EL JICOTE
Al dermatólogo Israel Rosales con agradecimiento.
En Querétaro el sol le ha declarado la guerra a la sombra. Donde quiera que la encuentre la aprieta hasta convertirla en algo desteñido y transparente. Por ello caminar por la ciudad aunque las calles sean planas, cargando esa luz incandescente, todas las banquetas son como subidas al Calvario. Los rayos perforan el aire y caen sobre la gente con ira y obstinación; no arrancan la piel, la queman, la arañan, la muerden. Se carcajean de cualquier crema protectora. No es un sol es un soplete, parece secarlo todo, si no cuidamos el agua se evaporarán las fuentes, no habrá agua ni para los bautizos y los amantes se deberán acostumbrar a besarse con las bocas sin saliva. Es un sol curioso que lo hurga todo, los pantalones, las faldas; no respeta ni los hábitos de las monjas ni de los sacerdotes; ilumina hasta la inmaculada castidad de las vírgenes. Este sol cruel, despiadado, inclemente compensa su alma desalmada y se convierte en nostalgia. ¿Por qué no envejecemos como los atardeceres queretanos? En lugar de arrugas y canas, unos rayos menos de luz que nos permitan contemplar la belleza del sol; en lugar de palidez sepulcral, rodeados de vivos colores amarillos, rojos y naranjas. En lugar de declive un final que parece apogeo. ¿Por qué no morimos como los atardeceres queretanos? En lugar de los ruidos desafinados de los estertores, el suave aleteo del vuelo de los tordos; en lugar de pudrición un simplemente desdibujarse en el horizonte. Después de la creación del Universo Dios no instaló una Procuraduría del Consumidor, pero realmente quisiera quejarme. ¿Por qué no envejecemos y morimos como los atardeceres queretanos? Para mantener vivo y que nada perturbe este anhelo le perdono al sol que en Querétaro le haya declarado la guerra a la sombra.