JUEGO PROFUNDO
Han pasado cincuenta y dos días desde que Tigres y León disputaron la final del torneo pasado y el tiempo se me ha ido rapidísimo. Regularmente, entre torneo y torneo la espera se me hacía eterna y a pesar de disfrutar los fines de semana de una manera diferente, los días sin futbol me parecen espesos, sosos y sin chispa; pero en este punto intermedio entre la final del torneo pasado y el próximo inicio del torneo, la espera se me ha ido como agua.
La surrealista Copa América con su más que anunciado (y preparado) triunfo de Brasil, La Copa Oro y el nada sorpresivo triunfo de México y el extraordinario Mundial Femenil con la victoria esperada de Estados Unidos, han sido los torneos que saciaron mi hambre futbolera; y debo decir incluso que fue saciada en exceso. Y como mencione, ninguno de los tres ganadores en cada torneo fue una sorpresa. En cada una de esas copas, los equipos ganadores (por más pizcas de heroísmo que queramos agregarles), hicieron lo que se esperaba de ellos, ni más, ni menos. Es más, se podría decir que, de no haber conseguido la victoria, a los tres equipos se les estaría juzgando duro y se consideraría como fracaso.
Y entonces, si ganaron los que se esperaba, ¿en dónde radica la emoción de que otros equipos ganen? ¿De dónde viene la energía del aficionado de esperar que su equipo salga victorioso? Sin duda, esta fuerza viene de algo que es inherente al ser humano. Viene de la Fe.
La palabra “FE” proviene del latín fides, que significa ‘lealtad’ o ‘fidelidad’ y como tal, es un sentimiento de total creencia o asentimiento en relación con algo o alguien y, como tal, se manifiesta por encima de la necesidad de poseer evidencias que demuestren la verdad de aquello en lo que se cree. Esto, en el futbol, se puede resumir a que aun sin haber jamás probado las mieles del triunfo y teniendo pocas posibilidades para lograrlo, el aficionado sigue con la esperanza de poder disfrutarlo.
El apoyar a un club pequeño que rara vez opta por competir por el titulo es algo en lo que los queretanos estamos graduados. La afición del Corregidora esta acostumbrada a esa lucha eterna por el no descenso y eso de alguna manera es desgastante; pero, ser parte de una lucha eterna te deja también cosas muy buenas: el sacrificio, la superación, la entrega, la pasión… Los éxitos con sufrimiento son más gloriosos. Para muestra, la final del torneo 2015, a pesar de haberse perdido, a la mayoría nos quedo un gran sabor de boca por llegar a esas instancias.
Como aficionados, cada inicio de torneo renueva la Fe y la esperanza de que, en esta ocasión, por fin seremos testigos del triunfo añorado. Lo equipos grandes tienen el poderío económico y mediático para contratar estrellas como refuerzos, pero los equipos pequeños no. Los pequeños compran lo que les alcanza y esto no es malo, la austeridad (palabra muy famosa en estos tiempos) y la necesidad nos hacen creativos y muchas veces nos llevamos grandes sorpresas (Volpi, Sanvezzo). Incluso, nos entusiasma que un jugador apartado de un equipo venga aquí a demostrar que aun vale, y es mucho mas esperanzador cuando el mismo jugador lo visualiza de esa manera: como si quisiera pelear su ultima gran batalla antes de irse y probar de lo que aun es capaz; tal como lo describió Ernest Hemingway en su libro: “El viejo y el mar”, donde un viejo pescador da y disfruta de una última batalla épica contra el mar y el pescado que tanto soñó pescar.
A los aficionados de equipos pequeños, nos gusta la idea de refuerzos poco conocidos en el mercado futbolero local, de nacionalidades y nombres poco comunes en estos lares, esa incertidumbre es preferible a quedarnos como siempre y ese tipo de “apuestas” solo se les permite a los equipos pequeños. Los grandes no pueden darse el lujo de traer a un desconocido esperando que rompa la liga, ya que ellos viven de resultados, nosotros de esperanza.
Tengamos Fe de que esté será un buen torneo para Querétaro. Nos lo merecemos…
Que ruede el balón.
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