EL JICOTE
Tengo alborotado el pulso, el corazón se me sale del pecho, siento que me falta el aire, es tanta la alegría que hasta la naturaleza me acompaña en la emoción: los quiquiriquíes de los gallos son eufóricos; zumban las abejas colmadas de miel; gorjean con más intensidad los pajarillos; balan vueltos locos de la felicidad los borreguitos; retozan incontrolables los chivitos en el campo; las mariposas suben y bajan jubilosas en el espacio. ¿He descubierto la fuente de la eterna juventud? ¿La verdadera figura del genoma humano? No, he descubierto un enigma que invade a la nación. Ya sé porque el presidente López Obrador tiene esa capacidad de generar broncas hasta entre los monjes tibetanos; ya comprendí su capacidad por falsear la historia y pretender saber de todo: de aeropuertos, energéticos, turismo, migración, relaciones internacionales y. últimamente, especialista en los efectos del sargazo en las playas.
Después de este éxito, me siento capaz de leer la criptografía egipcia como si fueran letreros de cine. ¿Cómo pude lograr semejante hazaña? Como todos los grandes descubrimientos, al traducir algo que parecía irrelevante, una declaración más de López Obrador que habla como tirar alpiste a las palomas. Dijo: “Gobernar no tiene mucha ciencia sólo se necesita sentido común”. Este desdén a la política y a sus principales oficiantes, los políticos, es la gran matriz que lo impulsa a manifestar tal desprecio a las opiniones contrarias a la suya, vengan de donde vengan. Lo que afirma no es un acto de humildad, al contrario, es la soberbia disfrazada, es el sentido común como un escudo de impunidad para lo que se le antoje decir; es el sentido común quien lo exime de discutir con calificadoras o con las estadísticas hechas ´por instituciones profesionales.
Los griegos, los grandes inventores de la política, no comparten la opinión de López Obrador, empecemos por Sócrates, que demandaba del político una gran resistencia y control. Dijo: “Tiene que anteponer el cumplimiento de los deberes más apremiantes a las necesidades físicas, sobreponerse al hambre y a la sed. Dormir poco, acostarse tarde, levantarse temprano. Ningún trabajo debe asustarle. No debe sentirse atraído por el cebo de los goces de los sentidos. Tiene que endurecerse contra el frío y el calor; acampar a cielo raso. La abstinencia, el dominio de sí mismo, son las virtudes del hombre destinado a mandar”.
No coinciden con la opinión de López Obrador de lo que es la política y lo que deben ser los políticos, sólo por decir unos cuantos: Platón, Aristóteles, Cicerón y Maquiavelo. Por supuesto, al Presidente el sentido común le proporciona otros datos.