LA APUESTA DE ECALA
En un solar cercano a una declive, que de ir caminando se acercaba uno a la punta de la primera de tres pequeñas montañas, se logra avizorar tres casas pequeñas, el solar comprado por Don Diego de Barrientos Rivera —un acaudalado español que vino a fincar sus lares en esta nueva y extraña ciudad de Querétaro— que en preocupación de sus más allegados, le importaba en valía lograr hacer una universidad en esta tierra próspera de negocios y ganado, pero también en vasto lejana de una ciudad como tal.
—Sí no hay Universidad en esta ciudad, en nada se puede hacer con el progreso — insistía en cada charla que tenía con sus ya casi vecinos, que trataban de lograr que esta parte de la ciudad —la noroeste si la vemos como centro el amplio convento de Nuestro Seráfico Señor de San Francisco, también en construcción—.
Los trámites de su casona ubicada en la nueva Plaza de Armas estaban ya por terminar, de tal caso que su ocupación sería fundar una Universidad para aquellos que no hayan tenido a bien escoger como vocación el sacerdocio o ser misionero —para ello ya existía la Universidad de Propaganda Fide de los franciscanos—.
Así que, Don Diego de Barrientos, partió a la ciudad de México a entrevistarse con los priores de la Compañía de Jesús —o jesuitas como la gente los conocía— tuvo a bien ser recibido por el Hermano mayor de la orden José de Alimencia de Ortuño, de familia noble española y encargado de lograr hacer que la compañía tuviera incidencia en el mayor número de ciudades de la Nueva España.
Su entrevista versaba acerca de lograr llevar una universidad a la recién Querétaro, con el fin de que los mancebos avecindados —criollos y españoles en esa importancia— tuvieran mejores y mayores oportunidades de comerciar logrando que la plaza prosperara, por el sentido de no tener que viajar a la ciudad grande para obtener los grados de estudios y seguir con la vocación formadora de Diego Laínez, y como dijo su fundador jesuita: pedidos o no, llevaremos misioneros a los lugares hasta donde llegue España.
La intención de Don Diego era con una propuesta clara:
La familia Barrientos pondrá el total del costo de los edificios y la Compañía de Jesús, los modelos académicos, los docentes y las ordenanzas para lograr obtener los títulos en humanidades, bachilleres y aquellos con licencia en teneduría de libros y derecho. ¡La divina providencia decidirá!
Al tenerse frente a frente, el hermano mayor de la orden José de Alimencia de Ortuño, contaba ya con algunos planos de lo que sería un proyecto que tenían alistado para alguna ciudad, además de contar con la presencia de los quince jesuitas que llegaron con él y con el hermano Pedro Sánchez con carta de representatividad del General de la Compañía Francisco Borja.
—Don Diego en mucho apreciamos su tiempo, en mucho nos gustaría nos adecuara aquella intención de tan noble labor, de lograr financiar tal obra de estas magnitudes.
—Es relevante hermanos y Señor General, lograr ponernos de acuerdo en llevar instrucción universitaria a esta ciudad de Querétaro, que en mucho crece y no se mira un orden de especies en temas particulares de libros y derecho. Requerimos de llevar a cabo lo más pronto posible, debido a mi hijo está en la edad de lograrse como Bachiller y desea mantener la formación en humanidades.
—Vamos paso a paso.
Los jesuitas le mostraron un proyecto que gozaba de toda la seriedad y atención para estos menesteres, un cuerpo de convento, terrazas, huertas, dormitorios, casas de frío y bodegas de comida, así como una biblioteca y un pequeño pero hermoso templo de manufactura estilo medieval, que con sus contrafuertes distaba la nostalgia de las tierras antiguas de la Europa española.
A Don Diego le pareció el proyecto más grande en proporción que el terreno adquirido, pero los ajustes se harían con el tiempo y la atención necesaria.
—¿Qué existe en este momento en ese terreno Don Diego?
—Tres pequeñas casas que hemos acondicionado como Universidad, pero los catedráticos los tengo de la Real Audiencia, que yo mismo he traído para tal instrucción.
