ENCUENTRO CIUDADANO
El triunfo de la coalición Juntos Haremos Historia en las elecciones de 2018 prácticamente en todos sus frentes, se debió a un sólo factor: López Obrador, quién es el presidente que ha cosechado más votos en la historia del país. Fue un momento inédito.
Las ciencias políticas nos han señalado que la política depende de dos ramas distintas y necesarias de la labor del candidato: una, la capacidad de liderazgo y gestión; y dos, el carisma y la capacidad comunicativa. López Obrador manejo ambas con pericia.
Los mítines, los debates y la discusión pública, incluso la orgánica, dependieron de la capacidad de López Obrador para aglutinar a los suyos, articulando un mensaje adecuado y sabiendo defenderlo de forma solvente.
Como el líder fundador de Morena, López Obrador monopolizó el control sobre las zonas de incertidumbre del partido y la distribución de incentivos. Fue la cercanía con él lo que permitía a los miembros del partido emprender una carrera política. Pero el fuerte liderazgo político de López Obrador afectó el proceso de institucionalización de Morena. Como su líder fundador, garantizó y mantuvo la organización y sobrevivencia del partido. En Morena, este liderazgo fue funcional, porque aseguró su disciplina interna. Pero los últimos meses, la identidad organizativa de Morena no va de la mano con el destino político personal de López Obrador. Llama la atención que un partido joven, que ha alcanzado tales cotos de poder, esté enzarzado en una lucha interna tan virulenta, con posiciones tan antagónicas en donde, incluso, lo que parece ser la única razón de ser del movimiento reconvertido en partido, es la convergencia en torno a López Obrador. En este momento están en disputa las dirigencias estatales y distritales, pero nadie sabe con exactitud cuántos delegados se necesitan para convocar un congreso, los órganos internos se disputan su propia representatividad.
La crisis de Morena se agrava cada vez más, ya existe una conformación de fuerzas al interior que están abiertamente definidas y buscan el control político y económico, ya están en juego nada menos que mil 760 millones de pesos que son la prerrogativas que recibirá este año Morena del Instituto Nacional Electoral, una cifra que por lo menos se duplicará para el año próximo con las elecciones intermedias y de 17 gubernaturas, además de más de mil millones de pesos por aportaciones de representantes populares y funcionarios que la norma interna obliga a aportar al partido. La disputa es por la dirección, porque eso da acceso al dinero y a la designación de los candidatos a puestos de elección popular, en una elección que determinará, en muy buena medida, el futuro del gobierno y del país. Y como es conocido, la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación invalidó el proceso electoral interno de Morena con el que renovaría las estructuras de dirección nacional y en los estados.
Un acucioso analista señaló: “Así de crudo se describe la competencia política al interior de Morena, contraviniendo sus propios planteamientos ideológicos que terminan siendo letra muerta frente a la actuación carente de escrúpulo de actores y grupos que disputan con lujo de violencia las direcciones que ven en ello su futuro económico y político sin pudor alguno y sin importar el costo político que implique la degradación electoral”.
Al parecer el carisma de López Obrador no logrará el reordenamiento de su partido, ni conseguirá que la discrepancia de sus correligionarios se dé sin imposiciones. Con su distancia, López Obrador ha colocado a Morena en la orfandad política.
El pensador Irvin Yalom traza en una frase el abandono en que está Morena, “Cuando quedamos huérfanos, ya no hay nadie entre nosotros y la tumba”.
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