EL CRISTALAZO
A veces, sólo a veces, las cosas parecen ridículas.
Hay días como para no tomar en serio la variedad de colguijes, guirnaldas tocados y sombreros con los cuales los entusiastas decoran a los políticos en campaña o ya durante su ejercicio.
De esas extravagancias del vestuario mimético, no se salvan ni los papas ni los opositores políticos.
Yo recuerdo a Juan Pablo II, en el avión de camino a México, ponerse el sombrero de charro con la misma desenvoltura que cuando le pusieron el caudaloso y enorme plumaje de un jefe apache, durante una visita a los Estados Unidos.
Todos los políticos son iguales. Todos hacen cosas iguales.
A nuestro Señor Presidente a cada rato le cuelgan guirnaldas de flores de todo tipo, y hace unos días —Dios guarde la hora— le colocaron un sombrero con colguijes, ramas, flores y cascabeles (o algo parecido), al cual sólo le hacía falta una papaya para ofrecérselo al fantasma de Carmen Miranda, aquella
“Bomba brasileña” de las películas de Hollywood.
Cosas de la vida, sombreros como ése, le colocaron a Enrique Peña Nieto y a Lula da Silva, cuando Rosario Robles, en Chiapas, inició la cruzada contra el hambre. Lula y ella, terminaron en la cárcel. Uno ya salió; la otra, todavía no.
Pero no sólo cuestiones indumentarias obligan a los políticos a usar disfraces parciales y a caer en el “mimetismo complaciente” o la aparente solidaridad con alguna causa. En esa categoría están las chamarras de los equipos de beisbol, las playeras de los equipos de soccer y los guantes de box, ponchos, huipiles, sombreros, cascos, cachuchas, de todo deben usar mientras en el rostro, siempre, se dibuja una sonrisa amplia y falsa.
Casi siempre falsa, como el beso de la suegra.
Pero también en la conducta se imponen actitudes ajenas a la verdadera personalidad de los mandatarios. Obligaciones innecesarias, audiencias inconvenientes.
Supe de un presidente abstemio cuya repugnancia al alcohol era notable y sensible. Sufría cuando en los banquetes oficiales la cena se interrumpía porque el anfitrión (o él mismo en ocasiones), debía brindar “por la dicha y prosperidad de nuestros pueblos”.
—Salud, Señor Presidente —y él alzaba una copa llena de cualquier líquido como disfraz del champaña rechazado.
A veces se hacen cosas fuera de la voluntad. No sé quién engañaba a quién, pero los protagonistas del abrazo de Acatempan, terminaron asesinados. Y no tiene caso recordar el beso de Judas para entregar al Divino Redentor.
Pero si hablamos de besos, debemos acudir a cosa cercana:
El activista poético, Javier Sicilia, le quiere dar —o cobrar— un terco beso al Señor Presidente. Y eso ya calienta, como dijera alguien.
La deuda a la cual se refiere Sicilia en una carta reciente, tiene historia.
En el 2012, en medio de la campaña electoral por la Presidencia, Sicilia se asumió como sinodal de los aspirantes. Y entre el Evangelio, el sombrero de Indiana Jones, los brazaletes de caracolitos con chaquiras, los escapularios y las medallitas, hizo de su causa una bandera inatacable. Y en el nombre de la paz, se puso besucón.
—“No me dejé que me diera un beso en una ocasión. Tenemos -diferencias…”
Por eso, el poeta sin poesía, le ha enviado ahora al SP una carta en la cual, entre otras cosas, le dice:
“…Voy a caminar (pronto te diré el día) hasta el Palacio Nacional, hasta tu casa, la casa de todos, para cobrar el cheque que nos debes y el beso que me adeudas.”
—¿Va a recibir a Javier Sicilia?, le preguntaron al SP.
—No sé, —contestó—, lo puede atender la Secretaría de Gobernación, Alejandro Encinas, que es el subsecretario de Derechos Humanos. Porque así como él tiene el derecho de manifestarse y de ser recibido, pues todos los ciudadanos; y yo tengo también muchas actividades, tengo que administrar mi tiempo, que es de todos. “Entonces, imagínense que yo voy a estar esperando aquí y la prensa conservadora, fifí, y nuestros adversarios dándose vuelo.
“Yo haciéndole el caldo gordo a los conservadores: ‘El gran encuentro’.
“Cuántos días de notas en la prensa fifí sobre la marcha y el encuentro para que me sienten en el banquillo de los acusados y todo México se dé cuenta:
“‘¡Qué barbaridad!’, ‘vilipendiado el Presidente; ninguneado el Presidente’, ‘hasta que hubo alguien que le dijo sus verdades’. Da flojera eso”.
Sí es cierto, todo ese rollo compungido y besucón de Sicilia, da flojera.