LA APUESTA DE ECALA
El regreso de la caravana que tiene como destino las Floridas —misma que fue asaltada en San Miguel el Grande y tuvieron que regresar— hace su arribo al conjunto de Colegios Jesuitas en Querétaro la madrugada del domingo 29 de marzo de 1767, son solo catorce carretas, doce jinetes y animales que ni siquiera supieron de quienes eran ¡todo fue un fracaso!
El encargado de tal aventura fue el abate Francisco Javier Clavijero quien recibe la orden de la Compañía de Jesús de trasladar este oro —que encubierto en chocolate– hacia las costas del norte de la Nueva España, pero el camino era en deriva complicado, máxime lograr tal obra.
Desde la salida de San Miguel un postal se refirió hacia el centro de la gran ciudad, informando lo sucedido, era de vital importancia hacer saber a la Compañía que el oro no había salido, que no fue posible completar la estrategia y que aún un por ciento grande de la cantidad total estaba en la ciudad de Querétaro la misiva era clara:
«No existen las condiciones para realizar este movimiento, deseo se me instruya de que diferentes maneras lograremos hacer este movimiento, los avisos de expulsión están cercanos y el tiempo apremia…»
El flamante sistema postal de la Nueva España —con apenas dos años de haberse instruido como instrumento de comunicación de la corona, debido a que con anterioridad todo era entre particulares y valijas— se daba el gusto de hacerse notar como un sistema confiable, lleno de seguridad de los contenidos de las misivas y en sí, de lograr llegar a su destino todo aquello referente a mantener con tiempo y exactitud, documentos y paquetes de vital importancia, para el acontecer de todos los días.
De igual inocencia, la Compañía tomó el servicio como un medio acreditado y con la confiabilidad de lograr que la misiva de aviso llegara a los superiores de la orden ¡craso error!
Una vez llegó a la oficina postal de la casa del diezmo de San Juan del Río un cuestor de la corona revisaba el sobre, que de puño y mano se leía de importancia por los sellos, que al recibir la orden de “esculcar” toda misiva entre la orden religiosa —y varias más— se tomó a bien abrirlo.
Oficina del Ayuntamiento, secretariado de armas y plaza mayor, capitán Eliodoro de Gonzo, misma noche que se apertura la carta de los jesuitas.
Debe de existir trabajo de mayor lentitud y degradación que el de administrar los documentos que se enviaban entre la ciudad del camino Real y la gran ciudad, en la real y reluciente valija de la corona de la Nueva España, no más de uno o dos al mes se llegaban —la costumbre de los habitantes de las ciudades de enviar valijas por caminos particulares y custodiados por sistemas de carretas y tejadas era desde la fundación de estas tierras por los europeos, no habría razón para hacerlo ahora de manera oficial—.
El capitán Eliodoro llevaba no en tiempo de más allá de los tres meses de haber llegado, con el entusiasmo de lograr una mejora en su salario y calidad de vida de su familia —como criollo— era una oportunidad máxima de hacerse notar como importante en las vías que se estrenan para los servicios postales.
—Así que a bien dígame carretero que documento le parece debe revisar su servidor, le recuerdo que este servicio se funda para darle mayores garantías a los habitantes y dar certeza a la corona que todo va bien.
Le entregó el carretero el sobre de la carta entre el Colegio de San Ignacio de Loyola en la ciudad de Querétaro y la Compañía de Jesús en la gran ciudad, la cual fue considerada como “relevante” para que se llevara a cabo una inspección.
Al recibirla el capitán opto su vista en varios sellos de seguridad —entre ellos no solo la cera sino algunos filos de tinta en lugares que pareciera era una especia de mapa— así que, en presencia del síndico del ayuntamiento, el secretariado del servicio postal de la Nueva España —y ultramarinos— se decidió abrir la audiencia para establecer la seguridad del documento y si en sospecha, soslayara asuntos privados o públicos en contra de la corona misma.
—Se da por iniciada esta audiencia en protección de los reinos de la corona y ultramarinos, para con el fin de saberse inmiscuidos los interpretantes de esta masiva en asuntos por encima del bien mayor—dictaba el síndico del ayuntamiento.
—Que se declare la apertura de la carta y se de lectura al contenido de esta, en presencia de los ya mencionados y signados para esta audiencia.
«… que sea de suyo sabedores de que no llegó a tiempo y comunión propia el contenido del cargamento a las floridas… que perdimos seis partes de un total de veinte del total y que ha sido fecha que no se ha recuperado, que seguramente los oficiales que se contrataron para lograr saber el paradero de lo faltante aún no dan signos de haber avanzado en sus diligencias, que de ello quede sustento que el cargamento total de más de cuatro mil piezas largas de peso de más de trescientos gramos de peso por barra de oro aún están en manos de la compañía en el colegio de San Ignacio… y que de no saberse las instrucciones precisas deberemos de enterrarlos en los lugares que especifico en el mapa que anexo… que de ello pronto respondan para el bien de nuestro sustento…»
El mapa se pasó de mano en mano a todos y cada uno de los lectores.
Un silencio dejó que la audiencia se mirase entre sí, una circunstancia era segura: todos los ahí reunidos eran los únicos en saberse informados de tal dato, fecha y cantidades, un lugar preciso de contención y que decirlo de más, de sentimientos de astucia y perspicacia hacia todos los intervenidos.
—¡Que de ello quede registro…!
—¡Un momento!… Sr. escriba, no deje constancia de lo que a continuación se relate — se interrumpió.
—¡Pero señor…!
—¡Es una orden!… ¿a cuánto en leguas está esto de este preciso momento?
—A solo unos cinco o seis a lo máximo.
