SERENDIPIA
En cualquier región y país del mundo son importantes las voces que se construyen y se alzan encima de los conflictos, el ruido y el caos general, acreditadas por su valor ético, moral, político o social. ¿Qué implicaciones tiene en este contexto la muerte de Francisco Toledo? En México, la historia política y social no sería la misma si no hubiera estado influenciada o determinada por las voces de personajes como Alfonso Reyes, Monsiváis y Carlos Fuentes, cuya presencia en el espacio intelectual siempre fue importante, dentro y fuera del país.
En el territorio político es fácil imaginar el camino que pudieron haber seguido el país y sus aspiraciones liberadoras y democráticas sin el pensamiento y las acciones de Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Ibarra, Reyes Heroles; los obispos Sergio Obeso y Samuel Ruiz; Heberto Castillo, Manuel Gómez Morín, Carlos Castillo Peraza y Manuel Clouthier.
¿Qué tienen en común estos personajes? La mayoría están muertos y en su momento aportaron su voz y liderazgo para consolidar la democracia, combatir los fraudes electorales, el autoritarismo, la corrupción y los excesos del régimen.
Toledo era un hombre orquesta: pintor, artista plástico, activista, luchador social y una especie de santo patrón que compró casas, las remozó, las hizo museos y creó espacios culturales –la fonoteca, su biblioteca y el cineclub– para abrirlos a la gente.
Toledo es el caso extraño del artista total que desoyó los consejos de Rufino Tamayo, su maestro y principal influencia: en lugar de entregarse por completo al arte, tomó la decisión de estar en donde su voz y sus pensamientos fueran útiles.
Toledo se volvió la imagen ubicua en un país de conflictos. Estuvo al frente de la protesta contra la apertura de un Mac Donald’s en Oaxaca, voló papalotes para encontrar a los 43 normalistas de Ayotzinapa, envió cartas al presidente Enrique Peña y recolectó miles de firmas para desterrar la siembra de maíz transgénico.
“Contaminar nuestro maíz es herir el corazón de México”, escribió Toledo en la carta que envió a Peña. La muerte de Toledo llega en un pésimo momento, cuando las voces y el pensamiento de otros tiempos se han apagado y se percibe la ausencia de esas figuras públicas con suficiente peso y respeto moral, ético o político para situarse por encima del caos o las diferencias, y hacer de su pensamiento un instrumento útil dentro del país.
¿Cuántos Toledos mexicanos sobreviven? En el arte, en la política y la intelectualidad no existe un personaje con la fuerza, la autenticidad, el coraje y el respeto que concitaba el artista juchiteco.
En una entrevista con Jan Martínez Ahrens, Toledo dijo que tal vez había sido un error escuchar a Tamayo, que le aconsejó concentrarse en el arte y no en otros asuntos. Qué bueno que el maestro se equivocó: elegir el espacio privilegiado y distante del artista hubiera supuesto prescindir de su voz y su pensamiento. Sin ellos, su legado no sería el mismo.