CONCIENCIA PÚBLICA
Para despecho de muchos de los creyentes en la 4T la verdadera gran transformación de México no emerge de la esfera gubernamental, mucho menos del iluminado primer transformador. El 9M ha sido un movimiento espontáneo de las mujeres, dolidas, hartas, encolerizadas por la violencia en su contra, y la manifiesta impunidad que campea en nuestro país.
La Ciudad de México, epicentro natural de inquietudes ciudadanas, ha sido el escenario en el que se ha presentado la inconformidad femenina más evidente. Manifestaciones múltiples y multitudinarias, siempre con detonantes específicos: violaciones cometidas por policías y familiares, asesinatos con saña, asesinadas por sus parejas, autoridades que no protegen a víctimas de acoso y violencia intrafamiliar, jueces que recalifican delitos y dejan en libertad a sus agresores y agravios a su condición de mujer, solapados, alentados, festejados por una sociedad que no logra desprenderse de prejuicios atávicos de formación machista o su versión menor de privilegio a la masculinidad.
“Las brujas del mar,” un colectivo así llamado, convocó a un día sin mujeres, para que podamos valorar su ausencia y esta convocatoria ha movido a toda la nación. Al llamado se han sumado la totalidad de las corrientes feministas para respaldar la lucha social contra la violencia y la victimización de las mujeres. Estas adhesiones han dado lugar a que, desde la cúspide del gobierno federal se intente descalificar al movimiento, enceguecidos por su paranoia y visión sectaria. Otros sectores, esos sí conservadores, tratan de confundir el objetivo de la lucha y difunden que se trata de favorecer el aborto y argumentan otras sandeces por el estilo.
No se confundan, ni nos confundamos todos, el 9 de marzo se trata de significar la ausencia de las mujeres, es decir, la ausencia de las vivas para magnificar la presencia de las que ya no están, de las víctimas de la violencia injustificable e intolerable.
Así sin personalizar, generalizando, porque no se trata solo de exigir justicia para Fátima o Ingrid, o las más de mil que han muerto en un año, sino de reivindicar un lugar en la sociedad, en la cultura, en los hechos cotidianos. No basta que en las leyes se proclame la igualdad de derechos, o se decrete la paridad en puestos directivos y de elección popular, si esto se niega en el comportamiento. Tampoco es suficiente que se aumenten penas y se configuren delitos agravados en razón del sexo.
Debemos entender que la manifestación de ausencia este 9 de marzo, es por el reclamo de una verdadera transformación social, que pasa por todo el cuerpo de leyes e instituciones, pero también por la erradicación de las conductas misóginas y discriminatorias. Es un llamado a una revolución cultural, moral y religiosa, en una sociedad repleta de atavismos a la que hay que sacudir para que la mujer ocupe el lugar que le corresponde.
La espontaneidad de este movimiento, y el respaldo social que ha provocado, en contra de los feminicidios solicitando mayor presencia del estado en su prevención y combate, muestra la profundidad del reclamo y la improrrogable necesidad de atenderlo en todas sus aristas y en todos los niveles. Adjudicar intenciones políticas a este clamor revela la limitada y sectaria imaginación de un gobierno que no se da cuenta que esta es la verdadera cuarta transformación.
Este es el rumbo que la sociedad quiere para su transformación, y si el gobierno no lo quiere ver, allá él y su miopía.
Habrá quien piense que se está sobredimensionando este llamado, pero no es así. Aún sin realizarse este paro femenino ya dominó la discusión pública, y se ha impuesto en la agenda incluso por encima de la pretensión gubernamental de hacer prevalecer sus temas de interés. Nos ha llevado a una reflexión profunda, a una introspección personal para reconocer que en algún momento, todos hemos sido machistas, misóginos y sobre todo injustos, tratando desigualmente a nuestras semejantes con base en las diferencias morfológicas.
Este movimiento nace para parar la violencia contra la mujer, pero nos ha llevado a reflexionar sobre el sedimento de esta violencia, sobre como la toleramos con nuestra indiferencia y sobre todo acerca del lugar que ocupa en las prioridades gubernamentales. Esto no le gusta a nuestro gobierno, pero seguramente este 9 de marzo ya no podrá privilegiar las rifas de aviones sobre los crecientes feminicidios.
Está claro que ésta transformación social no habrá de venir del gobierno, pero con movimientos como éste, será la propia sociedad la que genere el cambio, como lo ha hecho desde el siglo pasado. La transformación de México no la han hecho los partidos ni los gobiernos, ha sido la presión social lo que los ha obligado a modificar estructuras legales y administrativas para hacer un país más democrático y justo. Toca el turno a las mujeres, ya se hicieron ver y no pararán.