LA APUESTA DE ECALA
Caminar sobre la calle de paseo de la fuente Castellana —una vez que el incendio del Alcázar terminó con él y los nobles españoles comenzaron a construir suntuosos palacios— no le restaba la pestilente ciudad y lo insalubre de sus costumbres, no solo es dejar que los orines y desperdicios humanos corran por las callejuelas, la imposibilidad de lograr darse un baño cada semana y la podredumbre de la comida —a pesar de tantas especias para tapar el mal sabor— distaba en mucho, que Madrid sea considerada un ciudad como tal.
¡No señor! Madrid es un cúmulo de apestosas costumbres.
El Rey Carlos III —bisnieto del rey Luis XIV de Francia, considerado el mejor alcalde de Madrid— tuvo a bien tener a costumbre lograr que la ciudad evolucionara a un centro de las artes, de las ciencias y en especial de la salud.
Por su cabeza resuena la guerra para retornar a España la región llamada Honduras en la Amerindia y el haber perdido Quebec, en las altas colindancias de las nevadas tierras más allá del ultramarino, enfocado ya en su reinado no solo de Nápoles, Sicilia, Pompeya y Herculano, sino de Polonia misma.
Pero ahora, el deber le llamaba a lograr que Madrid obtuviera un lugar digno de permanecer, sin tener que luchar con los molestos olores, las moscas que en nubes rondaba la ciudad, y establecer correctamente que nadie debería ya andar por la ciudad con el rostro cubierto —pareciendo tunares de saqueos y malas costumbres de estudiantes, que solo buscaba la vagancia y al mal vivir— ¡fuera vagos y malvivientes! por toda la ciudad se escuchaba.
Para ello la pobreza de la población de Madrid —de verdad exagerada y comiendo mendrugos— la opulencia de la corte — de los ministros de justicia— necesitaban solo un motivo, un simple empeño del desorden, para que ardiera la incertidumbre, la ciudad estaba en espera de lograr una igualdad.
Un personaje cercano al rey Carlos III era Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache —una zona de la Italia del mar de Catanzaro— que a bien tenía el puesto de ser el secretario de Guerra de tan noble y extenso imperio español.
En su cercanía al Rey, no dudó en comenzar a llevar a cabo aquellas reformas que cundían por todo el reino, las ilustradas decían algunos, que tenían a bien, por orden de herencia del rey Felipe V de Borbón —en 1700— que se aplicaran de facto — que ocasionaron una guerra intestinal española y la llegada de Napoleón a estas tierras, simples décadas anteriores—.
¡Pero por Dios que las llevaría a cabo!
1766 casa del Virrey Carlos Francisco de Croix, llega un primer aviso de visitorías al reino de la Nueva España.
Uno de los problemas que más arenga a la Nueva España en estos momentos, es la calumnia y los desórdenes que han provocado un grupo de jesuitas dentro del reino, el movimiento ha sido contado ya por miles de seguidores, siendo fieles a la herencia del Rey Felipe V, lograrían que las reformas de la ilustración permearan a todos los conocidos.
Cuando del Virrey de Croix leía el reporte de verdad que guardaba compostura para saberse, del todo, contento con lo leído.
— Así que dígame contramaestre de Luz del Sagrado Corazón ¿es verdad todo lo que mis ojos leen?
—Sí su excelentísima, los jesuitas han hecho eso y demás, que de por sí logre un servidor de Usted acercarle la verdad de los hechos de primera mano.
—Continúe.
El informe databa varias fojas de libros extensos, por un lado, sacerdotes jesuitas escribieron largos textos acerca de que asesinar a un español no era pecado — Mariana, Busembaum y Cienfuegos eran los autores—.
«está usurpada la autoridad real, desconocida y precaria la diocesana, y atropellado el dominio que a los indios pertenece en el manejo de sus propias haciendas»
Escribía Mariana.
—¿Estos sacerdotes lo hicieron bajo juramento ante el Papa?
—No obedecen al Papa su majestad.
Levantamientos en Paraguay con resistencia indígena, además de no obedecer el mandato de 1750 acerca de las Reducciones, un golpe e intento de desafiar los mandos de los ayuntamientos de Río de la Plata y La Compañía.
«se presume negocian con Inglaterra una separación de las tierras de California y Tierra del Fuego»
—Son unos verdaderos gamberros estos jesuitas.
—¡Sí que lo son!
«sus haciendas son extensas y ricas… ¡más que ricas! llenas de fastuosidades y excentricidades, han inclusive hecho fraudes que sobrepasan lo imaginado, por una parte, negocian con la azúcar del Orinoco la venden a los ultramarinos y la venta de indios en Paraguay»
—¿Cuál considera la causa de esta decisión?
—El Rey lleva varias décadas interviniendo en sus asuntos académicos, por una parte, se les han hecho reformas a sus sistemas de enseñanza, que por cuestiones no les ha parecido lo correcto, se modificaron para incluir historia eclesiástica, literatura patrística y otras disciplinas “modernas”, como las matemáticas, la física experimental, y el derecho natural y de gentes. Las cátedras de la escuela jesuítica quedaron extinguidas y se dispuso la vuelta a las Sagradas Escrituras, a la Patrística y a los Concilios, es decir, a la más pura ortodoxia de las fuentes doctrinales, así su señoría.
—Esto es una reforma universitaria completa.
