SERENDIPIA
Detrás de la caravana
La diplomacia mexicana enfrenta una de las crisis más graves de las que se tenga memoria.
Se trata de una crisis inédita, en tanto que involucra, como no había sucedido de manera tan seria en las últimas décadas, a dos gobiernos, el del presidente Enrique Peña, a cinco semanas de entregar el poder, y el que encabezará Andrés Manuel López Obrador, a partir del 1 de diciembre.
Ambos gobiernos, el actual y el que se ha anticipado a las formas y ritos tradicionales, han cometido errores significativos tanto en el manejo de la crisis que se desató el sábado 13 de octubre, cuando más de 4 mil migrantes hondureños comenzaron a marchar hacia Guatemala y México con la intención de llegar a Estados Unidos, como en la definición de las nuevas reglas y políticas que enmarcarán la relación bilateral los próximos seis años.
El gobierno mexicano estaba al tanto del inicio de la migración masiva desde al menos una semana antes de que un primer grupo de alrededor de mil hondureños partiera desde San Pedro Sula; los embajadores en Honduras y Guatemala reportaron la situación a la cancillería.
¿Por qué no se tomaron decisiones para hacer frente a los desafíos y conflictos que pudieran originarse de una caravana largamente anunciada?
Lo que se hizo, en contraste, es público. El canciller Luis Videgaray viajó a Nueva York a reunirse con el secretario general de la ONU para conversar en torno al cambio tecnológico rápido y participar en una discusión sobre el efecto que esta transición puede tener en el desarrollo sostenible de los países y sus sociedades.
El Canciller decidió realizar una gira de trabajo de tres días por Nueva York, justo en los momentos más críticos de la caravana migrante, mientras el secretario de Gobernación concentraba toda su atención en sus comparecencias en el Congreso.
¿Por qué los hombres y mujeres del presidente Peña no se prepararon para hacer frente a una situación de esta magnitud? ¿Por qué no analizaron el problema de manera integral para encontrar una solución digna?
Unos días después, las consecuencias están a la vista. El viernes 19, alrededor de cinco mil migrantes repletaron el puente que se alza sobre el río Suchiate, en la frontera con México. Hubo un enfrentamiento. La Policía Federal lanzó gas pimienta para contener a la marea que intentaba avanzar. Varios migrantes y oficiales resultaron heridos.
La incomprensión, el burocratismo y la indolencia parecen infinitas. Ha sido trastocada la tradición de México como un país reconocido en el mundo por su hospitalidad y solidaridad. Las escenas de violencia alrededor de la caravana dan cuenta de una mutación en la que ahora se actúa con la lógica del pistolero o el guardián del patio trasero de Estados Unidos.
Para empeorar las cosas, los equipos del futuro canciller Ebrard y del secretario Pompeo definieron que la “relación bilateral se institucionalizará a través de las cancillerías de ambos países”. ¿Nadie les avisó que ya sucede así?