SERENDIPIA
Desde pegar un botón hasta matar a un cabrón
En las últimas horas, dos hechos importantes y reveladores sucedieron en el país, una sentencia y el esclarecimiento de un crimen. Ambos confirman lo que ya sabíamos: hace algunos años la política mexicana ingresó en un proceso de franca descomposición y decadencia que la llevó entre otras cosas a convertir el asesinato en un instrumento político y una práctica común para aniquilar enemigos.
En Veracruz, un juez se dictó una sentencia de 25 años de prisión a dos ex policías del municipio de Medellín por el homicidio del periodista y activista Moisés Sánchez, el 2 de enero de 2015. Sánchez denunció actos ilegales en Medellín y otros municipios en la web de información La Unión, que fundó y en donde escribía notas informativas.
Pero la mano que guió el arma aún está en libertad. Se trata del ex alcalde Omar Cruz, autor intelectual del homicidio, aún prófugo.
Moisés Sánchez Cerezo fue secuestrado en enero de 2015. A su casa, de acuerdo con un recuento de Animal Político, llegaron tres automóviles y tres hombres armados se lo llevaron. El gobierno veracruzano confirmó su muerte el 25 de enero de 2015. La Procuraduría General confirmó que detuvo a seis personas ligadas al asesinato del periodista Carlos Domínguez, en Nuevo Laredo. El procurador de Tamaulipas dijo que dos de ellas se encargaron de asesinarlo y otras cuatros tuvieron una participación en el homicidio. Uno de ellos es Jorge Alfredo Cantú García, sobrino de Carlos Canturosas Villarreal, ex alcalde de Nuevo Laredo. La Procuraduría de Tamaulipas lo acusa de homicidio calificado y delincuencia organizada. Cantú, es militante del Partido Acción Nacional (PAN) en Tamaulipas.
Su tío Carlos Cantú Rosas, informaba ayer El Mañana de Tamaulipas, será candidato a la alcaldía de Nuevo Laredo, por Morena.
Los crímenes políticos han existido en el país desde la época posterior a la Revolución (los asesinatos de Madero, Carranza y Álvaro Obregón y en la historia reciente los de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu).
En un tiempo relativamente breve (desde 2006, en el inicio de la guerra declarada por Calderón hasta estos días), en México el asesinato político se masificó y descendió hasta el nivel más primario de la disputa política, el municipio, donde los cacicazgos políticos mezclados con el crimen organizado ejercen un control en extensas regiones del país.
¿Qué generó esta descomposición criminal de la política? La violación de la Constitución, advertida desde los 70 por priístas como Carlos Loret de Mola Mediz; la diseminación de la idea de que la política servía para enriquecerse y no para servir a la gente (del “político pobre, pobre político” de Carlos Hank, al aforismo popular “el que no transa, no avanza”); y la pérdida de principios y códigos de ética como norma de una nueva generación.
A unas horas del inicio de las campañas por la presidencia, el priísta Mario Tzintzún daba ayer la voz de guerra, desde Morelia: “Para ganar haremos lo que sea, desde pegar un botón, hasta matar un cabrón”.