EL JICOTE
El método más seguro para que ningún lector esté contento es escribir con la intención de darles gusto a todos. Y no hay duda, la liebre salta donde menos te esperas, escribí un artículo sobre la soledad y me fue como en feria. Lo menos que me dijeron es que soy un amargado y, lo que más me caló, sostienen que ya no le voy al América sino al Cruz Azul. Tan pesado no me llevo.
No hice una apología de la soledad, lo único que intenté, por supuesto fallidamente, fue destacar que la soledad no es una realidad que debamos estigmatizar y que, incluso, es necesaria y de mucho provecho si la sabemos reconocer, tratar y hasta buscar.
El temor a la soledad no es nada nuevo y desde siempre la soledad, la soledad no aceptada ni elegida, es el peor de los tormentos. Por algo los faraones cuando se morían los enterraban con sus mascotas y esclavos. La soledad se asume como desamparo y dolor, más aún en esta época donde nos abruma el ruido y la gente. Ya cuando lo inevitable es estar solo, se toma el salvavidas del celular. De lo que se trata es de estar conectado con alguien. Escribir un “me gusta”, alimentar mi importancia personal o dar de comer al ego de algún amigo.
La gente está más dispuesta a verse en el espejo y tomarse una selfi, que cerrar los ojos, reconocer su interioridad y platicar con su tocayo, con su otro yo. Nadie parece imaginarse que en ocasiones la mejor compañía es uno mismo. Chisporroteamos vanidad y la vanidad exige espectadores.
No obstante, también desde siempre los filósofos han insistido que la felicidad más profunda y completa la conquistamos en la soledad: en la contemplación. En un párrafo insuperable San Agustín escribe: “La consumación del amor se produce en el acto de contemplación, pues concibe la visión como el modo más perfecto de posesión. Sólo el objeto visto sigue siendo lo que es y sigue presente como lo que es. Lo que yo oigo o lo que yo huelo, viene y se va; lo que toco lo cambio, incluso lo consumo. El acto de contemplación es, por el contrario puro disfrute, que mientras dure no experimenta ningún cambio”.
A lo mejor no todos somos capaces de llegar a la felicidad perfecta por medio de la contemplación, inclúyanme en el padrón, pero lo cierto es que los actos más importantes de la existencia, nacer y morir, los vivimos solititos, en completo aislamiento. Más vale entrenarnos en momentos de soledad que, además, debemos buscar.