Los menesteres se hicieron y en unos cuantos meses, se lograron los permisos para fundar la Universidad, el templo anexo, el convento, las huertas y todo el conjunto religioso jesuita, con la atención de lograr preparar desde niños hasta jóvenes, no solo en el dote de la ciencia y la sabiduría, sino en lo humano y en la formación religiosa.
—Solamente que debemos recibir la cédula de permiso del conjunto de su ciudad, debido a que tenemos la Cédula del Rey Felipe II quien nos obliga, después partiremos unas cuarenta leguas hacia la ciudad de Querétaro, para lograr la fundación, ¿qué fecha ha previsto para tal menester Don Diego? y si es posible que lo sepa y a bien nos cuente ¿está el permiso de nuestros hermanos de la orden de Nuestro Seráfico Señor de San Francisco al tanto de tal fundación.
—¡Sí que lo están! son los más entusiastas en lograr esta universidad.
Los religiosos estuvieron supervisando los territorios para la construcción del conjunto religioso, las condiciones del suelo y las obras de ingeniería estuvieron basadas en su totalidad en el I Congregación General y la Ad generalem referenda est forma et modus aedificiorum nostrorum construendorum, que daba las bases para la construcción de los edificios, las reglas y los aspectos de arquitectura y diseño para la creación de obras, que se incluía la del conjunto religioso San Ignacio de Loyola —así se llamaba el proyecto—.
Los planos de este conjunto y de varios más fueron diseñados desde tiempo atrás, por el napolitano Giuseppe Valeriano, quien fincó las bases de lo que sería la manera de construir durante todo el comienzo del siglo XVII, ya se estaba construyendo el Colegio de Alcalá de Henares en México y que marca la línea de los demás colegios —para estos años ya había colegios en Francia, Italia y España ya habían construido la Universidad Gregoriana, el Colegio de Évora, quince colegios en Praga dentro de cientos más—.
El proyecto de San Ignacio de Loyola —aún no se le consideraba Universidad— representaba los pilares de la arquitectura jesuita, misma que ya evolucionaba en amplios espacios para dignificar a los estudiantes en las artes, la filosofía y la historia, por ello Alonso Pérez de Castañeda, quien había construido la Catedral de México, le había dado una vista a los planos del conjunto de Querétaro a quien le pareció prudente la obra, por el tipo de terreno que se estudiaba —cercano a un alto desnivel y de centro de roca pura—.
Fue así como en 1625 se funda el Colegio y Universidad de San Ignacio de Loyola en la ciudad de Querétaro:
« …al fin se llegó la víspera del día de la fiesta de la fundación del templo y colegio de San Ignacio de Loyola, misma que se celebró con repiquetes de campanas de todos los conventos e iglesias que había en el pueblo. A la víspera y oraciones de la noche, y con luminarias en las calles y azoteas y con otros fuegos de pólvora, que hicieron apacible la noche.
El día siguiente de San Bernardo, se adornaron las calles con colgaduras de seda y muchos cuadros, desde la iglesia de San Francisco hasta la nueva y pequeña iglesia, con arcos y flores y ramos por donde había de ir la procesión.»
Pedro de Egurola fue su primer rector de la compañía y comenzó toda una historia de los Colegio jesuita en la ciudad de Querétaro…
Así leía Francisco Javier Clavijero el libro de diarios y anecdotario de la Compañía de Jesús, en enero de 1767, que le fue entregado para su menester de lograr saber del todo lo que ocurría en la ciudad a donde daría las últimas instrucciones para lograr pasar por el norte —sin levantar sospechas— todo el oro de la orden y cubrirlo con chocolate.
¡Vaya encargo!
Dentro del propio diario que le fue entregado se le solicitaba que fuera cauto con algunas partes del conjunto conventual de San Ignacio de Loyola, debido a que se encontraban construidas algunas partes que no sabía el regular de quienes le habitan.
En sí, varios pasadizos que se conectaban con partes importantes de la propia ciudad.
Francisco Javier Clavijero sabía muy bien que los conjuntos arquitectónicos de la Nueva España gozaban del prestigio de ser joyas estilísticas de renombre —en propio por libertades de lograr hacer maravillas en estas tierras por los constructores— pero en esta ciudad de Querétaro, los peninsulares habían fundado el territorio como una ciudad española, en donde los nativos no tenían acceso a grandes partes de esta.
