SERENDIPIA
Unos minutos de ensueño
Los mexicanos somos un campo florido de historias personales atadas íntimamente a nuestra herencia nacional, donde cabe todo lo que se quiera contar: triunfos y derrotas históricas, complejos y resentimientos, virtudes y debilidades. Claros y oscuros.
Provenimos de La Malinche y de Hernán Cortés y hemos crecido bajo la leyenda de la traición de Santa Anna. Y acerca de todas las traiciones se han recreado miles de historias cantadas –para cortarse las venas con un tequila– por José Alfredo, Juanga, Chente y Lola Beltrán.
La traición duele tanto como otra humillación que no se asimila con los años: la derrota.Nos duele en el alma caer frente a un enemigo, y a los mexicanos la derrota puede sumergirnos en un estado de conmoción combinado con tristeza y furia. Más si la fiebre es futbolera.
Detestamos perder, y en la espalda el mexicano siempre cargará una losa de derrotas: Argentina 78, México 86, Francia 1998, Japón y Corea del Sur 2002.
Excepto la primera, en Argentina, donde Alemania nos descuartizó 6-0, en todas esas copas del mundo jugamos bonito y perdimos como siempre. Mi compadre Andrés Zárate recordaba con ese aire mexicano entre la tristeza y el coraje cuando le ganábamos a Alemania 1-0 en Francia 1998 y terminamos tendidos en el pasto tras dos acometidas germanas.
Ha sido un recorrido largo hasta llegar a la victoria en el primer partido del Mundial de Rusia, contra Alemania, el actual campeón del mundo. Varias cosas se maceraron en años: una nueva generación de futbolistas físicamente más completos y un número importante de jugadores con roce internacional.
Nuestro flanco más vulnerable es tal vez la falta de continuidad en la conducción de la Selección, pero en el paso de los años hubo un puñado de entrenadores que construyeron mística y escuela.
En todos esos años, detrás de cada fracaso hubo lecciones y una acumulación de progresos muchas veces renegados por nosotros mismos. Y cómo no, siempre faltaba algo, siempre lo mismo, nuestro coco eterno: la mentalidad de cristal. Los complejos. Pasar encima del ya merito. La imposibilidad de jugar de tú a tú. Ser una selección, pero no un grupo.
Los seleccionados llegaron a Rusia aturdidos por el escándalo de la fiesta de las 30, y en medio de la tormenta se agruparon, tomaron en los pies el plan de Osorio, abrumaron a la escuadra alemana los primeros 25 minutos y con una triangulación de ensueño esculpieron el gol que largamente habíamos deseado gritar. Ante Alemania. El campeón del mundo. ¡Gooool! De ese domingo de junio no se olvidará el furor que causó el gol de Lozano y el breve tremor de la tierra cuando millones festejamos saltando y cantando tras el gran final.
De Rusia 2018 aprendimos que no hacía falta decir que se puede. Que era hora de olvidar al ratón y hacer lo que se puede.