SERENDIPIA
El ejército de siervos, a la luz de solidaridad
De todos los pequeños infiernos que rodean al Presidente electo y al próximo gobierno, hay uno que ha atrapado mi atención porque desnuda la falta de imaginación que hace trastabillar a la Cuarta Transformación, y porque lo veo seguir el curso de una de esas pelotas elevadas en un diamante de beisbol: un podridito que no promete nada y que al final puede dejarte tendido en el pasto, avergonzado y vencido.
Se trata del “Ejército de siervos de la nación”. Mis reservas empiezan con el nombre: me parece exagerado y aparatoso llamar así a las personas que tendrán a su cargo elaborar un nuevo censo –uno más en la larga historia de censos sociales– de beneficiarios de los programas y las becas que inaugurará el gobierno obradorista.
Cada quien sus héroes, parece decirnos la historia. Fox tuvo a Madero en un altar, Salinas a Zapata y ahora Andrés Manuel López Obrador eleva a ese cielo patrio a Morelos.
Que se utilice la imagen de Morelos, Hidalgo, Juárez y Cárdenas como estandarte de un censo de programas sociales, ya parece indicar desmesura: ¿existe otro instrumento de gobierno tan desprestigiado, denunciado y puesto en evidencia como los censos de programas sociales?
Pero no sólo es la falta de imaginación. Es también la plaga de la desmemoria: conceptualmente, Solidaridad, ícono del salinismo, es un experimento más completo y complejo en el mundillo de los programas clientelares.
A diferencia de un censo como el que llevarán a cabo miles de jóvenes para el gobierno obradorista, un ejercicio individual o vivienda por vivienda, Solidaridad era conceptualmente más abierto al partir del barrio, la comunidad o la colonia popular para acordar las obras con los habitantes.
En Solidaridad no había beneficiarios, clientes ni números de folio, como ahora. No se hizo un censo: había ciudadanos y colectivos que decidían cómo resolver sus problemas.
Los folios empezaron con Levi en el gobierno de Zedillo y en el 2000 ya eran un instrumento impuesto por Hacienda.
Los resultados que han obtenido los presidentes y gobiernos que se han apoyado en estos censos y padrones han sido contrarios a los esperados. Así le fue a Josefina Vázquez Mota y al gabinete social de Peña con estos instrumentos de tipo clientelar.
Nunca en la historia se había destinado tanto dinero a los programas sociales para ayudar a los pobres y aún así creció la pobreza extrema en la que viven 55 millones.
Es imposible que se creen los empleos y la derrama económica que requieren los millones de familias pobres, y eso no puede ser sustituido con programas sociales.
No estoy seguro de que los ejércitos de siervos servirán de algo cuando existen instrumentos micro estadísticos que permiten en el Inegi consultar el número de personas pobres calle por calle.
Hay muchas dudas de que el censo obradorista vaya a ser útil. En cambio, puede generar el mismo conflicto de desesperanza y engaño del que no pudieron escapar los últimos cinco presidentes.