—Así se cuenta su señoría.
La lectura del vasto reporte incluía una parte en donde el Virrey Carlos Francisco de Croix, debería de colocar sus observaciones, determinar la gravedad de las faltas y estar cercano a la decisión del Rey Carlos III, porque en ello estaba que cualquier orden dada, apreciaba en mucho las intenciones de la corona en tal vez, una de las acciones más osadas jamás vista en la Nueva España y la España misma…
… la posibilidad de la expulsión total de los territorios, tema que se ha tocado con cuidado y extrema cautela.
—Apreciaría en mucho su discreción contramaestre de Luz del Sagrado, en ello va la atención al Rey.
—Así se hará.
Madrid, marzo de 1766.
Treinta mil personas realizan una revuelta exigiendo al Rey Carlos III la renuncia de Esquilache como secretario de guerra de la corona, debido a una serie de imposiciones —que buscando la paz en Madrid— subió los precios de los productos para las personas, cortar las capas —que se usaban hasta los tobillos— dejar al descubierto el rostro —no usar pañoletas como los tunantes— y usar el sombrero napolitano de tres picos —tricornio, para evitar la propagación de los piojos—.
La gente enfurecida estuvo a punto de quemar la ciudad entera, en aquellos años Madrid tendría unos ciento cincuenta mil habitantes, y la revuelta le daba el temor al Rey de que colapsara las obras de sanidad de la ciudad.
Al Rey no le quedó otra que expulsar a su secretario de guerra por tan disparatadas acciones, a lo que el italiano fue claro en la carta de renuncia:
«yo he limpiado Madrid, le he empedrado, he hecho paseos y otras obras… que merecería que me hiciesen una estatua, y en lugar de esto me ha tratado tan indignamente»
Madrid volvió a la calma, pero dejó claro una cosa:
Si todos se ponen de acuerdo, pueden tumbar el poder.
En la fiesta religiosa del Sagrado Corazón de Jesús, el 25 de junio de 1767, por todos los territorios de la Nueva España y más allá de sus límites, una carta se abría en las diferentes rectorías de los conventos, casas, haciendas y conjuntos arquitectónicos de la Compañía de Jesús.
Más de dos mil quinientos jesuitas de toda la Nueva España fueron citados en octubre en la ciudad de Veracruz, para lograr la expulsión total.
¡Cundió el caos!
Los que venían de tierras de mineros les fue de lo menos dificultoso, pero aquellos de zonas del norte de la Nueva España, les era una misión casi imposible de realizar.
Las selvas, los bosques y los desiertos pusieron a prueba la logística de los jesuitas, quienes a ciencia cierta no sabían el motivo de tal acto —en la carta se especificaba con detalle por qué—.
La Habana, Antonio María Bucareli y Ursúa Capitán General de la operación de expulsión de los jesuitas, octubre de 1767.
Gracias a su tenacidad y esfuerzo, más de dos mil jesuitas no pernoctaron el tiempo extenso en la ciudad de la isla, de hacerlo, colapsaría la encomienda del Rey Carlos III, que buscaba el camino: Veracruz, La Habana, España y después el destierro a otras latitudes.
Todo se hizo con estricto escrutinio, pero si Madrid que gozaba de la atención del rey apenas y causaba logros en su sanidad, la Habana era un escurridero de enfermedades como la sífilis, el vómito negro —fiebre amarilla—, diarreas, modorra y calenturas.
Treinta y cinco jesuitas mueren por estas causas, los demás fueron embarcados con fiebres bajas, diarreas y mareos extensos.
En el movimiento se ahorraban toda clase de gastos, donde cabrían veinte personas metían cuarenta, los jesuitas iban acinados como esclavos, les quitaban sus pertenencias —la orden les permitió solo llevar personales— bachilleres ancianos de 60 años fueron expuestos al mar —nunca habían navegado—.
El primer reporte hacia el Capitán de la Habana era concreto:
«se han llevado ya más de cuatrocientos religiosos hacia el rumbo de España, en sí por los corrientes ultramarinos, se han llevado solo sus enseres personales, los menos han fallecido en el trayecto, tres para ser exactos, y los más se quejan de constantes mareos y vómitos…»
Un anciano bachiller dispuso en su travesía escribir una pequeña correlación de su situación.
“La desfachatez de los italianos que les preguntaban que si allá —en la Nueva España— había sol igual que acá, y que si las mujeres eran igual a las de Bolonia, y que si allá también llovía, y que si la misa era igual o distinta, y que si era verdad que las calles eran empedradas en oro y los caballos se sujetaban con arneses de plata, y que si era cierto que allá había gente pequeñísima o bien gigantescos patagones, les hacían reír…”
A finales de mayo de 1768 —algunos jesuitas tardaron casi un año en partir de la Nueva España— el reducto jesuita era el mínimo y estaba ya fuera de todos los lugares, la expulsión había sido concretada con éxito.
Madrid junio de 1766, reporte al Rey Carlos III, de lo ocurrido en marzo anterior inmediato.
«…existen verdades justificables acerca de que los religiosos de la Compañía —jesuitas— estuvieron en el motín para la expulsión del secretario de guerra Esquilache, encontrando evidencia suficiente para entender que están ellos construyendo las revueltas en diferentes lugares del reino y más allá de ultramarinos, levantando a indígenas…»