GOTA A GOTA
Raymond Williams comienza su célebre ensayo sobre la cultura diciendo que, al menos, en la lengua inglesa, esa palabra es, junto con dos o tres más, inabarcable y, sin embargo, útil en extremo. ¿Sólo en lengua inglesa? Diría yo que en toda lengua. Cultura es lo humano, lo que emerge de sus creaciones, en cada civilización, ya sea del pueblo o ya de sus élites. Es por ende diversa, pero siempre, nos indicaría Freud, una muralla contra el instinto. En este sentido, la cultura es un fruto de la criatura humana que, al propio tiempo nos humaniza. Pensamiento y goce. Es libertad. De ahí que los tiranos odien la cultura, pues quienes ostentan el poder despótico, quienes se alimentan con la ambición de poseerlo tal si fuera un veneno, aborrecen la cultura, cuyo canon, a partir del siglo XX se extiende a los vergeles de la arquitectura, la música, la literatura, el arte.
En cambio, en las democracias, florecen las expresiones culturales. Y no es porque el Estado las produzca sino porque o bien las promueve o se abstiene de entorpecerlas. Durante el siglo pasado, el Estado mexicano posrevolucionario alentó la cultura: creó misiones culturales, promovió la lectura, abrió espacios nuevos, entregó antiguos monumentos arquitectónicos para su decoración: nació el muralismo mexicano, aportación singular al arte universal; se sucedieron los movimientos literarios; deslumbró el de los Contemporáneos: un irrepetible racimo de talentos: José Gorostiza, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia… También la arquitectura buscó y encontró una sintaxis propia con Luis Barragán, Agustín Hernández… Estamos en la modernidad y más allá de ella. Legados antiguos, inspiradas innovaciones. Paz diría que somos contemporáneos de todos los hombres.
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Desciendo a mi entorno inmediato, a este Querétaro nuestro, a su rico y exquisito patrimonio, documentado en las páginas imprescindibles de “Memoria Queretana” de Guadalupe Zárate. Nada y nadie podrá arrebatarnos lo que está ya en la mirada y en el corazón.