EL JICOTE
En el caso de la venta del avión presidencial se cumple lo afirmado por Óscar Wilde: La realidad supera cualquier imaginación. El problema es que esta puntada, delirio o como se le quiera llamar, pero que al llevar a los límites del absurdo las veleidades e irresponsabilidad del Presidente, prende los focos rojos, me apena escribirlo, de su salud mental. ¿Qué le pasa al Presidente? Se ha convertido en enemigo de sí mismo. Ya se le olvidó su aspiración de estadista que prometió escribir una hazaña para la historia y se ha convertido en un guionista de un capítulo de la barra humorística de la televisión. La películas cómica: “La risa en vacaciones”, tiene un capítulo más: “Distrayendo con el avión presidencial”. Las repercusiones políticas son graves. Desde el punto de vista de la congruencia de su actuar público, la mayoría de la 4 T surgió y ganó simpatías pues sostenía su indignación contra una “minoría rapaz y depredadora”, pues ahora da la casualidad que los convoca para pedirles una limosnita. El Presidente se desautoriza, a los empresarios ya no les puede reclamar que tengan ganancias responsables, como reiteradamente lo ha dicho, los empresarios bien le pueden responder: “Sí, Señor Presidente, tiene razón, nuestras ganancias son irresponsables, pero tenemos que hacer nuestros guardaditos para luego apoyar sus convocatorias”. El Jefe de un cártel solicita moches, cuernos, cooperaciones, sablazos, un Presidente de la República convoca a una reforma fiscal seria y a fondo que atenúe las graves desigualdades sociales. Organizar una tamaliza para pasar la charola es testimonio de una impotencia institucional y es optar por la política de la presión oficiosa y extra legal. La cena y la pasada de charola exhiben, con absoluto descaro, lo peor de un presidencialismo: autoritario, demagógico, discrecional, amenazante y caprichoso hasta el berrinche. El papelito que les pasaron a los empresarios era: “Me comprometo a participar de manera voluntaria en la compra de billetes”. Lo de voluntario era una burla absoluta, cuando llegó el Presidente a la cena, inició con un: “Vamos a saber quién es quién”. Por si fuera poco el escarnio, asistió a la cena Raquel Buenrostro, Jefa de la Policía Fiscal. Sólo faltó que López Obrador dijera ante los aterrorizados empresarios: “A la Jefa de la Policía Fiscal, además de pasarle los registros federales de causantes de los aquí presentes, no le sirvan atole, sino Tehuacán y chile piquín”. Una cena que es un ejemplo de la política más baja, exaltación de la hipocresía, de la intimidación y una lamentable sumisión empresarial con la esperanza de salvarse de alguna auditoría y hasta chance de obtener una obra. En las mañanas el púlpito presidencial se convierte en patíbulo y en las noches en tienda de raya o descarada venta de seguridad. Renegando de su bandera de la corrupción, el Presidente garantizó a los empresarios que todo quedará en lo “oscurito”, pues no se transparentarán sus “voluntarias” donaciones. Comprar un cachito es colaborar con un grano de arena a favor de la política del engaño, de las ocurrencias, de la extorsión, de la tontería y de la impunidad presidencial. Comprar un cachito es decir: “Señor Presidente Usted ganó con treinta millones de votos, puede Usted hacer del país lo que se le dé la gana”. ¡No!, Por favor.