Los pasadizos por debajo conectan a toda la ciudad, los conjuntos arquitectónicos civiles y religiosos se entrelazaban por pasadizos de nos más de un hombro de ancho y de alto no más de que pudieran pasar ellos.
Clavijero estaba extrañado de lo que implicaba hacer pasadizos debajo de toda la ciudad, misma que resultaría que se construyera casi otra ciudad más, pero por la parte de abajo.
Cuando puso pie en la Universidad de San Ignacio de Loyola en Querétaro uno de sus menesteres de mayor interés era conocer aquellos pasadizos, los cuales consideraba llenos de desprecio hacia los iguales.
Sabía que, si la ciudad era de españoles, no dejar que los naturales ingresaran a las calles, los templos y demás centros civiles y religiosos era la afrenta de mayor grado que esta ciudad tuviera con los avecindados.
¿Qué hacer para que los españoles consideraran a los nativos cómo iguales? el ayuntamiento poco hace para que las condiciones de igualdad no solo existieran, sino que tan solo comenzaran a darse.
Una Universidad sería la razón perfecta para instruir a las personas en el mundo de la igualdad y las exigencias de ser todos verdaderos hijos de Dios, así lo pensaba y así lo haría.
La nostalgia invadía su corazón, porque la posible expulsión de la Compañía —que sabían perfectamente que sucedería— le dejaba impávido de saber que no habría instrucción alguna más para los civiles en Querétaro, si ellos se fueran de la Nueva España —como ya había ocurrido en otros lugares por el pensamiento de lograr la igualdad y la libertad de los nativos— ¿quién sería la orden encargada de continuar con una Universidad?
¡No se miraba quienes!
Cuando le reportaron el total del oro que se tendría que cubrir con chocolate amargo —que ya se tenía listo para tal ocasión— Clavijero quedó estupefacto de tal cantidad y del cómo lo haría.
—No veo más de unas veinte carretas que transportaran el metal hacia el norte de la Nueva España, para llegar a las floridas regiones del mar, de verdad que será complicado hacer este menester.
Comentaba con su ayudantía, un joven novicio de la Compañía que aún no era avisado del movimiento de expulsión, pero que con entusiasmo ayudaba en todo al jesuita.
—Hemos ya cubierto cada una de las piezas de oro con chocolate maestro, pero en mucho el peso es demasiado para cada carreta, si las distribuyéramos en un para más, lograríamos aminorar el peso.
—¡Serían entonces unas cuarenta carretas! no las tenemos y no hay tiempo.
Mientras en los patios de la huerta de la Universidad San Ignacio de Loyola se hacían los preparativos para enviar el cargamento hacia el norte, le fue avisado al rector de la institución que alguaciles de la corona —provenientes de España— estaban requisitando una auditoría de los bienes de la orden, traían sellos y firmas reales del mismo Rey Carlos III.
Los papeles fueron mostrados a Clavijero, quien en silencio los leía.
Ya los visitadores estaban ingresando al conjunto jesuita, el personal escribía de todo lo que encontraba, pinturas, esculturas, talles, muebles y por supuesto cantidades de oro y monedas. Les llamó la atención las carretas con chocolate, se acercaron y dieron cuenta de cada una de ellas, las escribieron en un libro y fueron claros con el encargado:
—¿Hacia dónde va ese chocolate? — directo fueron con el jesuita Clavijero.
—¿Juzga usted señor visitador que requiere de permiso para transportar este producto? en si es simple comestible y de buen sabor.
Tomó una palanqueta de chocolate, la abrió de su papel que le cubría y rompió un trozo para dárselo, otro más para el visitador contiguo y él mismo tomó otro.
—Rico de verdad— insistió el auditor. —De aprovecho y atención a su visita, ¿lograría Usted excelentísimo darme por escrito algún permiso para yo poder transportar esta cantidad de chocolate hacia el norte? y evitarme este ejercicio con cada uno de los oficiales de comercio, de no ser así, vaciaré las carretas de mis cantidades por estar ofreciéndole a cada uno un trozo.
—¡no vero razón por la que no le dé el permiso!
Tomó su pluma y esgrimió elegante escritura, firma al calce con un permiso a toda obra y magnitud para lograr sacar dicho producto hacia las floridas.
Continuará…