GOTA A GOTA
La pluralidad
En 1962, Adolf Eichmann, criminal nazi que había coordinado la logística del traslado de la población judía a los campos de exterminio, fue sometido a juicio y ejecutado en Jerusalén. Para reportear el suceso; el diario New Yorker pidió a Hannah Arendt, genial filósofa judíoalemana, dar seguimiento al juicio. Reflexionando sobre el asunto, Hannah llegó a la conclusión de que Eichmann no era un “genio del mal”, que carecía de eso que podríamos llamar “grandeza diabólica”, y que, como el mismo inculpado confesó, se limitó a cumplir con su deber. De modo que aquellos actos monstruosos que cometió no había sido por intenciones malignas. Sus motivos eran, pues, banales: complacer a sus superiores, ascender en su carrera militar. De ahí la tesis tan controvertida, que formuló Hannah sobre “la banalidad del mal”. Banalidad de un burócrata incapaz de pensar.
Detrás de todo esto, se extiende una red de destrucciones que va de la aniquilación de los derechos hasta la consideración perversa de que hay seres que son superfluos, que están demás y en esencia masacrables. Destrucciones propias de un régimen tiránico. En una carta que Hannah dirige a Karl Jaspers, su director de tesis doctoral, afirma que “si un hombre es o siente omnipotente, no hay razón para que existan los hombres en plural”. Pluralidad que es respeto a la dignidad de los otros, de quienes no comparten ideas, creencias, actitudes. Esos otros pueden ser “los blanquitos”, los “fifís”, en nuestro presente mexicano.
Es verdad que, como dice una amiga, los críticos de quien ya sabes “quien manda aquí”, no le tocarán un pelo, pero no por eso tendrán que callar. Hay que tener siempre el coraje para ejercer nuestro juicio reflexivo. Ya que aún en la impotencia total, hay maneras de comportarse, de resistir lo que alguien perciba como el Mal. Pues puede ocurrir que un modesto provinciano se convierta, acaso sin desearlo, en presa de un colapso moral y emocional que devaste con sus desatinos a un país entero. Puede o no. El tiempo y la marmórea realidad económica, que no el pueblo idólatra, lo dirán.