Eran las 5 40 pm cuando llegamos al Museo de Arte Contemporáneo de Querétaro. El guardia de la entrada nos avisó que teníamos sólo unos minutos porque el recinto cerraba a las 6. No obstante la advertencia, decidimos entrar. El edificio fue parte del convento franciscano de la Santa Cruz. De hecho, en las años ochentas lo recorrimos desde la azotea con el Dr. Enrique Flores Cano, entonces director del INAH, a quien se le antojaba establecer ahí el Museo de las Intervenciones (que años después se hizo en un costado del ex convento de Capuchinas). Lo hicimos desde la azotea porque en su interior funcionaba una escuela primaria. Así que, pensé, la idea de hacer un museo en ese lugar ya era un sueño que se acariciaba con anterioridad. Primer acierto: el rescate, remodelación y adaptación respetuosa del edificio ha sido un logro, aún cuando para un museo de esta característica era ideal un edificio moderno. Así se pensó muchos años, la diferencia es que hoy se hizo. Lo importante era hacerlo y de paso se rescató un inmueble histórico que estaba abandonado y ruinoso.
En el espacioso patio de entrada lucen magníficas dos obras escultóricas monumentales en bronce: una del mexicano Javier Marín (una obra suya recién se ha colocado nada menos que en la plaza del Museo de Louvre) y la otra del surrealista español Salvador Dalí, el Elefante espacial, cuyas copias han animado otros espacios museográficos o turísticos. Personalmente lo he visto en el atrio de la Santa Croce en Florencia, en el exterior del Museo Guggenheim de Bilbao, en el conjunto de la majestuosa rueda de la fortuna (The eye) en Londres, pero ha estado también en la Plaza Vèndome en París, en la ópera de Frankfurt y en otros lugares públicos que han querido enmarcar sus instalaciones con esta pieza monumental que está extraída del óleo “La tentación de San Antonio”, ejemplo de las obsesiones del original artista catalán.
Vimos el reloj, teníamos diez minutos y los guardias nos empezaban a apresurar. Decidimos hacer un recorrido rápido para volver otro día con calma. En el poco tiempo, pudimos apreciar la amplitud de los pasillos, el aprovechamiento de las celdas y, a golpe de calcetín, algunas de las salas.
De llamar la atención en esta rápida visita que nos invitó a volver: la pequeña terraza que mira a las copas de los árboles, al sur de la ciudad con su cerro del Cimatario y el insolente fraccionamiento que se levanta en sus faldas; el escaparate al final de uno de los pasillos rematado con un gran cristal en donde luce el poniente de la ciudad magnífica; los “testigos” .que dan evidencia de los niveles de la construcción original, las “instalaciones escultóricas” que, me imagino, no son del gusto de la mayoría de los espectadores. Con premura nos detuvimos a admirar las obras de Jaqueline Sánchez y Fernando Garrido, la pequeña escultura de Koons que provoca toda clase de comentarios y de salida queríamos ver la instalación escultórica de Gustavo Villegas, ese gran artista joven, obsesionado por el tema de la destrucción. Le dedican un cuarto en donde instala una réplica de una parte de una ciudad siria (Kobani) destruida por la guerra. ¡Extraordinaria!
Quedamos invitados a volver con calma. Lo haremos para terminar nuestra crónica. Por lo pronto invito desde aquí a que se tomen unas horas para disfrutar este logro que viene a enriquecer la infraestructura cultural de Querétaro. Continuará.
JUAN ANTONIO ISLA ESTRADA (1-2)