy antiguas con el convento antes de profesar, que vivían allí desde que murieron sus padres. Otras no tenían dote suficiente para poderse casar en el nivel social que pretendían: y otras más tenían una verdadera vocación religiosa.
Las monjas de los conventos de Querétaro constituían un grupo muy selecto, ya que en toral eran solamente 197 en 1777 y 201 en 1773.
Los padres peninsulares probablemente recurrían más al convento porque se les dificultaba aceptar la idea de que sus hijas se casaran con mestizos o con castizos, lo cual hacían las muchachas de la localidad cada vez con mayor frecuencia en esa época.
Durante todo el siglo XVIII el convento desempeñó un valioso papel social. Era una institución que se amoldaba a los valores y a los ideales de la sociedad española, haciendo así que Querétaro fuera una más completa comunidad europea. De manera específica por el hecho de dar una alternativa para el matrimonio ayudaba a grupos sociales a eludir el cada vez más difícil problema de encontrar un marido para sus hijas.
Las mujeres y los negocios
Las mujeres ingresaban en el mundo de los negocios de la localidad de varias maneras. Además de la dote, recibían herencias de sus padres y de sus parientes. También recibían legados de sus esposos y de otros miembros de la comunidad.
Las mujeres obtenían la riqueza por medio de sus inversiones y de la administración de todos los conceptos anteriores o mediante su propio trabajo. La riqueza arrojó a las mujeres hacia la economía como una catapulta dándoles una fuerza económica igual a la de muchos hombres.
Las viudas en atención a sus circunstancias, tenían generalmente más razones para participar en los negocios que las mujeres casadas o solteras.
Los intereses económicos de las mujeres casadas son más difíciles de comprobar mediante documentos. Como esto se debe en parte a las restricciones legales, no se refleja la verdadera importancia que tenían las mujeres en la economía.
Aún menos visibles que las mujeres casadas eran las solteras, cuyo número era cada vez mayor en el siglo XVIII. La escasez de documentos de que se dispone acerca de los detalles de su vida nos hace suponer que la mayoría vivía como las solteras indígenas y las mestizas.
Las mujeres y la familia
El hogar era la sala de juntas donde se fraguaban las estrategias económicas. Para alcanzar el éxito era preciso utilizar correctamente los amplios lazos de sangre y personales de la familia. Pero estos lazos no tenían su origen inmediato en la unidad de residencia de la familia entera.
Los sirvientes cuyo número erra variable según las posibilidades de la familia, incrementaban en poca cuantía el tamaño del hogar.
Debido a las constantes relaciones que había entre los sirvientes y los miembros del hogar, las actitudes hacia ellos eran personales. Los amos y las amas de casa frecuentemente los consideraban como miembros de la familia. En los testamentos se establecían disposiciones tanto en favor de los sirvientes con los que no se tenía parentesco como en el de los hijos que los sirvientes mujeres tenían con los jefes de familia. Cuando los hogares eran grandes y de diversa formación étnica tenían gran importancia para establecer una uniformidad cultural en la población.
En los hogares vivían en promedio 5.5 personas y generalmente estaban restringidos a los miembros inmediatos de la familia o a los sirvientes.
Tanto dentro como fuera de su casa las mujeres de Querétaro se sentían poco limitadas por las leyes y costumbres relacionadas con la patria potestad. De conformidad con éstas el padre era la autoridad legal de la familia y tenía la responsabilidad de su esposa y de sus descendientes directos.
Dentro del hogar las mujeres ejercían una gran influencia sobre los asuntos sociales y económicos, ostentándose en muchos casos como iguales a los hombres.