EL JICOTE
Maquiavelo afirmaba que “gobernar es hacer creer”. López Obrador ha utilizado como principal instrumento para gobernar la palabra, ha hablado y hablado, todas las mañanas informa, orienta, responde: fija la agenda de los temas públicos. El problema es que, como afirmaba De Gaulle: “Los políticos que hablan mucho corren dos peligros: repetirse y contradecirse”. El Presidente se repite, se contradice y últimamente, pareciera que lo hace a propósito, da pauta para todo tipo de chacoteos. Lo que no ha intentado, porque no le gusta viajar, tener una imagen internacional, con lo del avión lo ha logrado: se ha convertido en un hazme reír mundial. Sus desvaríos risibles tienen calidad de exportación, desbordan nuestras fronteras Tiene una compulsión tan incontrolable por hablar que pareciera encerrar un problema psicológico de diván, como que tiene miedo a que algo o alguien, que no sea él, fije la agenda de la información y el debate; le arrebate la atención o el corazón del pueblo; que deje ser el sol, no Luis Miguel sino el astro rey, y que la opinión pública ya no gire a su alrededor. En el escenario político él debe ser el único actor; el tlatoani “el que habla”. Pero independientemente de mis muy chafas interpretaciones sicológicas, políticamente es muy claro, el cemento con el que López Obrador ha sostenido su gobierno es con la palabra. Como diría Ortega y Gasset: “Ese poco de aire estremecido que desde la confusa madrugada del génesis tiene poder de creación”, En el caso del Presidente no ha sido un “poco de aire estremecido”, sino un huracán que ya no utiliza para informar o tratar de llegar a la verdad sino para ocultarla en una maleza de ocurrencias, giros desenfadados, amenazantes y desordenados. Ha vaciado los conceptos y los ha pervertido. Después de más de un año ante los micrófonos ya no son posibles esos errores como cuando hizo equivalentes a los pobres con las mascotas; o como cuando se erigió especialista en sargazo. Nuestra segunda respetuosa sugerencia al Presidente República es, en forma inmediata, dosificar sus intervenciones, que piense en silencio antes de hablar; que la improvisación, que ahora es lo general, sea la excepción. Es necesario recuperar la fuerza, la profundidad, el matiz y lo trascendente de la palabra. Que recuerde la palabra “Paracharazein”, que era una palabra terrible, que angustiaba a los griegos. Literalmente significaba: “desgaste de la moneda”. Sin embargo, Eurípides prefería aplicarla a la pérdida de respetabilidad del lenguaje de los políticos, pues consideraba que esto último era más grave que cualquier empobrecimiento material. El discurso de López Obrador ya da muestras de graves signos de agotamiento, su moneda de comunicación empieza a provocar más burlas y carcajadas que persuasión y autoridad.