Traje a la medida
Maricruz Ocampo
El 29 de marzo de 2019 iba a pasar a formar parte de las efemérides mundiales. Por primera vez en la historia de la conquista del espacio dos mujeres, las astronautas Anne McClain y Christina Koch, trabajarían juntas haciendo mantenimiento en el exterior de la Estación Internacional Espacial. Sin embargo esto no ocurrió. En el último momento, una de las mujeres fue cambiada por un hombre porque “no había suficientes trajes espaciales talla M” para ambas. La NASA ha dado toda clase de explicaciones, sin embargo la más increíble es que “no habían caído en la cuenta que programaron a dos mujeres hasta que surgió el tema de los trajes”, es más, la NASA comentó que ni siquiera se habían dado cuenta que sería la primera vez que solo serían mujeres quienes realizarían la caminata espacial. La agencia añadió que por lo pronto no tienen planes para que un equipo conformado solo por mujeres realice una reparación de la Estación, pero que, siendo que hay 12 mujeres y 26 hombres en el programa, “esto será inevitable”.
La participación de las mujeres en el avance de la ciencias y tecnologías a nivel mundial sigue sin ser reconocido y es obstaculizado por cosas tan sencillas como no tener trajes de la talla correcta. En los 117 años de historia del Premio Nobel, solamente 51 mujeres han recibido ese galardón de un total de 929 personas que han sido premiadas: 1 en economía, 3 en física, 5 en química, 12 en medicina y fisiología, 14 en literatura y 16 en Paz. Un reconocimiento entregado a una mujer por cada 20 hombres y la mayoría de ellos no por investigaciones científicas sino como escritoras y activistas. La pregunta obligada es ¿por qué ocurre esto si en los laboratorios y universidades de todo el mundo la presencia de las mujeres es cada vez mayor? Tan solo en México la UNESCO señala que 33% del personal en investigación lo componen mujeres y varios institutos y centros de investigación reportan que más del 52% de sus estudiantes de posgrado son mujeres.
Es importante considerar que la participación de las mujeres en la búsqueda del conocimiento científico sigue siendo estigmatizado. No olvidemos que por siglos miles de mujeres que manifestaron cualquier tipo de curiosidad científica fueron quemadas públicamente en enormes hogueras acusadas de brujería. También por años las aportaciones a la ciencia hechas por mujeres han sido totalmente invisibilizadas o acreditadas a hombres. Tal es el caso de Rosalind Franklin, quien pese a haber sido la científica que obtuvo los datos que permitieron definir la estructura de doble hélice del ADN, rara vez es mencionada junto a los dos hombres que obtuvieron el premio Nobel por ese descubrimiento James Watson y Francis Crick quienes ni siquiera la nombraron en sus discursos de aceptación.
Aun cuando el número de mujeres que estudian o trabajan en laboratorios científicos ha aumentado de manera significativa, su presencia es notoriamente escasa como líderes de grupos de investigación o dirigiendo instituciones científicas o universidades. Tal es el caso de la UNAM, que en más de 100 años de historia nunca ha tenido una rectora y que de las 66 personas al frente de los institutos y facultades que forman parte del Consejo Universitario solo 15 son mujeres y de ellas 8 dirigen institutos, escuelas o facultades enfocadas a la investigación de ciencias naturales o medicina: Catalina Stern la Facultad de Ciencias; Amarilis Zárate la Escuela Nacional de Enfermería y Obstetricia; Rosa Leyva la Facultad de Odontología; Elva Escobar el Instituto de Ciencias del Mar; Imelda López el Instituto de Investigaciones Biomédicas y Patricia Dávila, Laura Acosta y Tamara Martinez las ENES de Iztacala, León y Morelia, respectivamente.
En Querétaro solamente hemos tenido dos rectoras, y aun cuando suena poco, es 200% más que otras universidades públicas estatales en México, que nunca han tenido una. Actualmente solo Teresa García Gasca en Querétaro y Sara Ladrón de Guevara en Veracruz están al frente de una de las 35 universidades públicas estatales del país.
La escasa participación de las mujeres en áreas científicas y tecnológicas no está relacionada ni con un impedimento biológico ni con falta de habilidades o capacidades cognitivas. Es un fenómeno meramente cultural que persiste en nuestros días y que se manifiesta con el constante bombardeo de mensajes que reciben las niñas y jóvenes tanto en escuelas como en el entorno familiar de que las mujeres no cuentan con lo que se requiere para hacer ciencia y que ser científicas les demandará muchos sacrificios que impedirán su realización como “mujeres completas” como es posponer su maternidad. Lo cierto es que las mujeres en la ciencia se enfrentan a falta de estancias infantiles cerca de sus institutos; a una carga de trabajo doméstico y de crianza mayor a la de sus compañeros; a duras críticas por parte de sus tutores por su “falta de compromiso” científico por decidir ser madres y amamantar; por no pasar fines de semana y vacaciones en sus laboratorios o por llevar a sus hijos e hijas con ellas, lo cual no ocurre con sus colegas hombres quienes tiene una esposa que les cuide a la progenie. También tienen más obstáculos para viajar a hacer estancias, posdoctorados y sabáticos en el extranjero porque culturalmente es mal visto que su trabajo sea más importante que el de sus parejas o que una mujer se aleje por motivos de trabajo de sus hijos y su familia.
Como podemos apreciar, el trabajo científico de las mujeres no es reconocido globalmente y nuestra perspectiva sigue sin estar representada en el liderazgo que lleva al descubrimiento y desarrollo tecnológico, áreas vitales para la humanidad. Es muy importante reconocer que nuestras voces, las voces de las mujeres, son indispensables para la construcción de un avance científico incluyente que sume la visión de personas diversas a la hora de definir proyectos de investigación, reglamentos bioéticos o en la implementación de los descubrimientos en pro de las comunidades más vulneradas, por mencionar solo algunos temas.
La Senadora Alejandra Lagunes, lo resume así “Para reescribir el mundo, tenemos que garantizar que las voces, historias y aportaciones de las mujeres sean reconocidas y nunca más silenciadas. Para reescribir el mundo, tenemos la responsabilidad de generar la confianza en las niñas para que nunca se sientan menos o amenazadas cuando persigan sus sueños y metas.”
Yo creo que para reescribir el mundo y la historia de la ciencia es necesario reconocer las aportaciones de miles y miles de mujeres que desde sus mesas de trabajo en laboratorios; dando clases en aulas mal iluminadas; inmersas en el fondo del mar en burbujas de cristal o desde la Estación Internacional Espacial aportan al desarrollo de la humanidad. Para ellas y para las niñas que seguirán sus pasos debemos asegurarnos que siempre, siempre, tengan a la mano las herramientas que requieren para transformar el mundo, incluidos trajes hechos a su medida.