VOCES DE MUJERES
Cuando era niña me fascinaban las piñatas. Esas obras de arte que afloran del ingenio mexicano y que llenan de alegría nuestras fiestas me generaban una enorme ilusión. En las posadas que se hacían en la calle donde vivía mi abuela adornaban las piñatas de siete picos con papeles multicolores, las rellenaban de dulces y frutas y las colgaban de poste a poste esperando la hora de iniciar con los festejos. No había nada como ver caer aquella cornucopia de sabores que entre todos los vecinos se habían esmerado en conseguir. Cuando nacieron mis hijos pocas cosas me causaban más emoción que elegir la piñata más espectacular para celebrar sus cumpleaños y ver la felicidad en sus caritas.
Mi fascinación por las piñatas terminó el día en que me vinieron a la mente como una analogía de mi país. Este país hermoso con sus valles, desiertos y montañas; rios, lagos y mares; con la flora y fauna más sorprendente, las ciudades más bellas y sus maravillosas pirámides, pero sobre todo con esa gente excepcional, buena e ingeniosa con la que tengo la dicha de convivir todos los días. Y lo imaginé como una enorme piñata, repleta de riquezas, colgando imponente de una cuerda para admirar su grandeza. Y al igual que como ocurre con una piñata los mexicanos y las mexicanas nos formamos para agarrarlo a golpes y destruirlo con el palo de la corrupción e impunidad, ávidos de ver caer sus riquezas a nuestros pies para tirarnos al fango a recogerlas y agandallarnos la mayor cantidad de bienes, evitando a toda costa que el otro logre irse con “mis dulces” en un afan de impedir que tenga más o mejor que yo.
Y recordé a un gobernador que inyectó agua salina a niños con cáncer para robarse el dinero de las quimioterapias, dinero que hoy permite que su esposa viva en la abundancia en Inglaterra; pensé en los tzares del narcotráfico que han sembrado cadáveres por doquier con tal de hacerse millonarios vendiendo veneno a nuestros jóvenes; me asqueé al ver a los políticos revolcarse en el lodo con tal de meter mano a las arcas del pueblo; vi los ojos de los niños y niñas violentados por sacerdotes y pastores encubiertos por iglesias y como exhibían el cadáver de una periodista asesinada por escribir la verdad. Escuché la burla en la voz de un presidente municipal que “nomás roba poquito” y el cinísmo de un ex-senador que debía 900 millones de predial. Y me ensordecieron las carcajadas de un gobernador que da contratos inútiles a sus amigos desde una mansión más grande que las clínicas sin medicinas a las que miles de padres y madres de su estado tienen que caminar por caminos sin servicios para llevar a su hijo a ver a un médico que no tiene con que curarlo. Y recordé al industrial que todos los días derrama químicos en las presas, al empresario que miente al IMSS y al fiscal que se niega a investigar feminicidios. Y lloré con las madres de las asesinadas y con las que recorren el país buscando a sus hijos e hijas, porque no sólo nos faltan 43, nos faltan miles de hombres, mújeres, jóvenes y niñas.
Pero también pensé en el vecino que se pasa el alto; en el compadre que contamina con su coche, sus bolsas y sus popotes; en el estudiante que plagia una tesis; en el abogado que da mordidas para poder lograr un fallo incorrecto. Y recordé a mi amigo que evade impuestos y al que no paga lo justo a sus trabajadores; a mi comadre que regatea y violenta a las artesanas y al inspector municipal que humilla a las indígenas; al compañero de mi hijo que acosa a las niñas en la calle; al que hace trampa en sus exámenes y al primo que violenta sin piedad a los que comparten su casa. Y vi con claridad al que discrimina al que tuvo menos oportunidades que él por su pobreza, por tener otro color de piel y por creer en un Dios que no es el suyo y a la diputada que desde su doble moral juzga y violenta al que ama diferente y a la que no quiere ser madre.
Y me di cuenta que por años la mayoría de las mexicanas y mexicanos nos hemos quedado paralizados viendo sin meter las manos como otros destruyen nuestro país a palos y como nos callamos cuando otros aplauden y vitorean al más corrupto esperando que les de un hueso igual que aplaudimos en las fiestas y las posadas a los que sabemos más fuertes y hábiles para romper las piñatas.
El día que comprendí que México está roto y que nosotros lo rompimos a palos dejaron de gustarme las piñatas.