ENCUENTRO CIUDADANO
Rosario Ibarra es vista por muchos como el paradigma materno ante la ignominia, que la concibió y forjo como una activista defensora de los derechos humanos. Tras la desaparición forzada de su hijo, el 18 de abril de 1975, paso los primeros días y meses buscándolo en forma individual, visitando y reclamándolo en diversas instituciones, cárceles, la Defensa Nacional, la Secretaría de Gobernación e insistentemente en la Presidencia de la República (interceptó y habló reclamándole la presentación de su hijo a Luis Echeverría en infinidad de ocasiones). En este esfuerzo individual fue descubriendo, encontrando y conociendo a familiares de detenidos-desaparecidos, especialmente a las madres, entrando en contacto con las organizaciones y comités que luchaban por la libertad de presos políticos. Así es que dos años después de la detención-desaparición de Jesús Piedra, convocó y constituyó el Comité Pro-Defensa de Presos Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México, llamado ahora Comité Eureka.
Desde su creación han logrado encontrar a 148 desaparecidos con vida. Es una líder dedicada a la lucha contra la impunidad. Fue diputada, senadora y candidata a la presidencia. Ha sido candidata al Premio Nobel de la Paz en cuatro ocasiones. En febrero pasado la Cámara de Diputados le entregó la Medalla al Mérito Cívico Eduardo Neri. Y el día de hoy el Senado de la República le entregará la medalla Belisario Domínguez, como un reconocimiento a la incansable lucha y activismo por los presos, desaparecidos y exiliados políticos.
Celebramos el destacar a una mujer y madre muy especial, un paradigma que representa a miles de mujeres de este continente. Rosario Ibarra, una mujer que accede al mundo de lo público en su calidad de madre, que no sólo rompe todos los silencios impuestos por el poder sino que llega más allá: se une y hace parte importantísima de las luchas contra toda forma de injusticia, de oprobio, de perversión política y social. Una mujer que del silencio impuesto empieza a nombrar lo que hoy el sistema se esfuerza tanto en ocultar; que cuando México aparecía en lo internacional como paladín de los derechos humanos (con una política de asilo que ha acabado en la basura), y al interior del país cargos y becas compraban el silencio de ciertos intelectuales, no dudó en gritarle genocida al genocida, traidor al traidor, vendido al vendido, mentira a la mentira, cómplice al cómplice. Y sigue haciéndolo. Una mujer que dio vuelta a las genealogías y las unió en caleidoscópica espiral, de madre de su hijo, desaparecido político a hija/madre de los mejores ideales enarbolados por generaciones de latinoamericanas/os reprimidas/os, violentadas/os, cercenadas/os en sus vidas.
Pero Rosario no es sólo Rosario, la madre del joven desparecido, es cada Madre de Plaza de Mayo, cada familiar de cada desparecido/a, torturado/a, exilado/a, sea chileno, paraguayo, uruguayo o boliviano, es cada una de esas mujeres madres cuyas vidas dejaron de ser sólo para los suyos y pasaron a ser vidas para sí mismas, lo que significa vidas con todos y en todos.
Es por eso que en atención a la exigencia de doña Rosario se cree una Comisión de la verdad, porque la impunidad de ayer se perpetúa hasta hoy. Por eso vivimos en un país ya convertido en una república de fosas.
Sin duda debe reconocerse a doña Rosario, y con ese gesto, a los cientos de mujeres que se enfrentaron al Estado en los años 70 y 80. La mayoría de ellas madres de familia, campesinas y estudiantes universitarias a quienes movieron la angustia y el amor por sus seres queridos. El país y la Cuarta Transformación, tienen una deuda histórica con ellas. No se entiende su llegada al poder sin sus acciones.
Rosario Ibarra, es a sus 92 años todo un ejemplo de vida y de lucha, en este momento de dolor latinoamericano.
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