ENCUENTRO CIUDADANO
Hace unos días en una tertulia hablábamos sobre el sentido del arraigo a lo regional, a lo local, y su antinomia el ciudadano del mundo y la economía global. En Querétaro este no es un asunto baladí, ya que el cambio mostrado por la imparable migración, replantea el sentido de la queretanidad. Sobre este vasto asunto podríamos hoy señalar que la identidad tiene ver con lo que somos, con nuestra historia. Es aquello que nos caracteriza y distingue de los demás, es una necesidad afectiva y una realidad concreta que tiene que ver con el identificarse y con reconocerse y que presupone necesariamente la existencia de otro del cual distinguirse y diferenciarse. Al estar la identidad relacionada con la vida, la misma estará determinada por su circunstancia, por su lugar, por su historia. La identidad colectiva existe a través de la identidad local, común a sus vecinos y diferente a los de otros lugares. Las identidades, entendidas como sus particularidades y pluralidades locales, incluso tienen garantía constitucional y deben ser respetadas, pues ellas son cimiento de nuestra identidad nacional. En un mundo que día a día se piensa más global, llegando incluso al término de aldea, podría pensarse que las miles de identidades regionales que habitan el planeta tendrían la posibilidad de compartir sus riquezas y así hacer de este lugar un mundo mejor para todos. Pero irónicamente, el camino que hasta ahora ha seguido este proceso de globalización, el cual arranca sobre la desigualdad global, ha cerrado las oportunidades de autonomía y desarrollo para todos aquellos que no comulgan con la idea de bienestar propuesto por unos cuantos: los países y empresas todo poderosas. Tal desigualdad, en lugar de facilitar un diálogo global que sirva para afianzar y afirmar las raíces regionales, ha puesto a las regiones y localidades en el dilema de conservar sus costumbres por el espejismo del desarrollo. La apuesta por el mercado, con su concomitante obsesión por erradicar las diferencias a costa de lo que sea, plantea la existencia de una única identidad que regule y defienda sus intereses, pues lo distinto lo ve como peligroso. Por ello seduce y amenaza siempre con desaparecer lo regional y por ende, la identidad.
Como sabemos, el problema del enfoque modernizador, es que es una perspectiva unilateral, es la manera como se implanta en las sociedades latinoamericanas, las que con sus particularidades culturales, geográficas, ecológicas e históricas, no tienen la capacidad ni el deseo de soportar los embates del mercado. La necedad de introducir un concepto de sociedad y un estilo de vida basado en el mundo occidental y que se aplica sin contemplación y violentamente a otras culturas y sociedades que no comparten los mismos parámetros sociales, representa una de las más graves faltas a la identidad regional debido a la carencia total de respeto por el otro y todo lo que ello implica. En definitiva, dicha modernización se transforma en el nuevo vehículo de colonización y apropiación, no del territorio, sino de la cultura y de otras formas de comportamiento humano; pero con la singularidad de que para la invasión ya no se usan mosquetones ni balas de cañón. Las “armas” del conquistador se han vuelto más sutiles y complejas.
Pero la identidad no debe concebirse como una esencia o paradigma inmutable, sino como proceso de identificación; es decir, como un proceso activo y complejo, históricamente situado y resultante de conflictos y luchas; todo esto enmarcado en una relación de respeto, tolerancia y escucha que nace de reconocer la imagen de la vida que las distintas regiones tienen. Así, la identidad es una búsqueda siempre abierta e incluso la obsesiva defensa de los orígenes, para no llegar a la rendición, al desarraigo. Y así, mientras nuestras cabezas se mundializan, nuestros corazones se localizan.