EL CRISTALAZO
El juego de palabras entre rotonda y rotundo, no es mío. Es de Carlos Monsivais.
Y me vino a la mente por el jolgorio funerario desatado por la inhumación de los restos de Valentín Campa en ese espacio ahora cursimente denominado, en el nombre de la corrección de género en el idioma, de las “personas” ilustres. Así pues, Valentín no es un hombre (en el sentido antropológico de la palabra), sino una persona. Algo a través de lo cual se desplaza el sonido, como las máscaras de los actores de la antigüedad.
Bueno.
El caso es éste. Después de muchas gestiones por conquistar espacios en la idolatría nacional, los comunistas de antaño y sus “tetramorfósicos” de ahora (ésa sí se me acaba de ocurrir, quien sabe por influencia de quién), han logrado su finalidad: llevar a Campa al espacio donde moran algunos otros de sus correligionarios, como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros.
Y lo han celebrado como si fuera el asalto al Palacio de Invierno.
Campa estuvo preso tantas veces, creo, como José Revueltas. Lo vi por última vez en una cafetería cercana al actual centro comercial de Carlos Slim, llamado Loreto. La cafetería se llamaba Valentino. El estaba en un rincón con sus familiares y llevaba su viejo uniforme de militante: una yompa de mezclilla rielera y un mechón ralo sobre la ceja. Lo saludé con reverencia y me devolvió el saludo con displicencia.
Cuando salí de allí, me habían robado el coche en Avenida Revolución.
Los nombres de Campa y Vallejo siempre estuvieron unidos en mi recuerdo. Cuando Vallejo salió por última vez de la cárcel, lo busqué con afán de reportero novato y como tal tuve suerte. Lo encontré en un cuartito olvidado en la colonia Guerrero donde había una mesa de palo, una cama tan fea como la de Van Gogh y un foco pelón colgado de un cable lleno de cacas de mosca.
Después Vallejo se fue a participar en la construcción del PMT y Heberto Castillo y los suyos lo echaron del partido porque se enamoró senil e irremediablemente de una secretaria (sectaria) a la cual hasta le propuso matrimonio.
Lo acusaron (precursores del “me too”), de asedio y lo corrieron. Las oficinas estaban entonces en un edificio de Bucareli, frente a Excélsior, en el mismo piso donde Vicente Ortega Colunga editaba revistas de mujeres en cueros. Rosy Mendoza, Lin May, Olga Ríos y futuras estrellas de esa misma condición.
En 1959, cuando se gestaba el célebre movimiento ferrocarrilero y quizá aún corría la máquina Petra, recientemente exhibida en el Zócalo con motivo de las fiestas de una Revolución tan difunta como Valentín, el presidente López Mateos (otro López), advirtió algunas cosas en un discurso pronunciado el 29 de julio.
“…Venimos de la Revolución Mexicana que se hizo ley en nuestra Constitución política de 1917; en ella se plasmaron las aspiraciones populares, en ella se hicieron norma jurídica las aspiraciones de los trabajadores mexicanos, señalando caminos legales para la conquista de esas aspiraciones y las metas de nuestro pueblo.
“Apartarse de los caminos de la ley, que son amplios para la clase trabajadora, es traicionar a la clase trabajadora; y no la defiende quien, a sabiendas de que las condiciones económicas no permiten solicitudes excesivas, lanza a los trabajadores fuera de la ley a un movimiento innecesario.
“Nuestras leyes consagran el derecho de huelga, y los hombres que estamos en el gobierno, respetamos y haremos respetar ese derecho legítimamente ejercido.
“Pero, ¿qué pensarían ustedes, amigos ferrocarrileros, de un maquinista, que a sabiendas de que un puente carece de resistencia, cargara excesivamente un tren en que van sus hermanos y pasara la velocidad límite permitida, con riesgo cierto de derrumbar el puente y descarrilar el tren?”
Esta advertencia no fue escuchada. O no fue tomada en serio. El movimiento ferrocarrilero fue descabezado y años más tarde hasta los ferrocarriles fueron vendidos.
Hoy queda el inútil homenaje mortuorio, para regocijo de los vivos, pues no pienso en el alma inmortal de Campa mirando (como Carmelo) desde el más allá su tumba rotonda y rotunda.
Mejor recordar esta idea suya:
“…Cárdenas regalo a Trotsky una casa a la que se fue a vivir y en la que fue objeto de varios atentados. Y en la que fue asesinado. Inclusive Siqueiros encabezó un atentado a la casa, pero como buen pintor, lo hizo muy mal”.
Hoy, él y David, son vecinos por la eternidad.
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