SERGIO ARTURO VENEGAS ALARCÓN
Hoy se cumplen 15 años de la muerte de nuestro mayor poeta: Francisco Cervantes Vidal, único queretano recipiendario del premio de literatura “Xavier Villaurrutia” y cuyas cenizas reposan en el panteón de nuestros ilustres, pero su obra y espíritu navegan entre el “Gómez Morín” y las calles de Lisboa. Era hijo pródigo de Querétaro y Portugal, inoculado con el virus de Pessoa y por tanto dueño de un espíritu repartido entre las callejuelas de nuestra ciudad, los bares lisboetas y las aulas de Coimbra.
Por allá debe revolotear, rebelde y solitario, desprendido -el domingo 23 de enero de 2005- de su cuerpo gastado, del que estaba harto, sin remedio ni esperanza.
Andará buscando su alter ego en las vetustas librerías del Barrio alto o, mejor, en la tabernita del Rossio para beber ginjinha o un café en la Praca do Comerco.
Traía la saudade a cuestas. “no hay una palabra en castellano para nombrarla” ilustró una tarde de su penúltimo año, frente a la última botella de Porto del restaurante Josecho, ante la imposibilidad de ahogarse en las aguas del Tajo, “El Tello”.
Lo conocí hace 34 años en el Teatro de la República. Recibía su primer reconocimiento en Querétaro: el premio Heriberto Frías 1986, de manos del entonces gobernador Mariano Palacios Alcocer. El segundo se lo otorgaría, mucho tiempo después, Ignacio Loyola Vera, al darle su nombre a la biblioteca estatal, en el Centro Cultural “Manuel Gómez Morín”.
No era un hombre que buscara medallas, aunque estaba más que orgulloso de recibirlas y consciente de merecerlas. Los mismo las más altas condecoraciones de los gobiernos de Portugal y Brasil, la Don Enrique y la Orden de Río Branco que el Xavier Villaurrutia, de poesía en México.
Venía de todo Francisco cuando volví a encontrarlo, de la mano de Miguel Bringas Rodríguez (qepd), uno de sus amigos más entrañables y enlace definitivo para redescubrir al mayor poeta queretano del siglo XX, mostrado sin veladuras en sus últimas colaboraciones.
Cervantes tuvo con Querétaro una relación dificultosa, como con sus mujeres. Muy joven se fue, enfebrecido por el Maoísmo. Regreso a morirse, traído -decía- por los mismos que los corrieron.
Venía de todo y de todos. De Pessoa, de Benítez, de García Márquez y hasta de Vargas Llosa, al que despreciaba y cacheteó una tarde en la casa de Octavio Paz, por maltratar a una mozuela.
Vivió intensamente.
Ganó carretadas de dinero como creativo de publicidad. A su ingenio se deben grandes campañas vitivinícolas, como aquella de “si las cosas fueran fáciles, cualquiera las haría” o de una tarjeta de crédito “tan efectiva como el efectivo”. Todo me lo gasté en mujeres y vino, presumía.
Estaba orgulloso de su estirpe cervantina. Todos los Cervantes del mundo procedían del Manco de Lepanto, según su leal entender, menos uno que trabajaba en la UAQ y se llamaba Modesto. “No puede haber un Cervantes que sea modesto”.
Sobre los 400 años del El Quijote escribió su último trabajo “Gloria y elevación a través de Don Alonso Quijano”, publicado el 3 de enero del 2005 en el suplemento cultural Barroco, del que fue entusiasta promotor y en el que había vuelto a las letras, tras varios años de retiro. “Cervantes por Cervantes” le pusimos.
Antes nos había conmovido con un relato para diciembre “Nostalgias navideñas”. Pídale que escriba sobre cómo eran las navidades de su niñez, las posadas, los carros bíblicos y eso, propuse a la coordinadora Margarita Ladrón de Guevara, hoy funcionaria municipal. Cervantes rebuscó en los cajones de su infancia y encontró hasta las canciones con que lo arrullaba su madre. A corazón abierto, pues.
Está dictando sus memorias y quiere publicarlas aquí, en entregas semanales, me informaron. Ya no fue posible.
De su pasión por la palabra da cuenta Gabriel García Márquez rendido ante las contundencias de sus títulos, los mejores según el Premio Nobel de la Literatura. A saber: El sueño del juglar, Caballero a la medida, Materia del Tributo, Cantado para nadie, Heridas que se alternan, La música no tiene quien la escuche o los Huesos peregrinos.
Roca Barroca, rebautizó el erudito a Querétaro.
Se dejaba querer como bien lo saben sus afortunados alumnos y unos cuantos amigos a los que dispensó afecto de hermanos, la crema de la intelectualidad, que se reunían con él los jueves en una peña de las calles de Pasteur.
-Ya no les voy a durar mucho, me dijo la noche del 23 de diciembre del 2004, hace poco más de 15 años, justo un mes antes de morir, en la modesta vivienda rentada a la Junta Vergara. Estaba en pijama, vigilado por dos de sus discípulos-asistentes. Sobre un buró, la cena: vaso de leche y pan dulce.
Buscaría a sus hermanos, contó. Sobre todo al mayor, distanciado desde la muerte de su padre. Quizá hasta podría arreglar pendientes con su primera mujer, que tanto lo sufrió. Se quería poner en paz, antes de regresar al Tajo.
Anduvo despidiéndose.
El sábado 22 de enero de 2005 comió en Sanborn´s con sus alumnos y uno de ellos le llevó para cenar una torta de La Mariposa. A la mañana siguiente, la del domingo 23, su doctora lo encontró muerto. Le avisó a Miguel Bringas y éste a sus dos hermanos.
Fue velado como obrero en la capilla del Seguro Social, ignorado como siempre, o como casi siempre, por el poder. El mejor homenaje que se le puede hacer es leerlo, dejo caer José Luis Sierra en la capilla más que ardiente del poeta.
Creía Cervantes no tener reconocimientos pendientes. Estaba equivocado. Roberto González, el director de difusión cultural de la UAQ, urdía y le promovía el Honoris Causa. Ya no hubo tiempo. “Estudié derecho en la Universidad de Querétaro, pero no me titulé. Yo el único título que tengo es el del hijo de la chingada” soltó aquella memorable tarde en Josecho, con una copa de Porto en la mano y en la otra su cayado, al que adoraba, decía, porque siempre estaba así, callado.
En esa imagen entrañable se inspiró el escultor que lo escaneó en el bronce colocado a las afueras del Museo de la Ciudad. Sin embargo, la UAQ aún le adeuda a su máximo escritor ese doctorado, pero estoy cierto de que Querétaro también le debe a Francisco de Paula Hugo Cervantes Vidal, el último de los queretanos ilustres y el único lusitano nacido aquí, una calle de una de sus dos ciudades más amadas. Cervantes, personajazo.