Un gobierno no puede justificarse, por más palabrería que use, cuando en la plaza principal de una capital estatal, a plena luz del día, se asesina a dos líderes de los comerciantes ambulantes, se hiere a reporteros de la fuente y sólo se captura a uno de los sicarios que no corrió tan rápido como quienes lo aprehendieron. Todo esto sucedió en Cuernavaca el pasado miércoles 8 de mayo luego de hablarse en Palacio Nacional de los avances en materia de seguridad pública. ¿Cuáles si el país arde como nunca? ¿Pura herencia o ya es referente de la nueva administración?
Un día antes, el 7, en Xaltianguis, Guerrero, otra de las entidades donde el vacío gubernamental es evidente, ocurrió un caso similar con tiroteos incesantes e incluso incendios provocados por bandos adscritos a dos de los grandes cárteles que conforman la nueva geopolítica del Estado. ¿Alguien puede asegurar que la nueva clase política, cualquiera de quienes integran los tres niveles de gobierno, son ajenos a acuerdos soterrados con la delincuencia organizada para que puedan acceder a sus cargos? Las excepciones se cuentan con los dedos de la mano.
Cuernavaca es ya una ciudad sin ley a ochenta kilómetros de la capital del país y con un gobernador indefinido en cuanto a sus preferencias políticas; lo suyo es el futbol y la “cuauhtemiña”, un extraño lance en las canchas que no le es posible aplicar al señor Blanco Bravo, uno de los engendros de la modernidad política quien no ha podido, hasta el momento, hacer efectivo el debido proceso contra su predecesor, el perredista Graco Ramírez, uno de quienes más impulsaron en el principio del nuevo partido a Andrés Manuel López Obrador, devastador de los partidos por los que ha pasado.
Fíjense: NINGUNO de quienes le impulsaron en 2000 a la jefatura de gobierno del entonces Distrito Federal y en 2006 en pos de la Presidencia de la República, que ganó pero le fue imposible defender su victoria por errores estratégicos como el de pretender que el fraude había sido global y no concentrado en cuatro laboratorios estatales como le expuse debajo de las carpas de la protesta, permanece a su lado; más bien, cada uno de ellos se fue alejando, incluso el malandrín Graco, por diversas razones en cuanto a la imposibilidad de hacer valer cualquier criterio que no coincidiera al cien por ciento con lo dispuesto por el líder e ícono intocable. Tal debería hacernos reflexionar sobre los vaivenes de una sinuosa vida pública.
Jamás he negado los méritos de Andrés Manuel; al contrario, he dicho de él que es el mexicano con mayores conocimientos del país luego de haber recorrido hasta los últimos rincones del mismo salvo muy contadas excepciones. Por ello, la virtud del conocimiento se convirtió en la prepotencia de la cerrazón cuando México pidió a gritos, treinta millones de votos, un cambio estructural que nos llevara a transformar al sistema corroído hasta las cimientes. De esto se trataba.
La violencia y los infortunados desacuerdos en el ámbito político han sido la muralla –más alta que el muro de la ignominia del anaranjado Trump-, que impide observar hacia el desarrollo prometido y nos mantiene, cuando ya recorre el primer semestre de su mandato –esto es la undécima parte de su mandato de cinco años y diez meses-, y la palabrería es más socorrida que la praxis pese al increíble peso de la adulación por parte de quienes le justifican todo.
No soy enemigo de López Obrador; jamás lo he sido. Sí, como crítico del sistema, mantengo el decoro de no cegarme por simpatías inútiles y, en ocasiones, cómplices. Y los hechos, por desgracia, nos dibujan una perspectiva cada vez más difícil, entre el caos de la violencia y la torpeza de los economistas del gobierno, que nos entrampa sin remedio aparente.
Es hora de rectificar, señor presidente, cuando menos moviendo algunas piezas de su gabinete y procediendo, como prometió, contra la “mafia del poder”, esto es no sólo los ex presidentes sino varios de quienes se han infiltrado a su equipo sea como funcionarios de altos vuelos o como consejeros dispuestos a cuidar sus propios intereses y no los de la nación.
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