ALHAJERO
La cobertura de la Presidencia de la República por parte de los medios de comunicación se trastocó completamente –en forma y fondo– con la llegada de Andrés Manuel López Obrador al Palacio Nacional.
Dos factores importantes incidieron en ello: la desaparición del Estado Mayor Presidencial y la propia personalidad del político tabasqueño.
La logística fue la primera en padecer. Sobre todo tratándose de giras: ¿cómo seguir al Presidente en todos sus traslados –por carretera, sobre todo–, cuando rutas y tiempos son reservados por cuestiones de seguridad y los medios no cuentan con vehículos ad hoc, aguardándolos a las puertas de cada acto y están a expensas de lo que puedan hallarles munícipes para su traslado? Anteriormente, el equipo de logística del Estado Mayor Presidencial y personal de Comunicación de la Presidencia se hacía cargo de todo ello con una avanzada que preparaba y revisaba rutas, vehículos, choferes.
El vacío está ahí. Esa deficiencia –origen del accidente que sufrieron varios reporteros de la fuente el fin de semana pasado en Sonora– persiste, y habría que resolverla.
La solución que planteó López Obrador a los reporteros de que si no hay condiciones para seguirlo, mejor “no se arriesguen” y que los medios echen mano de los corresponsales o lo sigan desde la Ciudad de México por las redes, no parece la mejor.
En términos prácticos, los corresponsales requerirían también vehículos, conocer de antemano la agenda, recorrer la ruta a la velocidad del Presidente, etc. O sea, enfrentarían los mismos problemas que los enviados nacionales.
Respecto de que él siempre está informando, efectivamente. Pero es su visión, lo que él quiere transmitir, lo cual no siempre corresponde con lo que los periodistas consideran o ven en su derredor y les parece más atractivo o importante.
Pero hay algo todavía más relevante: Nos guste o no, Andrés Manuel es un personaje –desde su lucha como líder social hasta su paso por la Presidencia– que ha marcado como pocos la historia de nuestro país desde hace más de medio siglo.
La manera como ejerce la Presidencia es algo inédito. Para quienes seguimos las actividades de los políticos desde hace décadas, las mañaneras son fascinantes. Y no porque nos entusiasme la oratoria, la cantaleta, la prédica –como quieran llamarle– sino porque es atestiguar el ejercicio del poder en vivo y a todo color.
Lo que antes eran silencios de días entre los que había que hurgar para descifrar algunos de los secretos del poder, en las mañaneras de Palacio Nacional brincan y asoman trasfondos, admoniciones, advertencias que hacen temblar al más pintado.
Todo ello hay que registrarlo con nuestros propios ojos, nuestro propio sentir y nuestro propio juicio. La sola transmisión por las redes sociales no es suficiente, así llegue a millones de registros.
Con las giras ocurre otro tanto. O mucho más, pues aparecen más actores: aquellos a los que se visita. Y tienen su propia voz, sus necesidades, sus reclamos. Palabras que no necesariamente registra el equipo oficial del Presidente de la República. Hacen falta los ojos y la voz de los periodistas.
Por añadidura AMLO no sólo es el Presidente, es también el gabinete (prácticamente por entero). Ha acumulado todo el poder en su persona. ¿Cómo dejarlo solo, mirar a otro lado o tomar apuntes desde una sala a cientos de kilómetros de distancia ante un personaje así?
¡Al contrario! No habría que perderle la pista un solo momento. Además, qué sabe uno lo que le depare el destino. Sea lo que sea, hay que atestiguarlo.
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GEMAS: Obsequio de López Obrador: “Querían que de inmediato se informara, cuando se estaba atendiendo el problema (en Culiacán), con la idea que lo más importante es la nota. ¡Noooo! Con todo respeto, lo más importante es el interés general, es el interés de los ciudadanos, de la colectividad”.