EL CRISTALAZO
Muchos lustros, decenios en verdad, ocupó la infinita perseverancia del Señor Presidente en el trabajo de movilización social y adhesiones, persuasión, prédica, evangelio de redención de abajo hacia arriba, de honestidad pública, de sencillez en la vida privada, medianía juarista, furor “magonista”, moralidad “reyista”, y cultivo de simpatías entre los desheredados, menesterosos, pobres o al menos desencantados de la vida social, municipio por municipios, una y otra vez, hasta llegar a la cima del poder Ejecutivo.
Mucho tiempo para el arribo y muy poco —un año—, para consolidar con las múltiples y casi infinitas herramientas del cargo, un poder como no se había visto jamás en México, ni en los tiempos del movimiento revolucionario y sus herencias; una fuerza desconocida hasta para Obregón o Carranza o Calles (no vivieron en los tiempos de la democracia global); poder para convertir la sumisión hacia el yanqui en apariencia de igualdad fraternizada, pues Donald Trump —caso único en el mundo—, echa para atrás los corceles briosos de su combate y clasificación del terrorismo, sólo porque se lo ha pedido un hombre a quien respeta y admira (eso dice), quizá tanto como lo estiman los firmantes del Tratado de Comercio entre México, Canadá y los Estados Unidos, o el procurador Barr, quien lleva su amor por México hasta el altar guadalupano.
El embrujo hipnótico tropical ha llegado a la colina de Washington y las frías tierras de Ottawa, con todo y su gélido paseo de patines de hielo, en el Rideau River (no como nuestro acrílico del Zócalo) y su parlamento en forma de castillo cubierto de nieve.
Y como si fuera un precioso regalo navideño, el gobierno de los Estados Unidos, en zarpazo fulgurante, le entrega la captura de Genaro García Luna acompañada de la cabeza sangrante de Felipe Calderón, quien se derrumba más abajo del sótano donde habitaba y se revuelve en explicaciones bobas y peores argumentos sobre lo ocurrido durante su sexenio, en el cual El Chapo Guzmán vivió libre (ahora se supone protegido por GGL), después de escaparse de la prisión de Puente Grande en los albores del gobierno de Vicente Fox, que ahora contiene la lengua y se va por los matorrales del Rancho San Cristóbal.
Los resultados de la política de seguridad del actual gobierno aun están por verse.
Los visibles, mortalmente evidentes, son los anteriores y ahora especialmente los del panismo fracasado. Ya no podrá el burro hablar de orejas y deberá esperar la infatigable condición del ganso tenaz.
Pero mientras tanto, con las herramientas infalibles e infaltables de las “benditas redes sociales”, el gobierno actual ya le pone su impronta a la historia sobre cuya reescritura entera de pe a pa, tienen inocultable ambición y responsable.
Tan grande ha sido el auxilio de esta captura en la legitimación de un discurso cuyo contenido está lleno de agujeros por todas partes, como para convertir la sinuosa elocuencia de Alfonso Durazo, bien conocido de aquel cuya mala fortuna hoy mide dos por dos en un centro americano de detención, en el más esplendoroso argumento de certidumbre y en dorada oportunidad de sacarse obstáculos del camino, porque ahora en la sombra del mundo privado, en espera de la guadaña, vive el procurador de aquellos tiempos, Eduardo Medina Mora, expulsado de la Suprema Corte de Justicia por la puerta trasera y con el rabo entre las patas.
Hoy el discurso sube de tono y jala la hebra: quienes hayan servido en los gobiernos anteriores (lo anterior está podrido); hayan tenido nexos con todo ese equipo, todos para afuera y algunos para adentro. Lo primero preocupa porque es la calle, pero lo segundo angustia porque es la celda.
Hoy la cacería de brujas no se llama así, se llama consecuencia de haberse vinculado con lo podrido, lo corrupto, lo mal hecho; con lo mal habido, con lo robado al pueblo, pues ya hasta hay un instituto para subastar los bienes logrados por avaricia y robo, como hubiera dicho Carlos Pellicer.
