ENERGÍA Y MEDIO AMBIENTE
Primera Parte
¿En qué medida los actores no humanos y aquellos que sí lo son inciden en la generación de desigualdades socioambientales en el marco de una urbanización de la naturaleza? En primer lugar, hay que precisar que lo urbano es un proceso y no sólo un sitio, así la urbanización supera los meros límites físicos de las ciudades y que, además de ser analizada como un fenómeno global o planetario como lo sugieren varios autores, requiere atender el contexto geográfico y las particularidades que lo cobijan. Y en segundo término, se considera la urbanización como un proceso socioambientales complejo y multiescalar, con efectos importantes sobre la transformación de la naturaleza y la producción de nuevas condiciones socioambientales.
El fenómeno de la urbanización usualmente ha sido subestimado si se compara con procesos como, por ejemplo, la deforestación, en adición, se estima que para el año 2050 la población urbana global aumente en un 72% respecto a la que había en 2011 (un incremento de 3,6 a 6,3 billones de habitantes urbanos); se estima, también, que globalmente más de 5.87 millones de km2 de área de suelo tengan probabilidad de ser convertidas en áreas urbanas para el año 2030. Paradójicamente, sus sistemas urbanos se asientan en importantes hot spots de biodiversidad, como selvas tropicales o bosques. Por lo tanto, la urbanización, más que las ciudades per se, es un tópico de relevancia para el análisis de la ecología política, ya que las aglomeraciones urbanas son manifestaciones geográficas correspondientes a la historia del modelo de desarrollo desigual en la región, marcado por una serie de procesos y dependencias socioambientales.
Es un hecho que ciertos segmentos de la sociedad pueden controlar el uso y el destino de los ecosistemas. Y entonces, la urbanización es un proceso de transformación socioambiental desigual. En otras palabras, es un metabolismo urbano permite indagar en las relaciones de poder asimétricas que definen quién tiene acceso y control sobre el agua en la ciudad, incidiendo así en la reproducción de desigualdades en los entornos urbanos, de tal manera que se puede concluir que la producción del espacio urbano es también un proceso socionatural, en el que, además de un derecho a la ciudad, se requiere pensar en un derecho al metabolismo urbano.
El metabolismo urbano, como lo definen Heynen y Delgado, se refiere a la fusión de las dinámicas biogeofísicas existentes con el conjunto de condiciones que regulan las relaciones sociales y el marco actual de la producción de espacios geográficos concretos y en consecuencia, las relaciones sociales operan en y a través de la metabolización del ambiente, transformando tanto la naturaleza como la sociedad. Y justo en este punto es donde las condiciones materiales que componen los entornos urbanos son controladas y manipuladas, y sirven a los intereses de ciertas élites a costa de las poblaciones marginadas. Por lo tanto, los que cuentan con mayor poder son capaces de controlar quién tiene acceso a los recursos y la calidad de estos y decidir cómo se utilizan. Dando cuenta de las desigualdades e injusticias socioambientales, como por ejemplo la obtención de energía y materiales por parte de las ciudades o el desecho de residuos, así como el acceso al agua potable, el saneamiento, la alimentación o los espacios verdes urbanos.
Como no todos los actores pueden satisfacer sus necesidades de la misma manera en medio de la urbanización, los seres humanos y la naturaleza se encuentran en disputa, de ahí que hay que migrar hacia una concepción de la naturaleza como parte integral de los espacios comunes urbanos, que puedan ser aprovechados colectivamente sin exclusión ni rivalidad. Es decir, espacios de esperanza en medio de la urbanización, con el fin de instaurar una nueva disputa con miras a equilibrar las relaciones de poder implicadas en la reproducción social y ecológica de los entornos urbanos. (Continuará la próxima semana)