QUERETALIA
EL QUERÉTARO GEOGRÁFICO II
No me es muy grato transcribir y resumir lo que viene acerca de los chichimecas y otomíes pero ahí les va a mis lectores para que sepan bien a bien de dónde descendemos: :”…los grandes daños que de los indios chichimecos han recibido y reciben (los habitantes del hoy estado de Querétaro) son tantos y tan grandes que lengua humana no será bastante a poder decir…Cosa digna de gran consideración es ver las muchas muertes así de españoles como de indios, negros y otros géneros de gentes y religiosos de la Orden de San Francisco que estos bárbaros han hecho …que no hay mes ni semana ni aún día que no hay españoles y otras gentes muertas y robado lo que llevaban; y dan unas muertes tan crueles y especialmente a los españoles, que mueve a gran compasión de ver que a unos abren por los pechos y les sacan los corazones vivos, a otros les ponen el pie en la garganta y vivos les cortan el cuerpo del casco y de la barba y al redopelo se lo arrancan y después los matan, y a otros les cortan los miembros vergonzosos y se los ponen en la boca, a otros los empalan como hacen los turcos, y a otros despeñan de sierras muy agrestes, a otros hacen piezas cortándoles los miembros cada uno de por sí, a otros ahorcan y a otros les abren por las espaldas y les quitan los nervios, a los niños de pecho los toman por los pies y con las cabezas dan en grandes piedras que les hacen saltar los sesos; con las mujeres parece que tienen alguna consideración porque las llevan vivas; y usar esto es porque tienen falta de ellas…” Me llama la atención que también el escribano Ramos de Cárdenas hace énfasis en que muy rápido los chichimecas aprendieron a montar a caballo y facilitar así sus asaltos, aclarando que también eran objeto de sus robos caballos y yeguas. También sorprende al autor de la presente relación la puntería de los mecos con el arco y la flecha, las que traspasaban los cuellos humanos y de los equinos con mucha limpieza. Era tanta la habilidad de los aborígenes que soldados españoles veteranos que habían hecho campaña en la península itálica se sorprendían de no poder reducir a aquellos. Por lo que respecta a los otomíes, los considera de bajo entendimiento, “muy terrestre, no tienen honra ni la sustentan; en todo lo que tratan son muy apocados, no son nada curiosos en ninguna cosa o lo son menos en el tratamiento de sus personas, porque son muy sucios en su vestir y comer, de muy vil y cobarde ánimo, desagradecidos al bien que les hacen, son muy bárbaros y tardos en entender las buenas costumbres que se les enseñan…” “Su inclinación natural los lleva a todos géneros de vicios…son grandes mentirosos…son sospechosos de todas las cosas que les dicen y entienden que son para engañarlos; son grandes acechadores (sic) por resquicios y agujeros de las casas de los españoles y mucho más de los sacerdotes a los cuales siempre andan mirando; tienen poca ley unos con otros, no guardan respeto padre a hijo, ni mujer a marido y por el contrario ante cualquier justicia dicen los unos de los otros sus defectos sin juramento…Son crueles sin piedad…Son grandes ladrones…supersticiosos y que miran en agüeros grandemente…Hay muy grandes hechiceros entre esta gente…En el trabajar son flojos aunque en comparación de las otras naciones de esta tierra son más trabajadores, son más aplicados a labores del campo que otra cosa, aunque lo hacen es con tanto espacio y flema que sale más labor de un español en un día que de diez de éstos en dos; son muy amigos de vivir en partes silvestres y remota donde nadie los vea y lo principal es por huir el trabajo; estiman en poco el jornal que les dan cuando trabajan…En la lujuria son muy cálidos, así mujeres como hombres, dándose las mujeres muy fácilmente; son amiguísimas de negros y mulatos y de los de su generación y cuando alguno de éstos les pide su cuerpo responden: “tú lo sabes”. Son enemigas de españoles…Se multiplican mucho. Y benignamente se cree ser muy pocas o ninguna las mujeres que llegan vírgenes al tálamo, porque de menos de diez años se ejercitan en este vicio…Concluyamos con los principales de sus vicios y en que particularmente están arraigados, es en emborracharse cada día y especialmente y con más calor los días de fiesta…” Afirma Francisco de Ramos que lo que más les gustaba a los payos era el pulque, que los ponía furiosos, y que en cambio poco les gustaba el vino de Castilla, el cual los hacía dormir. De estas borracheras seguía el vicio de la lujuria “así con sus propias mujeres como con sus deudas aunque sean hermanas y aún madres, y padres con hijas. Mátanse unos a otros y cometen otros delitos; quédanse por las calles y campos dormidos hasta que dura la furia del vicio…” Cuando menos nuestro autor considera a esta gente –a pesar de sus inclinaciones- bondadosa y respetuosa con las cosas de Dios y los sacerdotes católicos. En cuanto a los sacerdotes otomíes, habla que traían el pelo larguísimo y se lo ataban por atrás y que no trabajaban, oficiaban los domingos y se emborrachaban frecuentemente. Que dichos ministros vivían en sus templos y que no podían casarse ni dormir fuera, y que si violaban este precepto eran traspasados con púas por las orejas, azotados y despedidos del oficio sacerdotal. A los hijos que se portaban mal con sus padres los azotaban con ortigas, los bañaban con agua helada y los obligaban a pasar la noche en el sereno.
