SERENDIPIA
¿A dónde?
¿A dónde se dirigirá el país después de que Andrés Manuel López Obrador tome posesión? ¿Qué rumbo seguirá el nuevo gobierno? ¿El de un autócrata? ¿O quizá un populista con un profundo liderazgo social? ¿Qué tipo de izquierda encabezará AMLO y la convertirá en un estandarte en el mundo? ¿Cuál será el primer gran trofeo –del tipo que sea– de la lucha anticorrupción?
Conforme los días pasan, la ventisca que envolvió al país después del 1 de julio finalmente va desapareciendo y se asoman los enormes desafíos del gobierno obradorista.Ya existía consciencia de la gravedad de distintos problemas, pero es muy distinto tener en la mano los datos oficiales y conocer el estado puntual de cada asunto.
Los diagnósticos que le han presentado los secretarios de la Defensa y de la Marina muestran un sombrío panorama sólo en el tema de seguridad y violencia.
Como lo describió López Obrador, la Policía Federal está desfondada y no es una opción que sustituya al Ejército. Al candidato Peña le pasó lo mismo: al inicio de la campaña ofreció retirar al Ejército de las calles y como presidente electo llegó a anunciar que estaba listo para desmilitarizar la estrategia. López Obrador heredará problemas, estructuras y programas, y en cada caso trazará las nuevas líneas institucionales sobre las bases existentes. Seguir el rastro de las decisiones tomadas por los gobiernos de Peña y Calderón puede hacer aún más claros los desafíos y graves retos del próximo gobierno.
Desde que Zedillo decretó la municipalización de las policías, los municipios comenzaron a administrar sus fuerzas del orden. La decisión tenía como propósito fortalecer a los municipios, pero al final derivó en miles de policías mal entrenados, mal armados y mal pagados. Un caldo ideal de corrupción. En el gobierno de Calderón ya se consideraban insuficientes los 36 mil oficiales de la Policía Federal. ¿Entonces por qué como parte de la Iniciativa Mérida con Estados Unidos no se construyó una fuerza de cien mil policías?
Cuando a Calderón le preguntaron porqué había sacado a las calles a los militares, dijo que debía tomar medidas contundentes “para poner un alto y decirle a estos señores: hasta aquí llegaron. Aquí está el Estado. No podía permitir que acabaran con la vida de los pueblos. Mataban, secuestraban, extorsionaban. Nunca dudé. Hice lo que tenía que hacer. No podía dejar que las cosas continuaran como antes. No podía hacerme pendejo”.
Ahora López Obrador anuncia que el Ejército no volverá a los cuarteles, como había proclamado en campaña.
Si no es viable hacerlo porque el gobierno peñista debilitó a la PF y desmanteló la Plataforma México creada por Calderón para combatir a los cárteles, López Obrador tendría entonces que ser audaz: lo único diferente y contrastante a todas las políticas públicas de Calderón y Peña sería la legalización gradual, empezando con la mariguana.
Si no lo hace, por más que haya un plan de reconciliación nacional, estará repitiendo los programas fallidos de las últimas administraciones.