—¿Cuánto tiempo llegará la carta a la gran ciudad?
—A no más de una semana o dos, falta el registro en Tepeji y el registro en la ciudad de Tepotzotlán.
—Bueno si sus mercedes me dan la atención …si lográramos ponernos de acuerdo y simplemente seguir el camino de la carta a su destino, claro tratando de evitar el mapa, fuéramos a por el oro a aquella ciudad, estaríamos hablando de cuanto más del menos de cuatro mil piezas de oro ¡cuatro mil! de al cuanto de más de unas seiscientas para cada uno de nosotros.
—¡Una fortuna! — exclamó el síndico, se decidió llevar a cabo la fortuna y dejar correr la carta postal hacia su destino —no sin antes haber realizado una copia— se extrajo el mapa, se devolvieron los sellos, se apresuró que la entre no fuera a más de allá de las dos semanas.
En dos días se organizaron y partieron hacia el lugar indicado en el mapa: un terreno anterior a la cara principal del Colegio de San Ignacio de Loyola, que se miraba pequeño y de bajo resguardo, máxime si las condiciones de la Compañía de Jesús en la Nueva España estaban colapsando de manera cercana, era a buen tono de llevar a cabo la aventura.
30 de marzo 1767, Colegio de San Ignacio de Loyola, Querétaro.
Una vez que se hizo el recuento de las carretas se decidió que el cargamento era en provisto de asegundes de acuerdo con la proporción, si se tomaba en cuenta que se enterrara ¿dónde colocar la tierra resultado de las excavaciones? de recurso inmediato a las vecindades les resultaría bajo sospecha tal acción, puesto que no se está construyendo nada.
Mirando las opciones a Clavijero le saltó la perspectiva de aquellos principales planos de la construcción del conjunto arquitectónico de San Ignacio Loyola, misma que yacen en la biblioteca conventual a la mano —solo es cosa de pedirlos— sostener a que parte de la ciudad pertenece y si hubiera conexión con aquellos antiguos caminos que comunican por debajo la ciudad española de los nativos.
Si hubiera caminos que comunican a diferentes edificios por debajo de la elegante ciudad, seguramente hay bodegas o resquicios de base, porque no puede ser solo simples caminos, se requiere de toda una infraestructura por debajo para mover a tantos indígenas y servidumbre.
Al revisar los planos descubrió un acceso por las escaleras principales del patio anexo al templo, debajo de entre el primer arco y el sistema de irrigación de la fuente, una simple tapa de cantera con base de metal le da construcción al acceso del pasadizo.
Al bajar determinan que la profundidad no da el aire suficiente porque los quinqué comienzan a pagarse…
—¡No será por aquí! llega un momento en donde no se lograr aspirar aire suficiente, y corremos el riesgo de hacernos de asfixia si bajáramos más.
Uno de los hermanos de la orden descubrió en otro mapa un acceso por detrás del Colegio mayor, que lograría abrir un acceso que al escalar da con la parte principal de la casa anexa al templo, con ello al abrirse permite la respiración y se refresca el túnel, pero tiene como característica que la escalera solo permite el paso de alguien de pie —de estatura pequeña— cargando en sus manos, algo es imposible bajarlo.
—Es de buen menester prender por debajo de todos los túneles del Colegio algunas cestas, con ello podríamos observar hacia donde sale el humo y si es de noche, inclusive que nuevas entradas o respiraderos, con los destellos.
¡Así lo prepararon!
Parte norte de la ciudad, por el río raudo y lleno de vigor —que ruge por las noches— esa misma noche.
El grupo de los síndicos del postal de la corona —que han llegado de San Juan — tratan de encontrar las características propias de los indicios del mapa que sustrajeron de la carta entre el Colegio de San Ignacio y la Compañía de Jesús en la gran ciudad.
Hacia la parte de arriba se divisa el gran cerro en donde en la punta está el templo anexo del Colegio que narra el mapa, se sienten cerca. La luz de la luna les marca con nitidez la vegetación pegada al río —árboles frondosos y de sombra ancha— les da respiro, han decidido no traer animales tan cerca de lo indicado del mapa, si lograran hacerse del cargamento lo tendrán que llevar a lomo propio hasta cruzar el caudal, llegar a los animales del otro lado y subir el cargamento.
Al mirar de noche no hay más que el cerro enfrente, de los lados la maleza verde, así como vivos pastizales que seguramente dan cobijo a numerosos ovinos, debido a la calidad del mantenimiento.
Una que otra separada pequeña casa, mirando hacia las laderas derechas una amplia meseta de vivos árboles —un semi bosque— y el río que truena por toda la noche llevando cauda amplia y en lugares certeros, peligrosa.
El bosque del otro lado cubre a los animales.
¡Es ahora o nunca!
Camina la ladera con sigilo para tratar de ingresar al Colegio de San Ignacio por la parte norte —se mira desprotegida— todos traen mosquetes —aquellos pesados de culata y cuerpo de una sola pieza— pesados como los que más, pero libres a un solo disparo, están dispuestos a todo, el hambre de lograr hacerse del cargamento que narra la carta y que se custodia por religiosos, les hacen pensar en fantasías de sencillez.
¡Es como robarle un dulce a una vendedora anciana!
Todos con el cuerpo echado hacia abajo corren tratando de esconderse en cada árbol que encuentran, como si supieran el lugar propicio por donde ingresar, al reunirse en una entrada de la parte norte descubren que no hay vigilancia, deciden entrar al Colegio, una pequeña puerta con una simple reja da razón de lograr ingresar pronto.
¡Hay un éxtasis en todo esto! una emoción pronta… les parece sencillo, ¡en más de lo normal!
Continuará…