SERENDIPIA
Vendetas y artificios
El reacomodo político en el inicio de la era López Obrador ha puesto al país de cabeza: le criticamos a Andrés Manuel los mismos excesos que antes reprochábamos al PRI (como los despidos de trabajadores con métodos de purga comunista), al tiempo que, con su estilo arrollador, el Presidente sacude el avispero construyendo una narrativa desde la Presidencia, como lo hecho siempre, y de pronto comenzamos a debatir cosas que antes ni siquiera formaban parte de la discusión política.
En esta transición las cosas parecen perder sentido: los empresarios califican el presupuesto de asistencialista, con absoluta razón, mientras alrededor todos reclaman y exigen más dinero a papá gobierno.
Los rectores alzan la voz para defender el dinero que reciben cada año las universidades, y en respuesta una marea de estudiantes les responde exigiendo auditorías y denunciando venta de plazas, negocios con los servicios de educación gratuitos y casas de estudio convertidas en feudos controlados por porros y camarillas políticas.
Para López Obrador ésta no es una transición, sino un cambio de régimen. ¿Pero puede haberlo dentro de un sistema político autoritario y carente históricamente de reglas y gestos democráticos?
Es evidente que el gobierno obradorista no cambiará muchas cosas –no podría aunque se lo planteara–; lo importante es que a partir de las elecciones de julio hubo una radicalización en la forma de pensar y actuar de la sociedad, que ahora observa y confronta con un sentido más crítico e incisivo los excesos o las conductas antidemocráticas, de donde quiera que vengan.
Me parece que en medio de la división política del país es imprescindible utilizar el activismo ciudadano para impulsar cambios importantes que no debieran pasar por el filtro de las ideologías y partidismos.
El presupuesto de publicidad del gobierno debería decrecer en 50 por ciento o más, de la misma manera en la que las universidades y las instituciones federales de educación media superior y superior deberían incorporar auditorías, reglas de transparencia y rendición de cuentas.
La autonomía universitaria no debe servir más como un caparazón de impunidad o un permiso para el dispendio en un cuarto cerrado bajo llave.
Con formas que le han sido criticadas como poco ortodoxas o excesivas, López Obrador ha mantenido en la Presidencia el hábito de expresar sus pensamientos críticos sin importar de qué grupo o sector nacional se trate.
Al hacerlo, en las últimas dos semanas encendió un acalorado debate alrededor de dos actores tan importantes como distantes y elusivos para la sociedad: El Poder Judicial y las universidades. Una pregunta obligada es ¿cuándo le tocará su turno a los sindicatos?
López Obrador puede construir una narrativa desde la Presidencia. Corresponderá a los ciudadanos exigir, marchar y presionar para que el poder político se abra realmente a las transformaciones necesarias y éstas no se reduzcan a cenizas en el fuego del artificio político.