Escribe también Ramos de Cárdenas que en 1576, ya con la peste negra, los indios llevaron a una montaña queretana a una doncella entre 11 y 12 años, le abrieron viva de pecho a pecho, le sacaron el corazón y se lo ofrendaron a sus dioses (puede ser un caso similar al de Cimataro, sacrificado en el Monte Blanco, hoy Cimatario en su honor). Como detalle chusco digo que las mujeres que permanecían sin casar contestaban a quien les preguntáse ¿por qué no tenían marido? de forma contundente: “porque no hay nadie que me cuadre”. Si los indios tomaban vino de Castilla se ponían a dormir, y si tomaban pulque se tornaban “furiosos”. Se enfurecían si un religioso no les daba la absolución de sus pecados y la comunión. A diferencia de los chichimecas, los otomíes si la llevaron bien con los franciscanos y por cualquier calentura o malestar se confesaban y pedían los sacramentos. Aparte de Sánchez de Alanís, sólo otro sacerdote sabía hablar y escribir la compleja lengua de los otomíes: Juan Maldonado, del convento de San Francisco en Querétaro. Me llama la atención de que cerca de Querétaro, hacia el poniente, se fundó un pueblo llamado “Selaya” (sic) en 1572. Dice Ramos el escribano que se le puso Selaya por llamarse así el pueblo en el valle de Carriedo, España, donde nació Juan de Cueba (sic), secretario de la gobernación (sic) de la Nueva España. Nos refiere también que en 1582 gobernaba el pueblo de Apaseo Nuño de Chávez, hijo de Hernán Pérez de Bocanegra.
Me distrajo de mi redacción el término “Pulecía” que usa Francisco Ramos de Cárdenas en la Relación geográfica. Digo que me llamó mucho la atención porque la ciencia de la policía en esa época, apenas se desarrollaba en la Francia y no hace referencia el término nada más a lo policíaco ni a la seguridad pública sino a eso y otras cosas como son los servicios básicos, el saneamiento de las zonas urbanas, el trazo de las calles; en otras palabras, la ciencia de las ciudades, pueblos y villas para vivir mejor. Capítulo aparte nos relata que San Juan del Río se asienta en un valle junto a un río de muy buena agua pero que las calles del pueblo tienen una mala traza y tiene apenas doscientos indios viviendo ahí. Cosa diferente a Querétaro “trazado en forma de juego de ajedrez con grandes y espaciosas calles, puestas con gran concierto y orden”. Eso sí, critica al Río Blanco (hoy Río Querétaro) cuando le dice “pequeño río con mala agua y salobre” (Todavía no se ensanchaba por causas naturales como las de 1613 que describe el padre La Rea o por obras de Diego de Tapia, lo cual discutiremos más adelante). Esta relación fue acompañada para su envío de un lienzo donde se pintaron las cosas más notables de esta tierra, mismo lienzo que ahora nadie haya ni en archivos europeos.