EL CRISTALAZO
La conducta con la cual el presidente Andrés Manuel López Obrador les demuestra a los gobernadores de cualquier estado –grande como Chihuahua o pequeño como Colima–, la potencia mayor de su gobierno frente a los sometidos poderes locales, tiene una fórmula hasta en la cultura taurina: la contratación de “reventadores”.
Los gritones del tendido, pagados casi siempre por un diestro (por lo general siniestro), para incomodar a alguno de sus alternantes, abuchean a quien se les ha indicado, escandalizan, forman bulla y generan nerviosismo en los coletudos agredidos con sonoridad.
Como una digresión a esta extravagante introducción para hablar de un tema político, explico: todo cuanto sucede en el mundo tiene un paralelo en las plazas de toros. A fin de cuentas la fiesta brava sólo tiene-.como la política–, una finalidad: hacerse del poder.
Primero frente al toro, después frente a las empresas y después frente al conjunto y el público. Mandar es torear. Y ser “el mandón” de la fiesta, es (como el todopoderoso en la política) la ambición de todo matador.
Y como en la vida pública: muy pocos lo consiguen.
La única diferencia es el método.
Los toreros nunca les dan la cara a los “reventadores”. Ni los conocen. Los contratan a través de cualquiera de sus mozos y nunca dejan huella. El dinero siempre se reparte en la oscuridad, como se hace con quienes “arreglan” las encornaduras y “afeitan” o “costalean” a los bureles.
A ningún torero se le ocurriría –como si se les viene al magín a los súper delegados “morenos” en la República–, distribuir un manual de sabotaje para los actos públicos, mítines, concentraciones o anuncios de programa en los cuales se presenten el gobernador y el presidente.
El abucheo, la escandalera por consigna, forma parte de las asignaturas de los operadores políticos del partido dominante el cual ha hecho de su capacidad de protesta y escándalo una de sus herramientas de ascenso en la exclusiva (ahora) escalera del poder nacional.
Por eso –como sucedió en Colima– la arenga presidencial para respetar a los poderes locales y al gobernador en su persona, suena tan falsa como el beso de la suegra. Y la pregunta, a mano alzada, de quien irrespeta y quien le dispensa buen comportamiento al gobernador, ya no parece falso, resulta ridículo y grotesco.
Todos quienes han recibido al presidente para cualquier asunto en la interminable campaña presidencial, (el primer gobernador fue Astudillo, en Guerrero), han apurado el trago amargo de estas masivas expresiones de injuria y gritería.
Linchamientos verbales de grupos azuzados por los operadores “de tierra” del partido en el poder con la única finalidad de poner al presidente en el pedestal justiciero de quien puede convocar y aplacar a la tormenta.
En “La tempestad”, de William Shakespeare, Miranda dice:
– “Si con tu magia, amado padre, has levantado este fiero oleaje, calma las aguas”.
Así juega el presidente con las concentraciones humanas. Los “acarreados” y los “reventadores”, son la carne de cañón de la popularidad política. Y no es nada nuevo. Hasta Felipe Calderón desfondó así la candidatura de Josefina Vásquez Mota, le vació el Estadio Azul y la dejó hablando sola.
El único peligro de hacer estas cosas desde el mando nacional, (o permitir la obra de otros, lo cual viene siendo lo mismo a fin de cuentas aunque después se niegue la autenticidad de los documentos probatorios de tan vil organización), es la continuidad del proceso divisorio en el país.
La polarización es un elemento peligroso. Dividir a la Nación (donde todos nacimos) en justos y adversarios, conservadores y redentores, revolucionarios y contrarrevolucionarios, fifíes y demás, es un paso de altísimo riesgo nacional.
Poner en ridículo a los gobernadores, así se defiendan con la elegancia irónica de José Ignacio Peralta, de Colima, confirma el diagnóstico de quienes desde el principio de su carrera política siguieron, desde los servicios de inteligencia, a López Obrador: tiene a dividir.
Decía ayer “El Diario de Colima” en relación con la actitud del gobernador a quien citaba: “…Podemos dejar que se desahogue esa parte de lo que parece ser un protocolo…”. Sin duda, una frase demoledora para los organizadores del mal show”.
Sin embargo estas frases también quedan consignadas:
“No me importa lo que digan… no es ni a gritos ni sombrerazos como se resuelven los problemas. Ya no estamos en campaña (AMLO)”.
Sólo falta precisar quien ordena los gritos y reparte los sombreros.