DESDE LOS BALCONES
Tengo en la memoria, innumerables imágenes instantáneas de esa extraordinaria y abnegada mujer que debatió en la vida y, con ella creció, buscando incansablemente a su hijo desaparecido y asesinado por la policía represiva comúnmente conocida como Federal de Seguridad.
Coincidimos en varias ocasiones, en la pequeña oficina del querido amigo y compañero Alfonso Maya, extraordinario también ser humano, entonces Coordinador Editorial de El Universal, cordial, sincero y atento con todos sus compañeros.
Doña Rosario Ibarra de Piedra, colaboró por largo tiempo en esas páginas editoriales; me recordó siempre el perfil de mi madre y tal vez con cercana y parecida edad, mi progenitora nació en 1907 y quedó huérfana en 1915, después de la Batalla de Zacatecas.
Repito, varias veces coincidimos en las mismas circunstancias y delante del extraordinario amigo Alfonso Maya.
Presencié sus pláticas, participe silenciosamente de sus expresiones, pero jamás intervine en las mismas; me limité a permanecer escuchando su comunicación y nada más; pero siempre supe quién era ella y la dimensión histórica y humana de su lucha de Madre de Jesús Ibarra y la casi cierta posibilidad de que esa mujer jamás lograría el enorme propósito de encontrar a su hijo vivo.
¿Qué podía yo platicar con una mujer de estas dimensiones y de los tamaños sociales y políticos de este entrañable ser humano? Bastante hacía en llevar y conllevar su lucha incansable, su labor agitativa y social que por aquí y por allá desplegada, a todos los niveles y en todo los ámbitos del pueblo y del país, para sensibilizarnos a todos de su extraordinario amor de Madre, en busca de su hijo querido y anhelado hasta ahora.
Lo que yo hubiera pensado y compartido, nada vale frente a la menor acción social de Doña Rosario.
Tampoco jamás cruzamos impresión alguna con Alfonso Maya, sobre la valoración que cada uno de nosotros tenía acerca de esta impresionante Madre de Jesús Piedra, el hijo que, para aquél entonces, acaso nosotros sabíamos de irremediable desaparición física, no así su madre que lo llevaba a cuestas y lo lleva, con toda seguridad, las 24 horas de todos los dias.
Frente a una presencia así, sólo queda el silencio, el respeto y la espera respetuosa de verla entregar su colaboración editorial, coincidente con la propia, pero nunca con la carga de vida emocional y política que la hora merecidamente galardonada con la “Medalla Belisario Domínguez”, que el Senador de la República le entrega dignamente, como quizá con mayores merecimientos que a pocas gentes como a Doña Rosario Ibarra.
Si de algo sirve el periodismo y el ser un ocasional periodista como yo, es por estos episodios; al igual que haber compartido con otros compañeros parecidos, pero distintos encuentros con otros personajes de la historia, como es el caso de doña Amalia Solórzano de Cárdenas, a la que por instancias y a insistencia de otro gran compañero y amigo Oscar González López, de Excélsior, alguna vez saludamos en pleno Zócalo de la Ciudad de México, y con la cual tampoco pude intercambiar mayores impresiones de su valiosa y trascendental vida personal y política.
Doña Rosario Ibarra de Piedra vive con más de 92 años a cuestas y con la carga emocional y moral de seguir insistiendo en que le entreguen con vida a su hijo. Esa lucha no terminará, no podrá terminar nunca, y por eso entiendo que lo experimentan las mujeres madres de los 43 muchachos de Ayotzinapa y de sus padres varones que las acompañan y se acompañan con el mismo valor y decisión de enfrentarse a todo, hasta a la vileza de la indiferencia de algunos insensibles, que somos muchos.
Rosario Ibarra de Piedra, admirable mujer, extraordinaria madre y ser humano.
Yo me había conmovido con la obra novela de Máximo Gorki, que marcó y cambió el rumbo de mi vida y le dio sentido, quizá eso me inyectó algo del periodismo que llevo y la devoción por el volante, con que “La Madre” de Gorki, explica el propósito de que a Pavel, el personaje de la obra, no lo responsabilice la policía del “crimen”, de que se le acusa, y pudiera así RECUPERAR su libertad. DE ESTA GRANDEZA LEGENDARIA ES EL TAMAÑO DE DOÑA ROSARIO IBARRA DE PIEDRA. ¿Para qué escribir más?