EL CRISTALAZO
¡Después de mi; el diluvio!
Obviamente no lo dijo ni sabe alguien si tal frase pasó por la cabeza de Andrés Manuel López, pero cuando el “Pejemóvil” se detuvo frente a las puertas del Palacio de Minería, el cielo abrió sus compuertas y comenzó a llover sobre la tarde dominical y la precaria “carpa de la ignominia”, donde fueron confinados –como “paparazzi” en jaula–, algunos de los casi 750 periodistas acreditados para cubrir el gran debate de los debates, la magna comparecencia política del nuevo tiempo, la muestra –dice Lorenzo Córdova, presidente de los Consejeros del INE–, de la pluralidad y la democracia mexicana.
–¡Válgame Dios!
Un poco más al poniente, en medio del tumulto de los acarreados unos a favor y otros en contra de Morena, en el Eje Central, frente a la Avenida Hidalgo, una mujer con torpeza caligráfica escribe en una cartulina fosforescente:
—“AMLO: eres un “falsante”. Su compañera le corrige:
–“Se pone con “R”, comadre”. Farsante.
–“¿Qué no es por falso?”
Pero mientras la discusión ortográfica se extiende hasta los confines de un plumón de alquiler, el Rector de la Universidad Nacional, Enrique Graue, en mangas de camisa, se dispone a ultimar un plato de escamoles en el restaurante “El cardenal”.
–Espero que todo salga bien. Nosotros solamente retamos la casa.
El entorno del nobilísimo edificio creado por el valenciano Manuel Tolsá, precursor, por cierto, del transporte público y los baños comunes de pago en la ciudad, ha sido circunvalado con vallas metálicas disfrazadas de mamparas, con ahulada tela gris, el Estado Mayor Presidencial, cuya muerte ha decretado Andrés Manuel –con la facilidad de quien consume un plato de escamoles–, no permite ni el paso del viento sin gafete.
Las rejas tras el telón, como si de veras se hubiera decidido poner una alfombra roja para recibir a los debatientes y sus invitados, quienes se pavonean con ridículos aires de grandeza no merecida, como Josefina Vásquez Mota, Claudia Sheinbaum o Alfonso Romo quien a la carrera se pone el saco para traspasar la puerta occidental del bello palacio.
Los invitados, en grupos de cincuenta, formaron en la tarde dominical cerca de la Alameda, la efímera casta divina del país y antecedieron a los cuatro magníficos y a la magnífica quienes fueron llegando con el lapso necesario para no encimarse unos sobre otros.
Sin embargo antes de la lluvia, la calle de Tacuba fue una enorme pasarela.
No hubo tapete colorado, pero sí hubo alfombra gris adoquín, en el centro de la cual se puso un templete al cual se trepó, exultante y adornado con una corbata color uva (no fuera a prestarse la seda a alguna inconfesable predilección cromática con los colores de algún partido), el presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova, para derramar loas y halagos a la democracia mexicana, a la pluralidad ahí concentrada y exhibida por la sola presencia de los candidatos, sus tendencias y los partidos.
–Este es un espacio privilegiado para contrastar personalidades, dice mientras sus empleados lo observan reverentes. Es un espacio, no para los candidatos sino ara los ciudadanos. La democracia es rumbo para la expresión de todas las ideas y tendencias, sin límite alguno, excepto el cumplimiento de la ley.”
Y cuando acaba: “Lorenzo el Magnífico” viene el episodio más cercano a la alfombra carmesí o la entrega del Oscar, pues en medio de la indiferencia de la humanidad, se anuncia la apertura de los sobres con el orden de intervención de los moderadores, los compañeros de la TV, Sarmiento, Maerker y Uresti.
Abre la envolturita Rubén Álvarez Mendiola, coordinador de Comunicación Social del INE, acompañado de Edmundo Jacobo, secretario ejecutivo del instituto, y con una actitud semejante a la de Warren Beatty o Faye Dunaway, anuncia: Denise Maerker…
–¡Ahhh!, dicen los murmullos.
Pero como sea, este es un ambiente festivo.
En la vieja calzada de Santa María la Redonda o Aquiles Serdán, se aglomeran los contingentes peleoneros y gritones. Hay banderas color vino (como la camiseta de la selección de futbol de Venezuela), con las letras de Morena; pancartas bobas, insultos febles y lonas donde se pinta la majadería: AMLO; la CDMX ya decidió que te vayas a “La Chingada”.
Y uno se pregunta cuándo se volvió la política arte mayor de la teatralidad. Quizá siempre.
En uno de los costados de la plaza, se alza el hermoso Edificio Garantías. Ahí hay una galería de arte cuyos cuadros, curiosos, parecen asomarse coloridos al trajín de políticos, amigos de políticos y periodistas de todos los medios.
En una de las vitrinas de la galería hay un viejo cartel político artístico de Vicente Rojo: una fotografía de José Luis Cuevas repetida al infinito (con cientos de caras de Cuevas como fondo y la churchilliana“V” victoriosa), en el cartel publicitario de su campaña para diputado independiente, por el primer distrito de la ciudad de México.
Pero la tarde no sabe de esto. Ya han llegado a pié los demás debatientes, Meade con su sonriente esposa Doña Juana; el Bronco, Anaya a la carrera, sonriente y confiado; Margarita de memorioso e irremediable color azul; y como Andrés llega al final, el paréntesis de cielo gris, se acaba, como el adoquín de la marcha triunfal, porque al salir todos han triunfado, viva, viva…
Curioso el asunto nacional: cinco personas quieren lo mismo y cinco dicen haberlo conseguido.
Pronto llegaremos a Tijuana para el segundo debate, el relacionado con los asuntos fronterizos, la migración y el ogro temible del muro ominoso.
La sombra comienza a deslucir el dotado de la cúpula de Bellas Artes, allá a lo lejos. Esto se acabó.