DESDE LOS BALCONES
El estado político, sus oligarquías y el mercado mundial
Las oligarquías nacionales, desde hace tiempo iniciaron un proceso de internacionalización con el capital mundial; uno de sus principales instrumentos, el primero, fue la tierra y su adjudicación a las familias más encumbradas del porfiriato, los grandes deslindes de tierras constituyó la primera distribución de la renta, apropiación de la misma, a través del intercambio comercial de diverso tipo con los estados esclavistas del sur de EU, exportadores a su vez de la renta y el trabajo algodonero esclavo hacia los centro fabriles de Inglaterra.
Chihuahua, Sonora, Coahuila y Tamaulipas, fueron los grandes exportadores de ganado en píe, maderas, minerales y trabajo vivo a las grandes explotaciones del Oeste Norteamericano recién abierto al mercado mundial de la plata por ambos mares y a sus vías de comunicación marítimas principalmente.
El resto del territorio mexicano, propiedad de unos cuantos rentistas vivía bajo el feudalismo, en porciones extensivas de propiedad, pero con escasa producción; en tanto que la minería de los metales preciosos había declinado y su valor no se podía intercambiar con el del tabaco, como los cultivadores colonialistas de EU, lo hicieran en el Estado de Virginia, con el consiguiente poder de compra internacional entre uno y otro equivalente, lo que no aconteciera con el henequén y el Sisal, sino hasta después de transcurrido más de la mitad del siglo XIX, después del surgimiento del primer gran ciclo industrial del imperialismo norteamericano, por el año de 1870.
Es entonces cuando empieza el gran auge de las comunicaciones férreas por el norte y el centro del país Azteca y se establecen las primeras fábricas textiles en Orizaba, Xalapa, Querétaro y Jalisco, con un mercado de consumo muy reducido y sin poder competitivo a nivel mundial.
Cinco millones de habitantes, en su mayoría indígenas vivían en su autoconsumo y reducidos a la vida del temporal, en el mejor de los casos, cuando no supeditados al peonaje y a la usura del pago de jornales por medios de vida, una doble o triple esclavitud y servidumbre social en ese círculo vicioso.
La Revolución Mexicana puso fin a este estado de cosas, sin tocar siquiera la estructura de la tierra y la propiedad; pero ya el petróleo y el capital mundial apropiado del mismo se había empezado a asentar en las latitudes de las Huastecas, en Tamaulipas, San Luis Potosí y el Norte de Veracruz; se impulsó con esto el cultivo de la caña de azúcar y los primeros ingenios productores de azúcar y sus derivados y con ello el comercio entre los litorales y las conocidas Huastecas, el trabajo agropecuario artesanal o no se diversificó y ello trajo nuevas condiciones para el surgimiento de una nueva burguesía y comercial.
Este proceso de prolongó durante las dos o tres primeras década del siglo XX, hasta que el mercado mundial del petróleo se vió afectado por la competencia de los grandes yacimientos Iraníes, entre otros y los conflictos y rivalidades coloniales entre Inglaterra, Francia y Alemania principalmente.
El general Calles topó con la contradicción capitalista norteamericana de la década de 1920-30 y le siguió de inmediato la insolvencia bancaria por los excesos especulativos accionarios.
El fascismo en Italia había irrumpido en 1925 y le siguió a ello Alemania en 1934, como contrapesos internacionales que no lo fueron tanto, de la Gran Revolución Bolchevique, en Rusia, que incorporara el mercado mundial a más de 100 millones de seres humanos sobrevivientes de la renta de las inmensas propiedades fiscales de “Las Almas Muertas” de N. Gogol.
Cárdenas con Rooselvelt, se apresta a la nacionalización de los Ferrocarriles, las tierras y sobre todo el petróleo, que entonces no representaba más allá de 800 mil barriles anuales de producción; México en el peor de los casos hoy dobla esa producción casi a orillas de las refinerías norteamericanas.
La burguesía mexicana, sus oligarquías y socios externos, padecen el síndrome turbulento de la acumulación originaria, basado en la apropiación de valor, cualquier valor así sea ficticio y la desproporcionada relación entre esta apropiación y el desarrollo generador del mismo, llámense fuerzas productivas, medios de producción, agravados estos mismos procesos por el consumo suntuario fincas, automóviles, medios de lujo y de transporte caros, cuando no simples montos numerarios de dinero y propiedades caras de uso vacacional de estas estirpes parasitarias.
Las contradicciones entre el Estado Político Mexicano nacionalizador y productor de riqueza social, con sus grupos oligárquicos que tienen cegado el camino hacia el gran capitalismo mundial crediticio y especulativo, ha generado un atroz conflicto interno entre el Estado Político y esos grupos. ¿Cuál es la salida, si es que la hay y cuáles sus manifestaciones?
Lo estamos viendo y viviendo ahora en pleno 2019 con el robo y destrucción de la mayor fuente generatriz de valor: La industria petrolera, sus instalaciones, sus ductos y el mercado de consumo interno de los energéticos que se lo disputan las rentas subsidiarias de la tierra dedicadas a la exportación, con el abatimiento de los costos de producción, por no pagar al Estado de compra en el mercado externo, pretendiendo amortizar ese intercambio con fórmulas concesionarias de todo tipo a particulares, que se roban el “oro” no en plena alta mar, sino desde las veneros mismos de los del “diablo”, como certeramente lo previera Ramón López Velarde. El que esté libre de huachicol que tire la primera piedra, o el último periodicazo.