MITOS Y MENTADAS
Miénteme por piedad: yo te lo pido
He perdido la cuenta de la cantidad de veces que los medios norteamericanos han denunciado las mentiras de Donald Trump. ¿Han sido dos mil, cinco mil, veintitrés mil? Día tras día, cientos de personas responden los comentarios del presidente de Estados Unidos con datos e información que desmienten sus tuits.
Me llama mucho la atención cómo el presidente estadunidense puede concentrar tanto la atención de la prensa, los comentaristas y las redes sociales con sus fabricaciones. Pero al mismo tiempo me llama más la atención cómo parece haber crecido una especie de luna de miel moral con George W. Bush.
Es cierto que Trump es una máquina de decir mentiras variadas, mientras Bush hijo, dijo pocas. Pero esta comparación numérica, no refleja el impacto real que éstas han tenido. Aunque no admite comparación en volumen, las mentiras de Bush hijo son más significativas que las de Trump.
O quizás debiera decir “la mentira”: Bush hijo comisionó a su entonces secretario de Estado, Collin Powell, a mentir ante las Naciones Unidas aduciendo que Irak tenía armas de destrucción masiva. ¿Recuerdan? Powell mostró algo parecido a una probeta pequeña que parecía contener un gas o un veneno poderoso. Esa mentira, bastó para convencer a millones de personas, prensa incluida, para justificar el lanzamiento de una guerra con miles de muertos, más allá de sus consecuencias sociales, políticas y económicas, en una región inestable como Medio Oriente.
Hay de mentiras a mentiras. Puedes ser una ametralladora como Trump o nada más decir una sola como Bush; la diferencia radical de valor entre unas y otras, inclinará la balanza. Y así sucede a menudo. Personas con excelente reputación mienten una sola vez y se acaba todo. Y otros que viven de la mentira, pueden hacer carrera y llegar muy alto repartiendo bulos a diestra y siniestra. Por eso las mentiras son relativas. Y no es que las defienda, sino que intento entender por qué algunas se cuelan siendo pocas y otras no cuando se suman por cientos. En ocasiones, la sociedad suele castigar una sola mentira de bajo calado y en otras parece tolerar un océano de mentiras mes a mes.
La proliferación de mentiras nos insensibiliza. Son tantas que las normalizamos y acabamos por poner al mentiroso en un lugar cómodo, al que dejamos de prestarle atención como si fuera inocuo, cuando no lo es. Pero también es cierto que en ocasiones sobre reaccionamos a algunas mentiras o caemos en la red que ellas nos tienden.
Todos decimos que no nos gusta que nos mientan y que queremos dirigentes que digan la verdad como deber ser. Pero la realidad es que tampoco reaccionamos bien cuando nos dicen verdades irreconciliables con nuestras aspiraciones. Imagínense la siguiente declaración verdadera: “El país crecerá poco el primer semestre”, dice un secretario de Estado. “¡Este gobierno no sirve!”; ¡remuevan a ese funcionario público inepto! clamaría la sociedad y la prensa. Pero si en cambio, el mismo secretario, sabiendo que está mintiendo dice que espera números buenos para el año, y si esas proyecciones no se cumplen, es posible que su expectativa mezclada con esperanza suene mejor para una sociedad acostumbrada a ser engañada. Jean Francois Revel escritor Francés cita: ”La primera fuerza que dirige el mundo es la mentira”
En definitiva, a las aclamadas “verdades” y “mentiras” debemos aprender a leerlas a través de un caleidoscopio, que nos demuestra que múltiples realidades son posibles, y no todas las palabras tienen las mismas consecuencias.
A partir de esta fecha esta columna aparecerá quincenalmente.