Alfonso Durazo, empujado a los límites de la renuncia tras el “culiacanazo”, hoy aprovecha la oportunidad y hábilmente se adueña de la bandera del jefe: a luchar contra la pútrida herencia, sin recordar cómo él mismo vivía en la Casa Grande de esa hacienda guanajuatense cuando le servía (hasta la traición) a Vicente Fox, tanto como en la Agencia Federal de Investigaciones lo hacía el defenestrado Genaro García Luna.
El linchamiento del pasado se justifica en una corte americana; a la corrupción se deben todos los males habidos y por haber, Así, todo se explica, hasta los errores y aciertos del presente.
Los errores son herencia; los aciertos, corrección.
El juego es perfecto, la absorción del poder interminable. Se gana en el rojo; se acierta en el negro. La ruleta es mía y de nadie más. También el casino y los jugadores. En ésa y en las demás áreas.
El poder se tiene sobre los cuerpos legislativos y los judiciales. Presuroso el Senado aprueba todo cuanto a sus dominios llegue: lo mismo un pegote mal explicado de origen en el tratado comercial T-MEC, hasta una fraudulenta elección para la Comisionada Nacional de los Derechos Humanos o la nueva conformación de la Suprema Corte de Justicia.
El Senado es como la aduana de Tamaulipas, cuya historia contaba Balboa: si cabe por el puente, pasa. Todo se tramita favorablemente a los designios del Ejecutivo, casi en automático, adobado con el discurso edulcorado y enrollado de Ricardo Monreal.
Y si por desgracia las cosas no ocurren como se ha ordenado, como sucedió con la mutilación presupuestal a los partidos políticos, para matarlos de inanición frente a la opulencia de Morena (con prerrogativas o sin ellas, tiene al gobierno federal para ofrecer como suyos los programas sociales), se dice abiertamente: lo intentaremos después.
Siempre habrá un Mario Delgado para cumplir las instrucciones y si no es hoy será mañana o pasado mañana. El sexenio es joven y falta para las elecciones intermedias en las cuales se aspira ya a un dominio abrumador, como el de Boris Johnson. que echó a patadas al amigo inglés.
No importa si ahora los aliados se rajan, ya regresarán al redil de la conveniencia.
Y por si fuera poco, los organismos autónomos, esos sucedáneos del gobierno, esas formas paralelas en el mando nacional (obstructoras y desleales; corruptas, pues), denostadas e intervenidas desde un principio, se han doblado a sus deseos y designios; frente a ellos se ha colocado a los afines, a los incondicionales, aptos o ineptos, no importa, sólo valen la capacidad de mando (con su correlativa capacidad de obediencia y lealtad), y porque se puede se deshacen el Seguro Popular, las estancias del programa infantil inventado por los panistas; se mudan los refugios para mujeres golpeadas o perseguidas, mientras por las calles la turbamulta canta “… el violador eres tú” y en Bellas Artes los gais encueran a un Zapata más “gay”.
Todo el discurso se convierte en un solo y monocorde parlamento.
Y así llegamos al fin del año.
El gobierno —o su encarnación presidencial—, con el absoluto control de todo: del gasto, del dinero subejercido, de los programas electorales, de la ejemplaridad frente a los corruptos del pasado. Todo suyo, el dogma, la liturgia, la ética, el catecismo, la iglesia, el atrio y las sillas.
La sociedad (gozosamente) abrumada y aturdida por la profusión de la propaganda, nunca antes tan aplastantemente ejercida, aplaude. Los periódicos, casi todos, en camino de convertirse en el Granma de cada día, porque la primera plana se diseña (y a veces también la página editorial), desde el púlpito de la conferencia mañanera, herramienta, método y escenario de las acciones del régimen.
La relación con los medios es tan mala como para sólo leer aplausos y zalemas, con la conveniente salpicadura de algunos críticos persistentes y contumaces. Como antes.
rafael Cardona
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